Derechos humanos es uno de los temas que ha sufrido mayor distorsión en las últimas décadas en el Perú. Sucede que con el tiempo este término ha adquirido en el imaginario colectivo un sesgo que paradójicamente ha ido en perjuicio de los derechos humanos de todos, pero sobre todo de los más vulnerables y desposeídos, de los que viviendo día a día sólo sobreviven, de quienes viven en pobreza y pobreza extrema, (que en el Perú actual supera al 52 % de la población). Pero también, en perjuicio de quienes, sin encontrarse en situación crítica de pobreza, transcurren sus vidas entre la necesidad y la precariedad. Una razón que explica ese sesgo en el país es que cierto número de ex militantes de la izquierda comunista comenzó a instalarse desde hace por lo menos un par de décadas en diferentes organizaciones no-gubernamentales y circunscribieron su accionar, casi exclusivamente, a cierto tipo de derechos, de cierto tipo de personas. Prácticamente, esos grupos se “apropiaron” excluyentemente del tema y del “discurso” de los derechos humanos. Esto es una circunstancia políticamente agraviante que es preciso analizar, comprender y cambiar por ser intrínsecamente injusta, ineficaz y absurda (1).
Por otro lado, en el mundo, en la imaginación y en el concepto de muchos, esta expresión básicamente es entendida, casi de manera automática e inconsciente, como referida a los derechos de cierto grupo de personas en situación crítica para su vida, su integridad física o su libertad. Casi con una visión policial de los derechos humanos, está referida a quienes se encuentran privados de su libertad en cárceles, campos de concentración, comisarías o cuarteles militares (circunstancia frecuente durante épocas de conflictos armados internos, gobiernos represivos, o guerras internacionales en las que se entregan a las fuerzas armadas, o ellas asumen per se, una discrecionalidad excesiva y a la postre lesiva para muchos inocentes y para la sociedad en su conjunto). Lo anterior fue reforzado sobre todo por los impactantes acontecimientos e imágenes de la II Guerra Mundial con el genocidio perpetrado por los nazis en perjuicio del pueblo judío y otras minorías étnicas. Así, se instaló en la teoría de los derechos humanos el concepto de “derechos fundamentales”. Volviendo al Perú, es preciso y justo recordar y dar la importancia que reviste el hecho que muchos apristas, desde 1930, sufrieron la violación de su derecho fundamental a la vida y muchos más pudieron dar testimonio directo como víctimas sobrevivientes de esas violaciones a su integridad física (torturas), a su libertad (detenciones ilegales y arbitrarias que podían alargarse meses o años), al debido proceso (parodias o farsas de juicios), así como a los derechos de expresión de conciencia y pensamiento, de asociación, de movimiento y, por supuesto, de sus (nuestros) derechos políticos durante los regímenes dictatoriales y represivos del pasado. Por ello, como colectivo político los apristas debemos estar en la vanguardia de este tema central en el Perú y porque la gratitud con nuestros hermanos mayores así nos lo impone. Pero hay mucho más.
Durante los últimos 12 años aproximadamente (desde la Conferencia Mundial de Derechos Humanos de Viena en junio 1993) se viene produciendo un cambio de percepción que transforma y enriquece el concepto y contenido de los derechos humanos en el planeta. De una reducida y, por tal, errática visión sesgada de derechos humanos referida sólo a los llamados “derechos fundamentales” (que fragmenta absurdamente al ser humano y sugiere que tiene derechos que son “prescindibles”) se viene pasando claramente, ecuménicamente, a una perspectiva integral, universal, indivisible e interdependiente. Es decir, una perspectiva que abarca todos los derechos humanos de todos los seres humanos. Estamos hablando entonces de los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales que son indivisibles, que tienen el mismo rango y que como tales han sido reconocidos por el Perú. Por ello, actualmente los derechos humanos es un tema que, cada vez más, va poniendo a prueba la validez de las organizaciones políticas y la autenticidad de sus líderes y dirigentes. Es un debate permanente que puede fortalecer en sus fundamentos o debilitar a límites desconocidos a cualquier partido político u organización civil. Tan es así que, si hay un conjunto de ideas que podrían reflejar el desarrollo ético colectivo de un grupo humano o el deterioro grave de sus principios, ese tema es, sin duda alguna, el de los derechos humanos.
Un nuevo enfoque de derechos humanos, el APRA y el proceso electoral
Una combinación de factores, situaciones y hechos ocurridos en el Perú durante los últimos lustros ubica al país entero, a la sociedad toda, al Estado nacional y a la casi totalidad de sus instituciones en una de las más severas crisis de legitimidad, credibilidad y eficacia. El debilitamiento y deterioro progresivo han alcanzado obviamente al llamado “sistema de partidos” aunque este término puede ser excesivo para lo que realmente ha habido en el Perú. Al respecto, suele decirse, con acierto, que realmente partido político como tal, en cuanto a filosofía y doctrina, organización y estructura, programa político de acción y proyección histórica y continental puede hablarse de sólo uno en el país, sin exageración ni hipérbole: el APRA o Partido Aprista Peruano (concebido inicialmente como la sección peruana del gran partido de la unidad continental latinoamericana a la que aspiraron sus fundadores con Haya de la Torre en el liderazgo). Sin embargo, el APRA sigue atravesando hoy una evidente crisis de falta de credibilidad y de conexión con la mayoría del pueblo peruano.
A pesar del transcurso de los años, que a su vez iban acumulando existencia institucional de partidos como Acción Popular, Democracia Cristiana, Partido Popular Cristiano, Partido Comunista Peruano más una variada presentación de grupos de izquierda marxista-leninista-maoísta, ninguna de estas organizaciones políticas ha logrado estructurarse sólidamente en el seno de la sociedad, ni arraigado en la conciencia de los pueblos del Perú con suficiente solvencia como para poder ser denominado partido político de nivel y alcance nacional. Los partidos de derecha, centro derecha o populistas nunca alcanzaron consistencia necesaria por razones que en otro momento pueden analizarse. Por otro lado, el derrumbe del sistema administrativo “comunista” o de capitalismo de Estado, que conllevó a la desaparición de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, en 1989/1990, y de los regímenes satelitales que constituían el Pacto de Varsovia y, por otro lado, el inicio franco y formal en 1984 del proceso de “rectificación” que promovieron en su país los dirigentes de la República Popular China, constituyeron un severo golpe, traumático e irreversible hasta hoy y una hecatombe institucional para las débiles o incipientes organizaciones políticas peruanas de esa otra izquierda que aspiraban a reproducir, más o menos, esos sistemas euro-asiáticos en el Perú
Desde el partido político más grande hasta el más pequeño, quizás la responsabilidad vaya en razón directa de la calidad organizativa, de la cantidad y calidad de sus miembros, de lo acumulado como experiencia histórica para emprender la tarea gigantesca y difícil de gobernar bien al Perú, de nutrir, educar, sanar, y, por supuesto, dignificar a la población, en la serenidad, austeridad y honradez de un verdadero gobierno nacional, con sentido claro de lo que significa la solidaridad y la justicia social. Aquí, de verdad, no tendría que haber mucho rodeo ni retórica. Si cada partido político, comenzando por el partido de Haya de la Torre, asume como propios los tratados internacionales de derechos humanos, sería un excelente comienzo para empezar a entendernos entre los peruanos. Tal vez, el gran tema de la agenda nacional, inconclusa, quebrada y ostensiblemente deficitaria hasta hoy, sea, precisamente, el Derecho Internacional de los Derechos Humanos, que en el Perú forma parte de nuestro derecho interno y por esa razón constituye un auténtico emplazamiento a la inteligencia y a la transparencia de los actores políticos.
La globalización y el desarrollo humano
Por otro lado, la llamada “globalización” de sistemas de producción de bienes y servicios, de métodos y estilos de manejos financieros de corporaciones y Estados, con la inicial presunta liberalización del comercio, del traslado de industrias y capitales y la definición de los Estados Unidos como la primera potencia en el planeta sin competencia ni desafío en el futuro previsible en el plano económico, político y militar significan una nueva realidad de insólitas contradicciones, opulencias y carencias al nivel de la miseria. Todo esto sintetizado muy bien por la escritora Ana Mayte Mendía de Coria en el reciente artículo que aparece en la Revista Digital de Cultura, Sitio al Margen, con el título ¿Aldea Global o Moderno Feudalismo?:
“...en ciertos aspectos y para ciertos sectores, el mundo ha pasado a ser una aldea global. Las fronteras parecen haber desaparecido cuando de mover industrias y capitales de una parte a otra del planeta se trata. Pero el ciudadano de a pie no tiene la misma libertad de movimiento y, por tanto, es incorrecto generalizar....Por lo que al ciudadano común se refiere, el mundo más bien parece llevar camino de convertirse en un feudo global donde conviven una increíble opulencia y condiciones paupérrimas más propias de la época de Dickens. La moderna espada de Damocles que pende hoy sobre las cabezas de millones de habitantes en el planeta es precisamente esa facilidad del capital y de la industria para instalarse en otras naciones donde pueden escapar a las mínimas reglas de control que en los llamados países desarrollados existen para mantener al menos un mínimo de equilibrio que garantice la pacífica convivencia de sus ciudadanos......la amenaza de cierre y desmantelamiento de la empresa se practica impunemente cada vez que los trabajadores - a la vista de récords de beneficios de las empresas para las que trabajan - “osan” pedir que la torta se reparta más equitativamente y que ese aumento de beneficios se refleje en sus percepciones salariales....La medida del temor colectivo nos la da el hecho de que los sindicatos en la actualidad dejan a un lado la lucha por las reivindicaciones salariales pata tratar de conseguir la firma de acuerdos con la patronal que garanticen la “seguridad de empleo”....Los sueldos llevan años congelados o han aumentado en porcentajes inferiores al aumento del costo de vida, y, consecuentemente, se puede palpar la reducción del poder adquisitivo. Estamos retrocediendo en el terreno económico cuando, debido al potencial, deberíamos estar avanzando...no estamos hablando de una economía mundial en crisis sino de una crisis mundial de valores y prioridades....el problema tiene nombre y apellido se llama avaricia desmedida, el reparto se hace cada vez de manera menos equitativa y más excluyente”
El Perú y la globalización
En el Perú los fenómenos económicos y sociales descritos líneas arriba comenzaron nítidamente en los 90, facilitado ello por la severa crisis de los partidos políticos, incluida la del APRA. De 1990 al año 2000, el número de pobres subió de 6 millones de seres humanos a cerca de 13 millones, acercándonos en el año 2005 a los 14 millones de pobres, aproximadamente un 52 % de la población, de los cuales unos 7 millones viven en condición de pobreza extrema según estándares de las Naciones Unidas. El último informe de desarrollo humano ubica al Perú (en realidad el deterioro ha ido agudizándose desde la década del 90) entre los últimos lugares de América Latina. En cuanto a desnutrición y malnutrición de la infancia y la niñez, nuestro país está ubicado entre los primeros lugares y, ocupamos el primer lugar en tuberculosis en A.L. según el último informe (2004) sobre el Perú del Relator de Salud de las NN.UU., Paul Hunt. Este empobrecimiento de la inmensa mayoría de peruanos fue paralelo al enriquecimiento y opulencia de pequeños grupos vinculados a los poderes financieros, comerciales y de servicios transnacionales para quienes el sesgo reduccionista de derechos humanos mencionado en los numerales anteriores ha sido un gran y muy lucrativo negocio.
Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía 2001 y ex vicepresidente del Banco Mundial señala en su libro “El Malestar en la Globalización” (páginas 43 y 73):
“Los críticos de la globalización acusan a los países occidentales de hipócritas: forzaron a los pobres a eliminar las barreras comerciales, pero ellos mantuvieron las suyas e impidieron a los países subdesarrollados exportar productos agrícolas, privándolos de una angustiosamente necesaria renta vía exportaciones. EE.UU. fue, por supuesto, uno de los grandes culpables, y el asunto me tocó muy de cerca. Como presidente del Consejo de Asesores Económicos (de Bill Clinton) batallé duramente contra esta hipocresía....Con demasiada asiduidad mis esfuerzos fueron vanos y prevalecieron intereses particulares, comerciales y financieros – cuando me fui del Banco Mundial aprecié con toda claridad las consecuencias para los países en desarrollo....¿qué hacer por los 1,200 millones de personas que viven con menos de un dólar diario, o los 2,800 millones de seres que viven con menos de 2 dólares diarios”
¿Suena familiar? Porque las consecuencias las seguimos pagando en el Perú con los niveles insultantes de pobreza que referimos en numerales anteriores. Tal como vienen ocurriendo las cosas, luego del descalabro del gobierno de Alberto Fujimori, que encabezó el régimen más corrupto que haya conocido la historia del Perú, el gobierno de Alejandro Toledo continuó con la misma política económica que denuncia precisamente Stiglitz. Una combinación de servilismo y aquiescencia (que incluye groseras exoneraciones tributarias) con grupos económicos poderosos, sobre todo extranjeros, han mantenido los niveles de sueldos y salarios entre los más bajos de la región, y el de desempleo entre los niveles más altos pues al aplicar Toledo el mismo modelo económico de Fujimori no ha habido generación de empleos de calidad y los que se han generado fundamentalmente en el sector servicios, de mala calidad, no compensan ni de lejos los que se perdieron con el desmantelamiento de nuestra industria incipiente, de la actividad agroindustrial y del achicamiento insólito de los presupuestos para los sectores sociales de salud y educación.
No ha habido pues en el Perú, distribución de riqueza, ni reparto equitativo de los frutos del voceado “crecimiento económico”, que no se ha traducido en mejora de la calidad de vida para las familias peruanas viviendo en pobreza, pobreza extrema o al borde de ella. La mediocridad evidente de los actuales gobernantes, expresada en falta de preparación para conducir el país, en evidente proclividad a los círculos donde se incuban y consuman corruptelas, en incapacidad para comprender la importancia de reconstruir las bases nacionales para el desarrollo mejorando las condiciones de vida y potenciando las capacidades de la población sólo confirman en el gobierno de Toledo, igual que en el de Fujimori, una evidente incomprensión intelectual del nuevo enfoque de derechos humanos en el mundo, y una incapacidad para comprender el valor ético y el imperativo estratégico de los derechos humanos que sintetizan las razones de la severa crisis multidimensional que agobia a las mayorías nacionales.
Los derechos humanos pues, es un tema vasto, profundo, multidimensional, comprometedor al máximo, que emplaza en el terreno de la realidad la voluntad y capacidad de los actores políticos, pues en la frialdad de las cifras y la estadística sin maquillajes, en la rigurosidad de los indicadores y las tendencias, en la sinceridad de la lucha contra la corrupción, y en la humanidad crispada, doliente o de frustración de quienes se sienten parte de una sociedad compleja y problemática, se verifican los resultados de la aplicación de programas políticos, o la ausencia de ellos, de cómo se plasman en la vida de las personas los principios y programas propuestos, y, del nivel con que éticamente es percibido un gobierno nacional o un colectivo político. Así, los derechos a la nutrición (desde el vientre materno), a la salud, a la educación, a una vivienda digna, a un medio ambiente sano están indivisiblemente vinculados al derecho a la vida, a la integridad, a la libertad y a las garantías de un debido proceso, todo ello unido al derecho humano de vivir en democracia. Son, por ello, la agenda pendiente y urgente del Perú y por tal razón, se propone que el APRA asuma expresamente ante el país la defensa, garantía, promoción y educación de los derechos humanos así entendidos e incorpore taxativamente los tratados internacionales de Derechos Humanos dentro de su programa y plan de gobierno para el período 2006-2011, que deberán traducirse, necesariamente, en políticas públicas permanentes y de largo plazo.
Si el APRA logra engarzar explícitamente los conceptos y contenidos plasmados en los tratados internacionales de derechos humanos con el aprismo histórico que potenció la inserción e identificación del Partido en y con la sociedad peruana durante décadas, entonces nuestra cultura política se enriquecerá exponencialmente con una cultura de derechos humanos, expresada en tolerancia, en mejoradas maneras democráticas de convivencia social, y en nuevas relaciones interpersonales de respeto y fraternidad. Una nueva etapa de desarrollo institucional e identificación con el pueblo peruano y, sobre todo, con las nuevas generaciones de jóvenes y adolescentes habrá comenzado para el Partido. Aún estamos a tiempo.
(1) Cabe señalar que en el caso del Perú con la violencia iniciada en 1980, si bien la estrategia de la subversión fue la de reclamar status de “fuerza beligerante” su accionar fue fundamental y generalmente de carácter asesino y terrorista con lo cual no cabe la aplicación de dicho status de acuerdo al derecho internacional. Esto no significa desconocer que el Estado peruano militarizó indebidamente el combate a la subversión y que efectivamente hayan habido violaciones de derechos humanos, donde también fueron víctimas civiles inocentes y agentes del Estado en cumplimiento del deber.
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*Ponencia sustentada en el Gran Encuentro Generacional Promoción 70-80 del PAP.
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