El bombardeo el viernes pasado, que tenía por objetivo el número dos de Al Qaeda, Ayman Al Zawahiri, es sólo el último esfuerzo estadounidense para asesinar a los líderes de la Yihad. Entre los que fueron asesinados desde el 11 de septiembre, se encuentran los jefes militares de Al Qaeda Mohamed Atef, Qaed Sinan Harithi y Abu Hamza Rabia. Pero el ataque contra Zawahiri fue diferente. Aunque este ataque parece haber matado a varios militantes importantes, fracasó con Zawahiri y, lo que es peor, asesinó a dieciocho civiles. A raíz del ataque estallaron manifestaciones en las ciudades, y el gobierno paquistaní emitió una protesta formal. Las críticas en el mundo exigen saber con qué derecho Estados Unidos puede bombardear a un Estado soberano; en este punto, varios se preguntan si la política de asesinatos en el extranjero puede, realmente, justificarse.
Esos amargos fracasos políticos parecen relativamente nuevos para la administración Bush; de hecho, no tienen precedente. El asesinato dirigido es una política inconveniente que suele dejar abierto un margen a las dudas y que puede crear problemas adicionales. Esa política plantea numerosas interrogantes. Israel la ha practicado durante decenios y su historia ofrece un precedente para los Estados Unidos. Además de los responsables del ataque de los Juegos Olímpicos de Munich en 1972, Israel asesinó a miembros de la OLP, de Hamas y del Hezbollah. Después de la segunda Intimada, que estalló en septiembre de 2000, Israel dio un paso adicional en esa vía, matando a más de doscientas personas. Esa política, con la barrera de seguridad, dio sus frutos y redujo el número de muertos israelíes de ciento setenta y dos en 2002 a cuarenta en 2005. Esa disminución del número de muertos oculta el hecho de que durante ese período, el número de ataques de Hamas aumentó, lo que hace pensar que su organización se ha hecho menos eficaz.
Esos asesinatos respaldan la moral de los israelíes que consideran así que su gobierno los apoya. No obstante, detener a sospechosos es siempre preferible a un asesinato. Sin tener en cuenta consideraciones morales, los arrestos permiten obtener informaciones que pueden poner en peligro futuros atentados y conducir a la captura de terroristas. Además, los errores son inevitables. Así, el intento de asesinato de Salah Shehada fue un fracaso en 2002, al asesinar a catorce civiles, de ellos nuevo niños.
Los asesinatos dirigidos como la tentativa contra Al Zawahiri deben seguir siendo una opción para los Estados Unidos. Washington debe continuar sus esfuerzos por asesinar a los líderes de Al Qaeda en las zonas del mundo donde no pueden ser detenidos, esas zonas aisladas de Pakistán que es, sin dudas, un ejemplo perfecto de ello. Empero, una campaña masiva como la de Israel sería un error, ya que los Estados Unidos operan en zonas más amplias con servicios de inteligencia insuficientes. Por otra parte, los Estados Unidos pueden contar con sus aliados para arrestos mientras que Israel sólo podía contar con Arafat para detener a los terroristas.
El gobierno paquistaní sin duda aprobó esos bombardeos, pero continúa cometiendo errores que podrían poner en peligro esa cooperación. Puede ser que la mayor lección que los Estados Unidos podrían sacar de Israel es la necesidad de transparencia. Israel tiene un importante debate público sobre medidas controvertidas, pero en tanto el gobierno no hable de esos blancos, los criterios son comprendidos por todos. El resultado es que existe un amplio consenso.
«Targeted killing, American-style», por Daniel Byrman, Los Angeles Times,
20 de enero de 2006.
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