Una de las decisiones más graves que un presidente de los Estados Unidos está obligado a tomar es la de hacer la guerra. Pero esta decisión es menos difícil que hacer la paz con un enemigo que no se ha vencido. Después de la difusión de un casete de Bin Laden en el que se propone una tregua, el Presidente puede optar entre retomar los viejos clichés moribundos como «nosotros no negociamos con los terroristas» o reorientar la política global en un sentido que sea más beneficioso para los intereses nacionales estadounidenses.
Hay que decir la verdad: todos los países, incluidos los Estados Unidos, han negociado en algún momento con terroristas. Rabin negoció con Arafat, Reagan con Irán para la liberación de los rehenes. Indonesia lo hizo con los terroristas de Aceh y el Reino Unido con el IRA. Estados Unidos ha llegado a un acuerdo con Khadafi. En estos momentos eliminamos a los dirigentes de Al Qaeda, pero eso no influye en la cólera de los musulmanes y la invasión a Irak ha desarrollado aún más la capacidad de reclutamiento de los terroristas. Si queremos impedir que recluten nuevos miembros, tarde o temprano habrá que negociar con ellos.
Si Bin Laden no responde a las negociaciones, como es probable que haga, George W. Bush mostrará la doblez del dirigente de Al Qaeda y si las negociaciones fracasan, volveremos a enviar los aviones no tripulados Predator.
«Why not test bin Laden’s ’truce’ offer?», por Douglas A. Borer, Christian Science Monitor, 25 de enero de 2006.
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