El capitán de corbeta Alexander Marinesko con su famoso submarino soviético S-13 en plena Segunda Guerra Mundial.

El submarino ruso S-13, bajo el mando del capitán de corbeta Alexander Marinesko, es ciertamente el sumergible más célebre de la historia de la Segunda Guerra Mundial.

El 30 de enero de 1945, en el Mar Báltico, el S-13 hundió el Wilhelm Gustloff, el mayor barco de transporte de la Kriegmarine (marina de guerra nazi). El navío, de 20,000 toneladas de desplazamiento, se hundió después de ser torpedeado. Unas 6 600 personas se encontraban a bordo, entre ellas un millar de oficiales y marinos de la 2ª división de instrucción de las fuerzas submarinas. Los demás eran refugiados. Hubo 1,216 sobrevivientes.

Diez días después, el submarino comandado por Marinesko hundió el crucero auxiliar General von Steuben. Hubo 3,000 muertos y muy pocos sobrevivientes. Se decretó duelo nacional en Alemania.

Wilhelm Gustloff, el mayor barco de transporte de la Kriegmarine (marina de guerra nazi) fue hundido por Marinesko el 30 de enero de 1945, un terrible golpe para las fuerzas hitlerianas.

El ataque del S-13 aparece en todos los manuales militares soviéticos como ejemplo de ataque con torpedos realizado de forma ideal.

Después de descubrir, durante la noche, en la bahía de Danzig, el enorme navío protegido por seis contratorpederos, Marinesko había dado orden de salir a la superficie, seguirlo y adelantarse a él aprovechando la oscuridad para ponerse en posición de lanzar los torpedos. El mar estaba agitado.

Los dos motores diesel, al máximo de su capacidad, imprimían al submarino una velocidad de 19,5 nudos y, al cabo de dos horas de persecución paralela, el S-13 se detuvo en posición de ataque.

Contra todas las reglas, Marinesko decidió atacar con la costa a sus espaldas, reduciendo así prácticamente a nada sus propias posibilidades de escape en caso de persecución.

El submarino soviético S-13

Alexander Marinesko estaba en el puente de mando y coordinaba las acciones de la tripulación con vistas al ataque.

Los torpedos fueron lanzados en abanico a la 23h02. Tres dieron en el blanco.

Marinesko dio inmediatamente la orden de sumergirse y comenzó a maniobrar ¡a poca profundidad! para escapar a la persecución de los contratorpederos, y también tuvo éxito.

En Occidente se preguntan si fue la mano de Dios o la del diablo la que ayudó a Marinesko.

La guerra es la guerra. No fuimos nosotros quienes agredimos a Alemania y para Rusia era una guerra sagrada que llevaba la aureola del espíritu de justicia. No por gusto la imagen de la virgen María fue vista (¿o pareció ser vista?) por las tropas rusas sobre el arco de Kursk.

Desde tiempos inmemoriales se considera a la virgen María como la santa patrona de Rusia. Sólo que si los rusos dicen que la mano de Marinesko fue guiada por Dios y que la muerte de miles de alemanes era un castigo justo, los alemanes replican que no: si todos los habitantes de una ciudad se hundieron en las heladas aguas, fue obligatoriamente por obra de la mano del Diablo. Y fue la misma mano la que desvió de su blanco cada una de las 200 cargas de profundidad utilizadas contra el S-13.

Además ¿no tiene acaso el propio número «13» una connotación diabólica? Durante los días de duelo cientos de huérfanos y viudas rezaron para que los rusos fuesen castigados, al igual que millones de rusos rogaron a Dios durante la guerra para que los alemanes recibieran su castigo.

Los alemanes no sabían, por supuesto, quién era el responsable del hundimiento del Wilhelm Gustloff y el General von Steuben, pero sus maldiciones flotaban sobre la cabeza de Alexander Marinesko.

Un monumento al heroismo de Marinesko durante la Segunda Guerra Mundial.

Entonces ¿por qué, después de un ataque tan bien realizado, cambió bruscamente la vida de Marinesko? Aquella titánica proeza le valió la orden de la Bandera Roja, recompensa ciertamente honorable, aunque modesta ante la envergadura de la hazaña. Humillado, Marinesko se dio entonces a la bebida.

Poco después del fin de la guerra, fue convocado por el Comisario del Pueblo (ministro) Nikolai Kuznetzov a causa de una disputa que tuvo, estando ebrio, con el comandante de la división. Finalmente, Marinesko presentó su renuncia, la cual fue aceptada.

Sin embargo, el temor al castigo seguía atormentando al capitán.

Alexander Marinesko entra, como intendente, en el Instituto leningradense de Transfusiones Sanguíneas (¡!) donde es procesado poco después por dilapidación de los bienes socialistas.

En el domicilio del héroe se encontrará después una vieja cama plegable, de un valor de 54 rublos, que pertenecía al instituto. Se levantó un acta y, en 1948, una jueza temblorosa condenó al ex comandante de submarino a tres años de prisión.

Marinesko es enviado a cumplir su condena en la península de Kolyma, entre delincuentes y ex auxiliares de la policía alemana.

He aquí el recuerdo que conservó de aquella época el ex capitán: «Me pusieron con ladrones y esbirros de la policía nazi. Me raparon y me trataron como a un animal. Enseguida me robaron todo. El staroste (jefe) del vagón, un ex colaborador [de los alemanes] proveniente de los alrededores de Leningrado era tan brutal como un SS. Se había rodeado de una pandilla de truhanes que trabajaban para él. Ellos se robaban la mayor parte de la poca comida que nos daban una vez al día...»

Al salir de prisión, Marinesko no podía ya volver a la marina. Nacido en 1913, (¡de nuevo la fatídica cifra!), murió en diciembre de 1963, víctima de un cáncer de la garganta. Durante sus últimos meses de vida, tuvo que alimentarse a través de un tubo y no podía hablar.

Sin embargo, y a pesar de su trágico destino, la mano de Marinesko fue guiada por Dios. ¿Cómo explicar si no la victoria de Rusia en la guerra?

En la habitación de 10,2 metros cuadrados que ocupaba en un apartamento comunitario se reunieron más de cien personas el día de su funeral. Su entierro fue simple, como cabe a un militar ortodoxo.

Fuente
RIA Novosti (Rusia)