Probablemente, la respuesta a esa pregunta sea que no; que usted no lo sabía. De hecho, sería complicado que lo supiera porque los principales medios de comunicación, salvo honrosas y marginales excepciones, se lo han intentado ocultar al no otorgarle ninguna relevancia en sus páginas al Latinobarómetro que es el informe en el que se llega a la conclusión implícita en el título de este artículo.
Y creo que podrá usted coincidir conmigo en que esta ausencia resulta tan sorprendente como reveladora.
Sorprendente porque afecta a un país cuya democracia y las condiciones en las que ésta se desarrolla están siendo continuamente puestas en tela de juicio por parte de los mismos medios de comunicación que, ante esta noticia, han optado por ignorarla.
Si tan preocupados dicen hallarse por la salud de la democracia venezolana, deberían haber acogido con alborozo el dato de que la mayoría de los ciudadanos de ese país manifiesten que viven en una sociedad democrática y, consiguientemente, deberían haberle otorgado a esa información la difusión que merece, aunque sólo fuera en atención a la relevancia que ofrecen a aquellas noticias que advierten de lo contrario.
Reveladora porque refleja que cualquier dato o acontecimiento que no permita poner en cuestión la normalidad democrática de ese país no es noticia. Es más, la impresión que ese vacío transmite es la de que cualquier información que refuerce, ya sea hacia el interior del país o hacia la opinión pública mundial, el hecho de que en Venezuela existe un régimen político de naturaleza democrática debe ser silenciada.
Pero la cosa todavía puede llegar a ser más grave que el mero silencio. Y, así, aun cuando un medio tan marcadamente opuesto al proceso revolucionario venezolano, como es El País, ha informado tangencialmente de los resultados del último Latinobarómetro, la única referencia que hace con respecto a Venezuela es tan sesgada que induce a dudar de la propia validez de la encuesta. En efecto, lo único que señala es que ese país “destaca en todos los ámbitos por unas respuestas tan optimistas, que la propia directora del sondeo no acertaba a explicárselas” (“España pierde imagen en América Latina con respecto a 2004”, El País, 8 de noviembre).
En definitiva, todo vuelve a girar en torno a la tradicional estrategia de ocultar lo positivo que tiene el proceso de transformación que a todos los niveles –social, político, económico e institucional- se está produciendo en Venezuela; al tiempo que se magnifica, reiterándolo hasta el hastío, cualquier suceso, tendencia o simple dato coyuntural que pudiera contribuir a promover una visión lo más negativa posible de lo que acontece en aquel país.
Porque, realmente, ¿qué resultados tan sorprendentes ofrece el último Latinobarómetro? ¿Qué es lo que han contestado los venezolanos sobre lo que ocurre en su país que induce a la incredulidad a la propia directora de la investigación?
Latinobarómetro: los resultados de la discordia
Pues bien, lo que a todas luces resulta sorprendente e, incluso, incomprensible para quienes mantienen su percepción de que Venezuela vive bajo una suerte de dictadura encubierta, marcada de tintes populistas y con peligrosas pretensiones expansivas hacia el resto de la región no es más que la consideración altamente positiva que, sobre dicho régimen, tienen aquellos que realmente lo “padecen”, los propios venezolanos.
Así, cuando aquéllos son encuestados preguntándoseles que, en una escala de uno a diez, puntúen “¿cuán democrático es el país?”, la valoración que dan a su democracia es de 7,6. Una cifra que no sólo está muy por encima de la media para toda América Latina (5,5), sino que supera con diferencia la valoración que sus ciudadanos otorgan a otras democracias presuntamente más consolidadas, como pueden ser las de Chile (6,2), Colombia (5,8) o México (5,1).
Pero es que, además, el 56% de los venezolanos reconocen que se encuentran muy satisfechos con esa democracia; mientras que tan sólo el 43% de los chilenos, el 29% de los colombianos o el 24% de los mexicanos muestran satisfacción con sus respectivos sistemas, y la media latinoamericana apenas llega al 31%.
De hecho, esa satisfacción no ha dejado de crecer en Venezuela desde la llegada a la Presidencia de Hugo Chávez. Mientras que en 1996 tan sólo el 30% de los venezolanos afirmaba encontrarse satisfecho con la democracia, el porcentaje aumentó al 55% en el periodo 1999-2000 y se viene manteniendo en torno a esa cifra desde entonces. Alguna razón profunda debe de existir para que se haya producido este cambio de percepción sobre el funcionamiento del sistema democrático durante un periodo tan breve, ¿no les parece?
Si seguimos ahondando en el Latinobarómetro encontraremos algunas claves para explicar ese cambio y nuevas sorpresas.
En este sentido, por ejemplo, un 65% de los venezolanos aprueba la forma en que el Presidente Chávez está dirigiendo el país; un 61% de ellos tiene confianza en su Presidente y el 54% considera que el país está progresando en materia económica.
Pero, lo que es más, y frente a quienes plantean que se trata de un proceso de naturaleza estrictamente personalista y en donde la única fuente de legitimidad procede de la figura de Chávez, el 50% de los venezolanos aprueba la gestión del conjunto de su gobierno.
Si enfrentamos estos datos con los del líder latinoamericano más valorado de la región, el presidente de Brasil, Lula Da Silva, nos encontramos con diferencias significativas: tan sólo el 47% de los brasileños aprueba la gestión de Lula, mientras que la de su gobierno es aprobada apenas por el 26% de ellos. Y hay que tener en cuenta que estas diferencias se han debido acrecentar en los últimos meses, toda vez que la encuesta es previa a los recientes escándalos de corrupción que afectaron significativamente tanto a la imagen de Lula como a la de su gobierno.
¿Y qué decir si la comparación se realiza con el presidente de los Estados Unidos, George W. Bush? En este caso, y según el Washington Post, el 68% de los estadounidenses considera que Bush está dirigiendo al país en una dirección incorrecta; mientras que, por otro lado, el 43% estima que el nivel de ética y honestidad del Gobierno federal ha disminuido durante su Presidencia.
Pero no sólo es que los venezolanos consideren, por encima de casi todo el resto de latinoamericanos, que viven en un entorno democrático y valoren positivamente la labor del Presidente Chávez, sino que también resulta que son, tras los uruguayos, quienes más creen –un 68%- en que las elecciones son el mecanismo más adecuado para alterar el estado de cosas de cara al futuro. A nadie sorprenderá, por otra parte, que tanto ecuatorianos y bolivianos (55% y 54%, respectivamente) sean quienes más desconfíen de la vía electoral para incidir sobre el curso de su propia historia; circunstancia que va de la mano de que también sean, junto a los peruanos, quienes mayor desconfianza manifiesten en la limpieza de dichos procesos electorales (un 80% en Ecuador, un 82% en Bolivia y un 87% en Perú).
Si a estos datos le añadimos que Venezuela es uno de los países cuyos ciudadanos manifiestan tener un mayor conocimiento de su constitución -el 44% así lo expresa- y una mayor cultura cívica, es decir, una mayor conciencia de cuáles son sus derechos (un 60%) y una mayor disposición a cumplir con sus obligaciones (el 45%), el resultado es un país que se encuentra inmerso en un proceso de construcción de ciudadanía sin precedentes en la zona.
Una ciudadanía que, por otra parte, se acerca a la política sin complejos y con conocimiento de causa: tan sólo el 40% de la población considera que “la política es tan complicada que no se entiende”. Ese es el porcentaje más reducido de toda América Latina e indica un distanciamiento significativo de la tendencia que tiene lugar en la región, donde el porcentaje de habitantes que piensan que “la política es tan complicada que con frecuencia la gente como uno no puede saber lo que pasa” ha pasado del 49% en 1996 al 55% en 2005.
En este sentido, en el haber de esa mayor y mejor comprensión de los asuntos políticos en Venezuela cabe destacar dos factores decisivos.
Por un lado, la ímproba tarea de alfabetización de una población que hasta ahora había sido manifiestamente marginada y a la que se le habían negado los instrumentos básicos para la comprensión, no ya de la política, sino del propio mundo y la sociedad en la que se desenvuelve. Un esfuerzo que ha posibilitado que casi un millón y medio de personas hayan podido ser alfabetizadas en apenas dos años, permitiendo que Venezuela sea considerada por la Unesco como “territorio libre de analfabetismo”.
Y, por otro, no debe desestimarse tampoco la importancia de la labor pedagógica que su Presidente realiza periódicamente a través de un programa televisivo del que tanto escarnio se hace tanto fuera como dentro de Venezuela, el popular “Aló Presidente”. Un programa que ha permitido que las clases populares, tradicionalmente desentendidas de la política, estén ahora familiarizadas tanto con la política en general como con la propia gestión presidencial y gubernamental en política nacional e internacional.
En definitiva, lo que el Latinobarómetro viene a revelarnos es que el pueblo venezolano no sólo percibe con mayor intensidad que hace apenas unos años que sus vidas se desenvuelven en un entorno crecientemente democrático, y sobre el que poseen una mayor capacidad de influencia y una decidida voluntad de participación, sino que, además, muestra una sólida confianza en la persona que dirige todo el proceso de transformación social que allí está teniendo lugar.
No hay peor ciego que el que no quiere ver
Evidentemente, a ninguno de los resultados anteriores se le ha prestado en los medios de comunicación la más mínima atención. El silencio y la ocultación más ominosa han sido, por el contrario, la respuesta a la rotundidad de estos datos.
Sin embargo, a cualquiera se le antoja que aquellos medios de comunicación con un mínimo de sentido de su responsabilidad social y en el ejercicio de la más elemental ética periodística –especialmente, los que no cesan de advertir en su línea editorial y de forma infundada sobre los riesgos que corre la democracia en Venezuela- deberían haber prestado mayor atención a dicha noticia, aunque sólo hubiera sido, y permítanme la ironía, para tranquilizar a esos lectores a los que previamente se encargan de preocupar con sus tendenciosos editoriales y tergiversadas informaciones. ¿O es que frente a su opinión carece de valor la de la mayoría de los propios venezolanos cuando manifiesta que se encuentran muy satisfechos con su sistema político?
Pero es que, además, esa noticia debería haber merecido forzosamente la atención de los medios durante estos días en los que miembros de la asociación civil venezolana Súmate han estado de gira por diversos países europeos advirtiendo, precisamente, de unos riesgos para la democracia de su país que no son compartidos por el resto de la población. De hecho, según informa Europa Press o se recoge en la propia página web de la asociación, en España se habrían entrevistado tanto con Felipe González como con José María Aznar, ambos singularmente coincidentes en sus posiciones políticas sobre Venezuela.
Sin embargo, tampoco nada de esto último se ha difundido y, por ejemplo, la única referencia que realiza El País a los resultados del Latinobarómetro es, como se destacó más arriba, que ni la propia directora de la investigación acierta a explicarse los resultados de la encuesta para el caso de Venezuela.
Y, bien mirado, de esa limitada información, ceñida a tan ambigua afirmación, cabe colegir dos posibles conclusiones que no son en ningún caso irrelevantes.
Por un lado, cabría pensar que la afirmación de la directora del Latinobarómetro está poniendo en tela de juicio esos resultados en concreto y, por lo tanto, la propia fiabilidad de su estudio. Si ello es así, habría que preguntarse, entonces, por qué va a ser menos fiable la encuesta para el caso de Venezuela que para el resto de países de América Latina cuando se supone que se realizan en todos los países en igualdad de condiciones y con las mismas cautelas técnicas.
El Latinobarómetro habría perdido, entonces, la credibilidad ganada durante diez años y, agradeciéndole los servicios prestados, sólo cabría desearle un dulce y definitivo requiescat in pace.
Pero, por otro lado, la segunda conclusión que cabe extraer es aún mucho más preocupante. Nos remite a la incapacidad o, peor aún, a la falta de voluntad que existe en determinados ámbitos –incluida cierta intelectualidad autodenominada de izquierdas- para reconocer que en Venezuela se está produciendo un proceso de transformación social, política y económica de naturaleza revolucionaria y completamente original. Un proceso con el que gran parte de la población -y, especialmente, aquélla a la que nunca se le había dado voz- se muestra mayoritariamente conforme y esperanzada.
¿Qué derecho tenemos entonces nosotros, simples observadores de su realidad, a poner en tela de juicio sus respuestas y el optimismo que transmiten? Ante tamaña falta de respeto sólo me cabe advertir que, mal que les pese a muchos y aunque se nieguen a verlo, en Venezuela hay una revolución en marcha… y, si no, al tiempo.
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