Se realizó en Venezuela, entre el 7 – 15 de agosto, el XVI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes. El certamen retomó con toda vitalidad la época donde estos eventos movilizaban a miles de jóvenes comunistas de todo el mundo. En esta ocasión los asistentes superaron la cifra de los quince mil.
La selección de Venezuela como anfitriona de este importante evento, no es casual. Es la certificación de que en el país vecino está sucediendo algo trascendental, digno de ser conocido y compartido con los jóvenes.
Como en otros eventos de este carácter, la vistosidad de los asistentes, la música y la informalidad, es la nota que destaca a primera vista. Pero su objetivo central (impulso a la paz y la solidaridad mundial) y su temario (imperialismo, educación, cultura, ciencia y tecnología, economía y desarrollo, democracia, libertad, y otros más) reflejan el interés de las secciones juveniles de los partidos de izquierda, que hacen parte de la Federación Mundial de la Juventud, por una mayor politización de sus congéneres de todo el mundo.
Mucho a cambiado desde el primero de estos festivales (Praga 1947) y el que acabó de realizarse en el país vecino. No sólo no existe el campo socialista, sino que además está mandado a recoger el verticalismo en las organizaciones de izquierda y sus relaciones con los movimientos sociales; además en el escenario de las reflexiones teóricas hay un nuevo y dinámico bagaje de nuevas preocupaciones.
Por momentos preocupa que estos cambios no se retomen con todo el significado que cargan. Por ejemplo, en el momento de organizar las delegaciones en cada país, donde las organizaciones de jóvenes comunistas pretenden desconocer la vitalidad y versatilidad de los movimientos juveniles. Hay que enfatizar que para los cambios que requerimos en los países periféricos, urgimos no sólo de comunistas. La alianza en pro de la justicia, la democracia, la felicidad, la soberanía y la autodeterminación de nuestros pueblos, es de un rico, real y bello arco iris, que debe garantizar un debate más dinámico y plural, pero que por demás –y como una de sus consecuencias- también debe estimular a nuevos conglomerados sociales a superar sus procedencias ideológicas, aun remitidas a una futura justicia celestial, llena en la actualidad de conformismo.
Esta diferencia de épocas queda por momentos oculta, cuando se le da todo el realce a los temas estructurales. Lo que más destaca de los debates son las alusiones al imperialismo, a la economía, a la explotación, las privatizaciones y temas similares. Sin restarle importancia a los mismos, hay que incorporar el análisis y seguimiento, con toda la vitalidad y profundidad que merece, de las cotidianidades, los nuevos relacionamientos impuestos en nuestras sociedades, y las formas organizativas y de resistencia de allí derivadas.
Por ejemplo, propiciar el seguimiento y la comprensión del papel de los mass media en nuestras sociedades, pero analizados en lo micro, en el significado de los lenguajes, los colores, los ritmos, la manipulación y la oferta de felicidad que hacen a diario. Y desde ellos una lectura de la escuela, para poder acercarnos a las rupturas juventud – educación – sociedad. Visualizar sus implicaciones para un proyecto de sociedad diferente y las maneras como tendríamos que actuar en nuestras realidades para motivar a los jóvenes a romper con las ofertas de consumo que a diario les hacen como alternativa de vida. Demandar al unísono “soberanía informativa”, con un modelo de comunicación no manipulador y con sociedades que brinden real acceso de todos sus miembros a los bienes básicos que la misma ha producido.
Acercarse a temas como los de relación ciudad – campo, a la manera como los jóvenes de las zonas rurales ven las metrópolis, al fuerte imán que estás ejercen sobre las primeras, a las consecuencias que para todo ordenamiento social tiene el hecho de que no existan motivaciones para proseguir en su lugar de nacimiento, de educación o de trabajo. ¿Cómo equilibrar ciudad – campo?
Queremos decir con esto, que un signo de nuestros tiempos, que debe dar cuenta de los errores del campo socialista, es prestar más cuidado a las cotidianidades e individualidades, pues desde ellas se desprenden grandes posibilidades para una sociedad realmente en libertad. Negarlo –inconscientemente- al prestar toda la atención a la superestructura es no aprender del pasado y estar a punto de repetir errores ya identificados.
Desde otro ángulo y desde otros intereses, algunas organizaciones juveniles lo hacen. Por ejemplo las estructuradas alrededor de la iglesia, que también se reúnen por estos días, que tienen como uno de los temas centrales de sus debates el uso del condón y el aborto. En contravía del XVI Festival llevado a cabo en Venezuela, estos no retoman los temas de la injusticia social apoyados en análisis económicos, lo cual los lleva a legitimar la desigualdad mundial. Pero se ubican en temas que afectan profundamente a los jóvenes, en especial a las mujeres, que deberían ser debatidos amplia y públicamente por todos los jóvenes para, desde una ofensiva cultural reivindicar el derecho de éstas a decidir sobre sus cuerpos, desmitificando al unísono lo que se creería superado: mitos sobre el sexo, el placer, la familia, la felicidad, la igualdad, la solidaridad entre géneros, etcétera.
Son visiones opuestas para el análisis, pero ambos llaman la atención por que se disputan el fervor de los jóvenes, sin el cual y sin los cuales es imposible llevar a cabo rupturas decisivas dentro de nuestras sociedades. Más aún dentro de las latinas, ampliamente juveniles.
Sin duda alguna la izquierda tendría todas las de ganar en una disputa social dirigida hacia los jóvenes. Es difícil encontrar uno que no anhele con toda sus fuerzas la justicia, uno que no esté de acuerdo con romper el verticalismo social, uno que no desee hacer añicos los mitos y falsas creencias sobre el sexo, etcétera.
Sin embargo, desde prácticas culturales afincadas en una profunda acción comunicativa y desde una cotidianidad que rompe la solidaridad entre iguales, los sueños juveniles son despedazados. Los dueños de las grandes empresas en todo el mundo, financiadores de las campañas presidenciales y de infinidad de congresistas por doquier, aliados imperecederos de las iglesias y del status quo, van ganando el liderazgo juvenil.
Donde antes se veían jóvenes solidarios ahora se ven muchachos y muchachas individualistas, aislados en sus deseos de triunfo solitario. Con la cosificación y enajenación social, el dinero se ha impuesto como valor supremo. Cosificada la sociedad las nuevas generaciones han terminado por aceptar el mito del triunfo individual.
A tal punto hemos llegado, que un informe reciente nos precisa que la meta de los jóvenes japoneses es ser rico a los 25 años. No muy lejos estamos en Colombia donde el narcotráfico profundizo su ideal de felicidad alrededor de la riqueza y el consumo, y donde el discurso diario de sus gobernantes conlleva a la dispersión de los distintos grupos sociales, al “sálvese quien pueda”.
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