Para visualizar el desarrollo de una sociedad socialista
venezolana en el siglo XXI,
es preciso conocer y analizar los
antecedentes históricos de la
formación capitalista en su
conjunto y en Venezuela en
particular. Metodológicamente, es también conveniente evaluar los contextos sociohistóricos
particulares de los países con los cuales estamos desarrollando
lazos de integración, con el
objeto de formular propuestas
y soluciones originales.
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Los problemas que plantea la construcción de una sociedad socialista no se relacionan solamente con los procesos económicos y políticos. El nivel de desarrollo de las fuerzas productivas necesario para que dicha sociedad pueda existir no puede ser disociado de la calidad del sistema de relaciones sociales, fundamentalmente de las relaciones sociales de producción, pero tampoco de la cultura.
Es vital comprender los aspectos de la vida social y cultural de nuestros pueblos, ya que ellos condicionan el desarrollo de sus fuerzas productivas.
Los problemas que aquejan a la sociedad venezolana han sido calificados como un efecto del subdesarrollo. El subdesarrollo ha sido entendido como el atraso estructural que tienen nuestros países con respecto al primer mundo, ocasionado por la dependencia social, cultural, económica y tecnológica [5]. No obstante, creemos que la dependencia se origina precisamente, en buena parte, porque nuestras élites intelectuales y económicas pensaban y piensan que debemos -de manera lineal- emular y alcanzar los logros del primer mundo capitalista, error que le costó la vida al socialismo real de la Unión Soviética. Nuestra meta no debe ser el norte, como dice el Presidente Chávez; nuestro norte es el sur, aludiendo a la necesidad de comprender y analizar las experiencias históricas que han conformado la base de nuestras sociedades y culturas suramericanas en general y la venezolana en particular.
Dado que a nuestros países se les impuso una forma de capitalismo generada desde la Europa Occidental, debemos estudiar y comprender particularmente la manera cómo llegaron a articularse en ese continente los diferentes procesos culturales, sociales, políticos, económicos y tecnológicos que coincidieron para que se diera la disolución del feudalismo y la implantación del capitalismo mercantil e industrial entre los siglos 12 y 18 de la era; pero también es preciso que comprendamos el por qué fracasó la implantación del capitalismo mercantil e industrial en América Latina y en particular en nuestro país. Apoyados en la experiencia histórica, podríamos demostrar que la forma capitalista utilizada en Venezuela hasta el presente no tiene capacidad para eliminar la pobreza, la desigualdad y la injusticia social y, en consecuencia, no es viable para construir una verdadera democracia; ello ha demostrado que ésta sólo puede ser lograda por y en un socialismo originalmente nuestro, que responda a nuestras propias especificidades.
Inicios del capitalismo mercantil
En Europa occidental a partir del siglo 12 de la era, los circuitos de circulación se expresaban como un sistema difuso de mercados locales que tenía su asiento en aldeas, pueblos y ciudades, el cual regulaba y mantenía en actividad la relación entre la ciudad y el campo. Vendedores/as de productos vegetales, panaderos/as, artesanos/as, carniceros, pescaderos/as, vendedores/as de bienes de segunda mano, de forraje para el ganado, quesos, leche, etc., mantenían una relación directa con los/as compradores/as manifestada por operaciones que eran efectuadas de contado.
La expansión demográfica que experimentó la población urbana de Europa occidental a partir del siglo XVI, influyó en el aumento de la producción de bienes y servicios que se produjo a partir del siglo XVII. Ello fue debido a la afluencia de oro, plata y piedras preciosas que detonó la acumulación temprana de capitales, producto del pillaje de las riquezas minerales y de plantas alimenticias originarias de México, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, entre otros.
De esa manera, los mercados se convirtieron en instituciones estables y especializadas en la producción/venta de bienes y servicios específicos: mercados de la lana, del maíz, de las telas, de la carne, de los pescados, etc., en torno a los cuales pululaban zapateros, panaderos/as, ropavejeros, vendedores/as de mantequilla, de quesos, etc. La necesidad de mayor número y variedad de mercancías para satisfacer el naciente mercado europeo determinó la formación de circuitos cada vez más amplios de circulación de mercancías provenientes de regiones y países cada vez más distantes, mercancías destinadas a favorecer el consumo de productores/as secundarios y terciarios cada vez más alejados/as de la producción directa de bienes y servicios.
La resultante acumulación de riqueza, de capitales en manos de la burguesía urbana determinó cambios importantes en la propiedad territorial agraria. Gran parte de las tierras que habían poseído por siglos los antiguos señores feudales, se convirtió en una mercancía transable que cambiaba regularmente de dueños para beneficio de las burguesías urbanas. Paralelamente, para estimular los intercambios mercantiles comenzó a desarrollarse un mercado de dinero a corto y largo plazo: prestamistas, usureros y banqueros que facilitaban los fondos necesarios para llevar a cabo cualquier empresa comercial que permitiese la obtención de un lucro significativo.
La empresa de Cristóbal Colón, por ejemplo, fue principalmente una aventura comercial que proporcionó finalmente fantásticos beneficios a sus financistas.
El éxito de la empresa de Colón abrió también las rutas del comercio ultramarino a otras naciones europeas como los Países Bajos (Holanda), Inglaterra y Francia, entre otros. Ello determinó el florecimiento de diversos sectores productivos como la artesanía y la industria y, particularmente, de la construcción de los buques para la navegación fluvial y ultramarina, de caminos, la cría del ganado utilizado para la tracción de sangre, la construcción de las carretas y carruajes necesarios para movilizar las mercancías y las personas, y el desarrollo de las nuevas tecnologías para maximizar la utilización de la energía hidráulica y la eólica.
Para mover los capitales dinerarios se crearon nuevos instrumentos financieros tales como letras de cambio y bonos de la deuda publica. A partir del siglo XVI, comenzaron a consolidarse en Amsterdam, Londres, París, Cádiz y otras ciudades europeas, las bolsas de comercio que regulaban la importación y la estructura de precios de las materias primas traídas desde América, África y Asia, así como la exportación de los productos manufacturados en Europa hacia las colonias ultramarinas.
El desarrollo del capitalismo mercantil impactó grandemente el mercado laboral. Los/as antiguos/as siervos/as medievales de la gleba, que habían estado sometidos/as por centurias a la voluntad del señor feudal, nunca habían sido dueños/as ni siquiera de su propia persona, mucho menos de los medios de producción. Lo único que podían ofrecer era su fuerza de trabajo, su inteligencia y su capacidad profesional.
A partir de la estabilización del capitalismo mercantil, el/la trabajador/a comenzó a vender su fuerza de trabajo a los mercaderes y financistas que tenían los capitales para promover los negocios, a cambio de un exiguo salario. De allí en adelante se originó el concepto de la relación capital-trabajo. La misma se expresa en la creación de la plusvalía, una ganancia sobre el precio real de la mercancía producida por el trabajo de los/as obreros/as, cuyo valor es superior al del salario invertido por el patrono. Es a partir del momento cuando existe la apropiación del trabajo de los/as obreros/as expresado en plusvalor para beneficio del dueño del capital, cuando comienza propiamente la producción capitalista.
Cultura, vida cotidiana y producción capitalista
La vida cotidiana consiste de pequeñas cosas y eventos que ocurren en un tiempo y un espacio rutinarios, los cuales son difíciles de percibir por los individuos que están inmersos en el día a día de la existencia. Los eventos cotidianos adoptan una manera de ser repetitiva, ritualizada, normada aunque parezca ser espontánea, lo que les convierte en una especie de estructura cultural, en tradiciones que tienden a permanecer estables durante largos períodos. Los hábitos de trabajo, los hábitos de comer y las maneras de mesa, la forma de vestirse, de construir, habitar y amoblar una vivienda, de divertirse, de relacionarse, la gestualidad se manifiestan de diferentes maneras en las distintas clases sociales de una misma sociedad y entre una sociedad y otra [6].
La vida cotidiana así entendida actúa como el mecanismo de conservación de los hábitos,comportamientos y valores, como freno a las modificaciones culturales. Por tanto, para que los cambios materiales de carácter estructural que se desea inducir en la vida de los miembros de una sociedad tengan permanencia, es necesario asimilarlos a una ética de vida, a una rutina de vida cotidiana donde tales cambios sean sancionados por valores de significación correspondiente.
Durante la Edad Media, la vida cotidiana de las poblaciones europeas estuvo dominada por una ética que implicaba una ideología de la pobreza y la austeridad, la cual consideraba como un pecado la acumulación de riquezas y a la usura como un delito. El consumo de bienes de uso era por tanto limitado, lo cual influyó en la cantidad y la calidad de la producción. Salvo la minoría nobiliaria, la mayoría de la población urbana y campesina se vestía muchas veces con harapos de lana o de lino. La gente dormía desnuda, ya que no se acostumbraba utilizar ropa para dormir. Una persona podía aspirar, en el mejor de los casos, a tener dos camisas y un par de zapatos o zuecos de madera cada dos años [7].
Las viviendas en general eran de madera con techo de paja, con un solo recinto donde habitaban tanto los humanos como los animales domésticos: vacas, cabras, aves, etc. El mobiliario era prácticamente inexistente, al igual que los artificios para la eliminación de las excretas. La calefacción era muy pobre y la ventilación muy somera. Las calles eran cloacas donde se acumulaba la basura cotidiana y corrían las aguas servidas.
Las moscas, pulgas y piojos plagaban tanto el interior de las viviendas de los ricos como de los pobres. La iluminación escasamente llegaba hasta la utilización de velas o lámparas de aceite.
La educación formal era un lujo que sólo se podían pagar algunos miembros de la clase nobiliaria. La mayoría de la población era analfabeta y sólo hablaba los dialectos o patois locales. El latín era la lengua mediante la cual se comunicaba la nobleza de los diferentes países.
Las lenguas nacionales, por el contrario, no tenían prácticamente literatura escrita, por lo cual tampoco había libros ni periódicos para la mayoría pobre o analfabeta. En consecuencia, los habitantes de los pueblos y ciudades no tenían prácticamente conocimiento sobre el mundo que rodeaba su existencia cotidiana. Por esa razón, uno de los principales logros culturales de La Reforma iniciada por Martín Lutero fue rescatar y popularizar la lengua alemana, estimular la educación, la creación de la imprenta y la producción de libros escritos en dicho idioma, particularmente La Biblia que hasta entonces solo podía ser leida en latín.
Hacia el siglo XIV, el modo de producción feudal comenzó a colapsar en la Europa occidental en medio de importantes rebeliones campesinas. Éstas se localizaron geográficamente en aquellas regiones donde se habían consolidado grandes centros urbanos cuyas relaciones mercantiles irradiaban hacia las regiones del entorno. [8]. La disolución del sistema señorial abrió la vía para el desarrollo de la economía burguesa, urbana, centrada en la producción artesanal de bienes de consumo y en el uso del dinero para las transacciones comerciales. La expansión de la producción estaba limitada no sólo por la pobreza generalizada de la población, tanto campesina como urbana, sino principalmente por el sistema de valores culturales que premiaban la pobreza y la austeridad como virtudes cristianas esenciales.
Uno de los objetivos que se propuso lograr el naciente capitalismo mercantil fue la supresión de esos valores, los del ancien regime, y la instauración de una nueva cultura basada en la posesión, consumo y disfrute de los bienes materiales como símbolos de prestigio social. Las artes visuales constituían para el siglo XVI de la era una especie de equivalente de los mass media contemporáneos, a través de las cuales se difundían las nuevas ideas y valores que animaban el modo de vida capitalista en ciernes. No es casual que en los Países Bajos, donde se desarrolló con mayor fuerza el modo de vida, la cultura capitalista, surgiesen pintores que contrariamente al viejo misticismo medieval, exaltaban el disfrute de los sentidos: la música, la buena comida, la bebida, la alegría.
Es así como Pieter Brueguel El Viejo pinta en 1568 un alegre baile de campesinos engalanados con hermosos vestidos domingueros, o como lo hace Vermeer en 1658, pintando y exaltando bellas y limpias madonnas encuadradas dentro de elegantes interiores domésticos. De igual manera, la arquitectura barroca reemplaza en Europa los volúmenes y líneas austeras del románico y el gótico, incorporando la pintura y la escultura dentro de conjuntos decorativos. La utilización de materiales constructivos como el mortero, la piedra, los ladrillos y las tejas de producción artesanal, comienzan a reemplazar la madera, el barro y la paja para la construcción de viviendas domésticas y edificios públicos, impulsando no solo el desarrollo del diseño arquitectónico urbano sino también la contradicción entre las formas culturales y socioeconómicas urbanas y las rurales.
A partir del siglo XVII, las bolsas de comercio de Amsterdam, Londres y París, entre otras, comenzaron a hacer grandes ganancias con la importación de mercancías como el tabaco, el cacao y las melazas de caña de azúcar traídas desde las colonias americanas: Venezuela, Brasil, México, Cuba, entre otras.
A partir de aquellas mercancías se confeccionaban productos de lujo que halagaban el paladar de la nobleza, la burguesía y la pequeña burguesía: cigarros, rapé, chocolate, ron, azúcar, etc., contrariando los ideales de austeridad que dominaban la sociedad medieval. Adrien Brouwer (1630) y J. Leyster (1629), por ejemplo, muestran sonrientes rostros de fumadores de tabaco armados con todo el instrumental necesario para preparar y encender los cigarros, o naturalezas muertas (Zurbarán ) y grupos familiares (Longhi) exaltando las delicias del chocolate. Otras numerosas pinturas y grabados dan cuenta de la renovación urbana de las ciudades europeas, de las novedades de la ciencia y la tecnología y, en general, de la nueva ideología que sustentaba el desarrollo del capitalismo occidental: posibilidades, cálculos, las maneras de hacerse rico y vivir bien, la introducción de las claves del lenguaje comercial: fortuna, aventura, razón, prudencia, seguridad. Los viejos valores de la nobleza, tales como vivir al día y despreocuparse por el futuro, fueron reemplazados por los de los comerciantes que economizaban su riqueza, calculaban sus gastos según sus ingresos y a sus inversiones según el beneficio que éstas podían producir.
El tiempo pasó de ser un bien natural, libre, a ser una mercancía que se invertía y se compraba para producir beneficios económicos y exaltar el individualismo, valor que debía ser inherente a la personalidad del individuo soberano, célula de la llamada sociedad civil, desideratum del egoísmo capitalista.
En las antiguas colonias europeas, actualmente países africanos y latinoamericanos, construidas sobre tradiciones originarias de solidaridad y cooperación social, el tiempo social fue y continúa siendo en cierta medida una categoría cultural incompatible con las que agrupa la ideología capitalista, quizás una de las causas de su fracaso. Hoy día, en la etapa neoliberal del capitalismo, se promueve la exaltación del individualismo y la disolución de la acción colectiva a través de la producción -entre otros elementos- de los libros de autoayuda, género que mueve actualmente importantes capitales en el sector de la industria editorial.
La cultura, incluso el arte, como vemos, no es un componente inocuo de la vida social.
Es parte de una forma ideológica que naturaliza, como se muestra en el análisis del presente caso, las conductas sociales que permiten consolidar un sistema socioeconómico, un determinado orden social. Como apunta Marx [9]"... la relación entre las fuerzas de producción y la forma de intercambio es la que media entre ésta y la actividad o el modo de manifestarse los individuos... Tal como los individuos manifiestan su vida, así son; lo que son coincide -por consiguiente- con su producción, tanto con lo que producen como con el modo cómo lo producen...". Esta forma de manifestarse es el modo de vida, que se expresa a través de la cultura y que alude a las condiciones en las cuales se produce el intercambio entre los individuos.
Socialismo y Cultura Socialista
Los sistemas económicos pueden comprenderse, según Marx, a través del estudio de la producción, entendida esta como un sistema integrado por tres áreas de gran importancia: la producción propiamente dicha, la distribución y el consumo. En el circuito de la producción se constituyen y renuevan los bienes y servicios necesarios para la reproducción de la vida social; el circuito de la distribución opera a través de la circulación, el intercambio y el comercio, procesos que -mediante la relación entre oferta y demanda- conforman lo que se denomina el mercado; en el circuito de consumo, se niega dialéctamente la producción, se destruyen los bienes producidos y circulados, permitiendo la reconstitución y ampliación de los procesos productivos originales.
Las leyes sociales regulan el circuito de la distribución. A través de este circuito se manifiesta el grado de desigualdad y la injusticia en el acceso a los bienes y servicios -inherentes al sistema socioeconómico capitalista- por parte de los miembros de una comunidad. La formación de las clases sociales y los diferentes sectores que las componen, son la expresión concreta del nivel de injusticia y desigualdad de dicha distribución. Para que pueda existir el socialismo, es necesario que se produzcan cambios estructurales en las formas de producción y en el sistema de propiedad, esto es, saber cómo, qué y por qué se produce, de qué se es propietario, quiénes son esos propietarios, cómo y cuáles son los medios de producción que se poserán. A este respecto, en el socialismo venezolano de nuevo tipo es necesario saber cuales serán las leyes que regularán la distribución de la producción, para abolir la injusticia y la desigualdad social.
Como hemos intentado esquematizar en párrafos anteriores, la disolución de la formación feudal y su reemplazo por una formación socioeconómica capitalista no parece haber sido inicialmente un proceso planificado. Hacia finales del siglo XV, cuando el feudalismo agotó su posibilidad de seguir siendo un sistema hegemónico, hizo crisis la contradicción interna entre el régimen señorial de producción fundamentado en la explotación agropecuaria y la forma de trabajo servil, y la producción burguesa asentada sobre la producción artesanal, el trabajo asalariado y el comercio. La exégesis de este proceso histórico comenzó a ser hecha hacia mediados del siglo, particularmente por pensadores de la Ilustración quienes, como Turgot, vertían sus opiniones en trabajos publicados en la Enciclopedia Francesa, cuando el capitalismo estaba entrando en su ciclo de consolidación que conocemos como Primera Revolución Industrial.
Previamente a la Primera Revolución Industrial se habían operado en la sociedad europea occidental cambios profundos en su modo de vida, en sus valores, hábitos y costumbres, que propiciaron una expansión en el consumo de bienes manufacturados y servicios. Los cambios culturales determinaron una expansión de la demanda, por lo cual la producción, distribución y consumo de aquéllos pudo proyectarse fuera de los circuitos locales ocasionales constituidos por mercados y ferias. El cambio en las condiciones materiales de vida generó una ideología, expresada en la cultura que legitimaba la ruptura histórica con el orden antiguo, propiciando posteriormente su expansión y consolidación.
Si aplicamos aquellas premisas a la situación venezolana contemporánea, veremos que existieron desde siglo XVIII [10] condiciones materiales que permitieron configurar un sistema socioeconómico donde el Estado, o sus sucesivas representaciones hasta inicios del siglo XX, jugaron un papel hegemónico en el desarrollo general del modo de vida, de la cultura y de las diversas formas socioeconómicas de producción que permitían mantener en funcionamiento nuestro sistema político.
Lo fundamental de la primera ordenanza de minería emitida en el siglo XVIII es el principio según el cual la propiedad de los minerales e hidrocarburos se atribuye, primero a la Corona de España por lo cual, una vez consumada la disolución de la Gran Colombia, aquélla revirtió al Estado nacional venezolano. El principio de propiedad estatal del subsuelo permaneció como fundamento de los siguientes Códigos de Minas y Leyes de Hidrocarburos que se han sucedido hasta el presente, lo cual ha conferido su sello particular al desarrollo institucional del Estado nacional venezolano y de la Cultura del Petróleo que propició de manera correlativa la explotación petrolera. Una tarea fundamental del socialismo venezolano es corregir la deformación introducida por el estatismo asociado con el asistencialismo gubernamental.
Ésta debe ser una fase estratégica de la lucha contra la pobreza, destinada a capitalizar -social y materialmente- a la población mayoritaria excluida por siglos del disfrute de la vida misma y de las decisiones que atañen a la misma definición de los bienes más elementales de la cultura. Pero el objetivo fundamental es que el Estado y sus riquezas lleguen a ser, sin eufemismos, propiedad social de los ciudadanos/as.
Podríamos decir también que durante la década transcurrida entre 1937 y 1948 se produjo la disolución de gran parte de las formas culturales y socioeconómicas heredadas de la sociedad colonial. Muchas formas culturales anteriores a la colonia no desaparecieron del todo y han continuado vigentes en la conducta social de la mayoría de los venezolanos/as. Ello se vio claramente durante el sabotaje petrolero del 2002/3 cuando la población venezolana -de manera espontánea- puso en práctica formas solidarias de participación para solventar los efectos nocivos de ese sabotaje en su vida cotidiana. Pero las formas coloniales de producción sí dejaron de ser hegemónicas. Entre 1948 y 1958 se construyó buena parte de la infraestructura material moderna de Venezuela, transformándose "racionalmente" el medio físico. Finalmente, entre 1958 y 1998 la oligarquía político-empresarial completó el supuesto proceso de modernización, alterando negativamente la mentalidad y la calidad humana y material de la sociedad venezolana.
A partir de 1958, la política cultural del Estado venezolano entregó la creación de valores a la industria cultural en la radio y la televisión bajo la forma de un monopolio controlado por las empresas norteamericanas que eran dueñas de las cadenas privadas radiales y televisivas. La mayoría de los valores culturales tradicionales, asfixiados y sepultados bajo toneladas de basura mediática, fueron convertidos en un subproducto de la cultura norteamericana, del american way of life. No se trataba ya de los maestros de la Escuela Flamenca promocionando los placeres de la vida bajo el capitalismo sino, por ejemplo, de una cuña televisiva que mostraba un hombre joven, impecablemente trajeado, acompañado de una bella dama rubia, que expresaba sus exquisitas preferencias: Su avión: Cessna; Su carro: Continental; Su Cuadro: Renoir; Su whisky: Checkers.
Otras cuñas mostraban a un personaje similar diciendo: Viceroy, el cigarrillo con clase para personas que se destacan. La intención era claramente mostrar que con el consumo de ciertos productos se podía emular a individuos de las clases sociales más favorecidas económicamente, al mismo tiempo que se estimulaba el logro de favores sexuales, se propiciaba la lucha entre generaciones, las situaciones de riesgo y dinero como elemento de autoafirmación de la juventud, la exaltación de la violencia, del individualismo, del egoísmo y de los sentimientos antivenezolanos. Decía el maestro Brito Figueroa: "La oligarquía financiera nativa respalda monetariamente la difusión del cosmopolitismo. La "izquierda cultural", el mesianismo pequeñoburgués (suspirando por el savoir faire de la sociedad de consumo), lanza sus dicterios contra la cultura nacional, por tradicional y folklórica y contra "el socialismo tradicional" por burocrático y reaccionario". [11].
Esta campaña, orquestada de manera particular para inducir valores culturales consumistas y antinacionales en la clase media, fue remachada con las telenovelas dirigidas fundamentalmente hacia la clase media baja y los sectores populares, con la finalidad de inducirles comportamientos de sometimiento al poder del imperio y la oligarquía político-empresarial venezolana, haciéndoles creer que si practicaban esas formas de consumo eran iguales a la burguesía, buscando generar entre ellos/as una identidad con los valores de los/as miembros de esa clase social.
De esa forma se perseguía naturalizar la explotación, la exclusión, la desigualdad y la injusticia social. Hoy día se trata también de alienar a los jóvenes de clase media a consumir determinadas marcas de cerveza utilizando un mensaje subliminal: si haces lo que sea que te pidan podrás disfrutar no sólo de la cerveza, sino también de favores sexuales en un ambiente de rumba mayamera. Se trata, pues, de una nueva versión mediática de aquella célebre cuña televisiva de los años 60, la cual pareciera estar también diseñada para crear lealtades políticas con empresas que apostaron a la destrucción del Estado nacional venezolano entre 2002 y 2003.
Nuevo Socialismo y Cultura Socialista
La construcción de un modo de vida socialista, si bien debe dar respuesta a las particularidades históricas y culturales de cada sociedad, tiene también que aludir a los principios generales, a las leyes que regulan el desarrollo de esta nueva formación económico social. En el caso venezolano, el régimen de propiedad de los medios de producción, como establece la Constitución Bolivariana, reconoce en esta fase de transición hacia el socialismo la coexistencia de la propiedad estatal, la propìedad cooperativa, la propìedad comunitaria y la propiedad privada, tanto en la producción como en la distribución de mercancías.
A este respecto, es importante acotar que los sistemas económicos pueden comprenderse, según Marx [12], a través del estudio de la producción, entendida como un sistema integrado por tres áreas de gran importancia: la producción propiamente dicha, la distribución y el consumo.
En el circuito de la producción, se constituyen y renuevan los bienes y servicios necesarios para la reproducción de la vida social; el circuito de la distribución, dice el autor al referirse a la formación capiitalista, opera a través de la circulación, el intercambio y el comercio, procesos que -mediante la relación entre oferta y demanda- conforman lo que se denomina el mercado; en el circuito de consumo, se niega dialéctamente la producción, se destruyen los bienes producidos y circulados, permitiendo la reconstitución y ampliación de los procesos productivos originales.
Las leyes sociales regulan el circuito de la distribución.
A través de este circuito se manifiesta -como elementos inherentes al sistema socioeconómico capitalista- el grado de desigualdad y las diferencias en el acceso a los bienes y servicios por parte de los miembros de una comunidad.
La formación de las clases sociales y los distintos sectores que las componen, son la expresión concreta del nivel de injusticia y desigualdad de dicha distribución. Para que pueda existir la transformación de una formación capitalista hacia una socialista, es necesario que se produzcan cambios estructurales en las formas de producción expresadas básicamente en el régimen de propiedad, esto es, saber cómo, qué y por qué se producirán los productos, de qué se es propietario, quiénes son esos propietarios, cómo y cuáles son los medios de producción que se poserán.
A este respecto, para que se dé un socialismo venezolano de nuevo tipo es necesario además saber cuáles serán las leyes que regularán la distribución de la producción de manera de abolir la injusticia y la desigualdad social, fundamento para la constitución y difusión de una cultura que sustentará el modo de vivir donde la solidaridad, el coperativismo y la participación social sean los referentes centrales de la vida cotidiana de los pueblos.
La construcción del Socialismo Venezolano del siglo XXI tiene, pues, que pasar necesariamente por la construcción de una cultura socialista, por la puesta en vigor -de manera integral- de los principios, derechos y deberes que consagra la Constitución Bolivariana.
Ello alude, particularmente, a la creación de nuevos/as ciudadanos/as dentro de nuevas relaciones sociales signadas por la solidaridad social, la cooperación entre individuos y la toma de conciencia sobre los elementos que sustentan nuestra identidad venezolana, a constituir colectivos sociales orientados hacia el logro de objetivos comunes, con nuevos hábitos y comportamientos sociales y laborales que estimulen la propiedad comunitaria y el trabajo cooperativo.
Precisamente, desde la colonia, la oligarquía trató de borrar esos valores que ya existían entre las sociedades originarias precoloniales, felizmente sin un éxito total; todavía muchos persisten como un valor social positivo particularmente entre las clases populares.
La construcción del socialismo se trata, en suma, de la promoción de un cambio histórico cualitativo que estimule una conciencia nacional que propicie la identidad cultural de nuestro pueblo para lograr su liberación y afirmación en la historia, de la liberación de sus fuerzas productivas como premisa fundamental de su desarrollo cultural, económico y social.
Por las razones anteriormente anotadas, la propiedad estatal plena de los principales medios de producción tradicionales lograda en 2002, como el petróleo, la energía eléctrica, la minería, la siderurgia, así como la propiedad cooperativa de viejos medios de producción como la tierra agraria debe propiciar, como está haciendo el gobierno bolivariano, la inversión de capitales que permitan reducir la deuda social, la burocracia, la pobreza, el subempleo y el desempleo.
Ello debería estar acompañado, es importante recalcarlo, de una política cultural de Estado orientada hacia la creación de nuevos valores sociales, a reforzar los viejos que aluden a la solidaridad social, a crear una cultura socialista de la participación, de la solidaridad, de la disciplina para el trabajo, hacia el estudio y la defensa soberana tanto de la patria venezolana como de la patria grande: Latinoamérica
La posibilidad de desarrollar la industria de la bioenergía, de los biocarburantes como el etanol y otros, debe llevarnos a pensar en una sociedad socialista donde la agricultura y el desarrollo de una nueva forma de sociedad campesina serán la clave para el desarrollo humanista de los colectivos soberanos que sin duda llegarán a gobernar al mundo del futuro.
Otro principio fundamental del proceso de construcción del socialismo debe ser el precio que habrá de imponerse a la plusvalía.
A nadie se le podría prohibir el derecho a acumular riqueza; sin embargo, a partir de un cierto nivel de ingreso, dicha acumulación debería estar sujeta a un impuesto progresivo: a más acumulación de riqueza, mayor impuesto fiscal, tal como se practica en el socialismo escandinavo. La renta producida por los mismos, debería ser invertida, por ley, en políticas sociales, transformando así la plusvalía en un elemento para desarrollar la calidad de vida de los sectores sociales más pobres, no para aumentar su miseria y su exclusión social, ya que son ellos -precisamente- quienes permiten generar esa plusvalía.
Para ello es necesario crear también conciencia social sobre la necesidad de mejorar la calidad del trabajo social, la producción y la convivencia cooperativa. Ello podría expresarse, por ejemplo, en la creación de formas de invertir en la producción de viviendas donde participen activamente los colectivos sociales, creando nuevos entornos sociales y culturales que resuelvan no sólo el problema de la vivienda sino también -y de manera integral- el desarraigo cultural, económico y social que produce la pobreza.
Esta sería una manera de no seguir copiando el modelo capitalista fracasado (invertir recursos económicos ad infinitum) diseñado por la banca privada y las grandes empresas de construcción, que resuelve el problema de los empresarios mas no el de los ciudadanos/as, sobre todo de los más pobres.
La creación del socialismo venezolano se ha iniciado a través de las diferentes misiones sociales, políticas y económicas que ya ha puesto en marcha el gobierno bolivariano, las cuales, para tal fín, deberían estar coordinadas por una Misión de Misiones. Para maximizar sus logros se requiere, como diría el maestro Simón Rodríguez, capacidad para comprender, inventar, enmendar errores y, sobre todo, entender que para lograr dicha meta es necesario adelantar una gestión política y administrativa coordinada bajo premisas ideológicas-culturales coherentes que garanticen su viabilidad.
La Red Voltaire autoriza la reproducción de sus artículos a condición de que se cite la fuente y de que no sean modificados ni utilizados con fines comerciales (licencia CC BY-NC-ND).
Fuente: «Cultura y procesos económicos», por Iraida Vargas-Arenas, Mario Sanoja Obediente , Red Voltaire , 10 de agosto de 2005, www.voltairenet.org/article126740.html
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