El debate en torno al plan de bombardeo de los locales de Al Jazeera es sorprendente por el simple hecho de sorprender a los comentaristas. A mí lo que me hubiera sorprendido es que los Sres. George W. Bush y Blair no discutiesen sobre la forma de reducir los daños causados por la propaganda islamista, de la cual Al Jazeera TV es el principal vector de difusión. ¿Acaso se equivocan al hacerlo? No lo creo. Desde el punto de vista de los intereses anglo-norteamericanos, sería deseable eliminar a Al Jazeera y si Qatar, un reino del Golfo que se declara aliado de los Estados Unidos (y cuya protección le garantiza su independencia), permite que su capital se convierta en la base principal de los propagandistas de Al-Qaeda, no tiene ningún derecho a impedir que los Estados Unidos emprendan acciones punitivas en su territorio.
Este debate va mucho más allá. En primer lugar, ¿hasta cuándo Occidente puede tolerar la difusión de propaganda cuyo objetivo es envenenar la mente de los musulmanes contra los judíos y los «Cruzados»? En segundo lugar, ¿hasta qué punto están los gobiernos occidentales obligados a ser transparentes dando informaciones sobre las decisiones que han tomado a puertas cerradas y tienen el derecho de reprimir la publicación de esas informaciones sensibles con el objetivo de proteger los intereses occidentales –aunque haya que penalizar a la prensa por ello?
El hecho de ser un protagonista importante de la prensa árabe no le da el derecho a Al Jazeera a difundir informaciones que amenacen directamente la seguridad nacional norteamericana o británica. Al igual que utilizamos métodos de interferencia contra la propaganda hostil durante la Guerra Fría, debemos emplear todas las tecnologías modernas disponibles para presionar a Al Jazeera y a sus similares. Podemos debatir sobre la objetividad de los programas, pero no hay debate posible cuando se trata de nuestro derecho a prohibir la difusión de videos de Al-Qaeda que incitan al terrorismo o de transmisiones que lanzan rumores sobre las llamadas atrocidades cometidas por los soldados occidentales. Asimismo, deberíamos imponer sanciones financieras a los periodistas de Al Jazeera.
En cuanto al debate sobre la prohibición por el gobierno británico de publicar la nota que relata la conversación entre los Sres. Bush y Blair, eso es algo completamente legítimo. Ningún gobierno está obligado a revelar nada referente a decisiones operativas tomadas en tiempo de guerra. ¿En tiempo de guerra?, me dirá usted. Sí. Y ahí reside el problema. La mayoría de los norteamericanos son conscientes de que participan en una guerra contra el terrorismo. La mayoría de los europeos no opinan así. La mayoría de los norteamericanos está decidida a ganar esta guerra. La mayoría de los europeos ya ha abandonado la partida y aceptado la derrota.
«Should Bush and Blair Consider Bombing Al Jazeera?», por Daniel Johnson, New York Sun, 25 de noviembre de 2005.
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