El Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos que el gobierno de Alfredo Palacio viene “negociando” con la misma fruición y enfoque economicista con que lo hizo su predecesor Lucio Gutiérrez, ha colocado al Estado-nación ecuatoriano al borde del precipicio.
Abdicación de la soberanía
Si el Ecuador firma el TLC, renunciaría completa e irreversiblemente a su soberanía y autodeterminación, puesto que su capacidad para decidir sobre las cuestiones más significativas para la vida del país habría sido transferida a la Casa Blanca y Wall Street. Se alude no solo a la imposibilidad de ejecutar un proyecto nacional de relativo autocentramiento, sino también a la potestad para mantener el control sobre asuntos tan trascendentes para el bienestar de la nación como la educación, la salud, la salubridad, la seguridad social, las comunicaciones o la protección del ambiente, que tendrían que supeditarse a las leyes estadounidenses y a la voluntad de poderosos hombres-corporación.
Condición sine qua non de la soberanía de un Estado constituye la administración de un territorio. A la luz de los TLCs suscritos por la potencia unipolar con otros países, pocas dudas caben de que el instrumento en referencia consagraría una nueva territorialidad, controlada externamente, con lo cual las autoridades locales prácticamente nada de relieve decidirían en el futuro respecto de la utilización del suelo y los recursos adscritos como el petróleo, el agua, el oxígeno, el clima, las plantas y animales... Aún más, el saber vernáculo, la cultura e incluso los ritos religiosos serían aprisionados en la fría lógica del costo/beneficio.
Un correlato del TLC al que no se le ha prestado atención en nuestro medio constituye el vaciamiento democrático. El hecho es que, en virtud de esa integración de “una sola vía”, la democracia -incluso en su variante formalista- devendría una pieza de museo. Ya ningún sentido tendría elegir dignatarios, nacionales o seccionales, dado que éstos carecerían de atribuciones para, por ejemplo, disponer la construcción de obras de infraestructura y generar empleo.
En suma, el TLC lo que en puridad ofrece al Ecuador es el cercenamiento de su sustentabilidad material y de sus más caros atributos políticos. Conforme apuntáramos en otra oportunidad, el tratado presupone un asalto a la tierra y el cielo.
La ruta de la servidumbre
Que el régimen cipayo de Gutiérrez impulsara la “constitucionalización” de la dependencia mediante la suscripción del TLC (“el TLC va porque va”, declaró el dictócrata), aunque vergonzoso e indignante, no conllevaba sorpresa. En cambio, que un gobierno como el de Palacio, producto de las movilizaciones éticas, nacionalistas y antineoliberales del “Abril forajido” quiteño, haya decidido apostar a la fórmula integracionista-anexionista de Washington aparece como un escarnio a la fe pública.
Tanto porque resulta inaudito imaginar un acuerdo “razonable” o “ventajoso” (“un arreglo entre partes iguales”, según la jerga oficial) con un interlocutor cuya meta no es otra que profundizar y perpetuar un orden colonialista más ominoso al que, en su momento, implantara en estas tierras la Corona española, como porque el actual mandatario asumió el poder con la promesa de convocar a un referendo para definir la tesis nacional sobre esa iniciativa del Gran Hermano.
Cuatro meses después, ese compromiso se ha difuminado en entendimientos bajo cuerda con el oligárquico Partido Social Cristiano y las cámaras patronales, especialmente costeñas. El nuevo inquilino de Carondelet ha buscado camuflar el viraje apelando a una fraseología subjetiva y prepotente. “No podemos quedar fuera de la globalización (corporativa)” y “El TLC es equiparable a una delicada operación quirúrgica”, incomprensible para el pueblo, repite en cada ocasión; y, a través de su ministro- negociador Oswaldo Molestina, acaba de congratularse por la aprobación del CAFTA en el Congreso norteamericano.
Y las cosas apuntan a ir más lejos. Con las remociones del ministro de Economía, Rafael Correa, y del presidente de PETROECUADOR, Carlos Pareja Yannuzzelli, partidarios, en nombre del cumplimiento de las leyes ecuatorianas, de la caducidad de una concesión a la Occidental Petroleum (la tristemente célebre OXY), el Ejecutivo -a través de su ministro de Energía, Iván Rodríguez- parece dispuesto a ceder al chantaje de “la Embajada”, para allanar el camino a la suscripción del TLC. El argumento oficial que se viene difundiendo para atemperar la felonía en ciernes es que el “caso OXY” comporta una “política de Estado”. ¡La cesión de la soberanía jurídica convertida en política de Estado! De Ripley.
Por lo demás, el TLC entre Ecuador y Estados Unidos ha merecido en los últimos días el espaldarazo de León Febres Cordero (reconocido como el “Don Corleone” de la política criolla).
Los dioses ciegan (y ensordecen) a quienes quieren perder. Hace poco, desde Bogotá, el ex presidente Bill Clinton, promotor del NAFTA e ideólogo del “imperialismo republicano”, recomendó prudencia a los mandatarios andinos antes de dejarse seducir por los cantos de sirena del totalitarista Bush Jr. ¿Qué resonancia tuvieron sus palabras en Carondelet? Al parecer, ninguna. Al igual que el clamor de incontables organizaciones sociales, campesino- indígenas, pequeñoempresariales, humanitarias, ambientalistas y religiosas que, lúcidamente, vienen impugnando el genocidio económico y cultural que asegura el TLC.
A Palacio y a sus amiguetes del Club de la Unión lo único que parece importarles es el plato de lentejas de los 20 millones de dólares implícitos en las preferencias arancelarias andinas (ATPDEA). Exoneraciones concedidas por la Casa Blanca, no de modo unilateral -conforme piensan Molestina y sus fundamentalistas asesores-, sino como compensación por la involucración del país en la cruzada contra las drogas psicoactivas, señuelo fabricado por Washington para “criminalizar” a las sociedades periféricas.
Autonomías: vuelta de tuerca a la neocolonialidad
El viejo Borges dejó escrito que “la democracia es una ficción estadística”. Acaso le faltó acotar que, a veces, esa ficción se corporiza en perversiones políticas (y de las más destructivas). ¿A qué aludimos? Como se recordará, Palacio juró la presidencia para contener “el plan siniestro de desinstitucionalización de la República” en que venían empeñándose Gutiérrez, la diligente embajadora Kristie Kenney y la paramilitar “Sociedad Patriótica”. A ese propósito, se comprometió a “refundar el país” desde bases doctrinales y normativas genuinamente democráticas, amén de poblar el territorio con “blancas escuelas y limpios hospitales”. Palabras, palabras, palabras... diría Shakespeare.
La reforma política para el salvataje nacional se ha echado a andar mediante un “Proceso de Concertación Ciudadana”, una consulta mediática que está resultando en un reality show desprovisto de racionalidad filosófica, académica y técnica (el “tontódromo” que vislumbrara un levantisco de las jornadas abrileñas); y lo que es más grave, en un inescrupuloso instrumento enfilado contra la supervivencia del Estado-nación. ¿Qué queremos significar con esto último?
Básicamente que el “test” electoral que el Ejecutivo ha derivado de la referida consulta, lejos de proyectar los sentimientos nacionalistas y proclives a una democracia profunda que afloraran desde la resistencia al “gutierrismo” y que debían tomar forma en una Asamblea Constituyente de alma “forajida”, comporta en realidad un caballo de Troya, una conspiración contra la integridad política, administrativa y financiera de la nación.
El hecho es que en el aludido cuestionario que sería votado el próximo octubre, no se incluye la pregunta relativa a la permanencia del Ecuador en las tratativas del TLC (acaso la única que se habría justificado plenamente); en cambio -y de modo apologético- se incorpora una referente al “modelo autonómico”, término tecnocrático que oculta propósitos fragmentalistas, secesionistas y refeudalizantes que, desde la década pasada, buscan cristalizar en estas latitudes los geoestrategas norteamericanos, en sospechosa coincidencia con caciques localistas nativos. ¿Cuál es el soporte histórico-conceptual de la propuesta?
Las autonomías regionales, zonales, provinciales o citadinas tienen como soporte la vieja divisa romana del divide et impera. En los tiempos que corren, el postulado hace parte de la estrategia de securitización y libre mercado con que la Casa Blanca viene evangelizando en esta época cibernética y poscomunista. Concretamente, con su receta autonómica “for export”, Estados Unidos pretende culminar el proceso de “desnacionalización de los estados nacionales” (Ander-Egg) para, de ese modo, viabilizar el “engullimiento” por parte de sus conglomerados de los recursos de distinto orden de los países periféricos, especialmente de los más débiles y desorganizados.
Expuesto de otro modo, las autonomías constituyen un elemento clave del “modelo de acumulación por desposesión” (Samir Amin), ese capitalismo de rapiña que en tiempos recientes ha desembocado en episodios tan repulsivos como el desmembramiento de Yugoslavia y la invasión colonialista a Afganistán e Irak.
En el caso ecuatoriano, la fuerza endógena de las autonomías, aparte del fracaso del modelo rentista y especulativo instrumentado en el último cuarto de siglo, proviene de los insanos apetitos de riqueza y poder de caudillos localistas actualmente liderados por el alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot Saadi. Al parecer, jugosos beneficios y comisiones centellean de la “balcanización” del Ecuador. No por casualidad, detrás del famoso modelo autonómico se puede detectar a las mismas mafias político-financieras que hace poco impulsaron la pérdida de la soberanía monetaria del país con la muerte-asesinato del sucre.
País-probeta y reino del cinismo, la conversión de la Patria de Rumiñahui, Espejo, Manuelita Sáenz, Rocafuerte, Alfaro, Roldós... en un archipiélago de microterritorios inviables se la viene catapultando con la bandera de la “lucha contra el centralismo”, sofisma que oculta que el resquebrajamiento de la institucionalidad y de la moralidad que soporta paladinamente la República es imputable sobre todo a las castas plutocráticas -serranas y costeñas- que han monopolizado el poder desde 1830.
La moneda está en el aire
Curiosa modernidad ésta que con el TLC y las autonomías se ha propuesto avalar el mandatario Palacio. Mientras los países más poderosos del planeta se empeñan en fomentar integraciones- integradoras para enfrentar los rigores de la mundialización del capital, por estos lares se insiste en apostar a un trasnochado liberalismo, en una suerte de fuga hacia adelante que solo puede resultar en la ruptura de procesos integrativos de raíz milenaria y en una refeudalización política y territorial.
Doctor Alfredo Palacio: ¿Percibe Ud. que con la firma del TLC y la galvanización de las autonomías estaría encendiendo, no las luces de la modernidad primermundista, sino las interminables hogueras de confrontaciones de tipología tribal? ¿Será que quiere pasar a la historia como el sepulturero del Estado-nación ecuatoriano?
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