Al conocer la muerte del Papa, sentí tristeza, nostalgia y un sentimiento de inmensa gratitud hacia él. Su vida es un ejemplo para el mundo entero. En su actuación como papa, recuerdo su defensa constante del hombre y su inalienable dignidad.
De los 117 cardenales que participarán en el próximo cónclave, sólo tres participaron en los de 1978. Se tratará, pues, de una experiencia nueva para casi todos. Es una experiencia excepcional y lo que nos será muy útil será el momento de la explicación previa, el de las «congregaciones generales», cuando nos reunamos entre «hermanos» y precisemos los objetivos futuros de la Iglesia. Esa elección será el fruto de la acción del Espíritu Santo. Pero no debemos caer en un espiritualismo fugaz. Habrá que hacer un importante trabajo para discernir entre hombres e ideas. Si existen ya discusiones tras las bambalinas, las ignoro por completo. Conozco ya a muchos cardenales, a menudo nos hemos encontrado en Roma, en Lourdes, en México, pero ni una sola vez he hablado con un cardenal elector del sucesor de Juan Pablo II.
Pienso con frecuencia en el futuro papa y rezo. Hace falta que sea un santo, un hombre que nos permita reconocer en él que Cristo está vivo y que puede proclamar su fe entre nuestros contemporáneos. Es sólo con esta condición y basado en la fuerza de su fe que podrá transmitir un mensaje nuevo y fuerte. Sin duda tendrá que prever también la toma de medidas para mejorar el funcionamiento de la Iglesia. No soy un especialista en cuestiones administrativas, pero es indudable que hay muchas cargas onerosas que podrán aliviarse. La nacionalidad del próximo papa tiene poca importancia.
Le Monde Referencias: «Le nouveau pape devra être un saint!», por Philippe Barbarin, Le Monde, 5 de abril de 2005. Texto adaptado de una entrevista.
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