Es cierto que varios países árabes se encuentran en la lista de los países que deben ser divididos, establecida por el Estado sionista y Estados Unidos. Irak seguramente forma parte de la misma y le ha llegado su turno. En realidad la división del país del Tigris y el Éufrates había comenzado antes de la invasión estadounidense, mediante la instauración de un poder kurdo en el Norte del país. Esta medida parecía legítima entonces si nos basamos en el derecho de las grandes minorías a la autonomía, en lugar de la separación.
En Turquía, los kurdos, cuyo número es mayor que en Irak, merecen tal privilegio, pero la Casa Blanca los ha ignorado tratándolos como terroristas. Es una paradoja que confirma que no se trata de dar la autonomía a quienes la merecen. Se trata más bien de implementar la visión y la voluntad de los neoconservadores cuyo objetivo es enterrar la identidad árabe en Irak. Sin lugar a dudas, el
Estado hebreo apoya tal política basada en el principio de dividir para reinar.
El Sur, como el Norte de Irak, sufrió muchos bombardeos aéreos antes de la invasión, y así comenzó la división del país. Ello permitió a los chiítas, en el Sur, multiplicar sus llamados a favor de la instauración de una federación, lo que fue un artículo principal en la constitución iraquí que refleja la política estadounidense. Esto parecía ser un asunto de la democracia, que debe permitir que las mayorías decidan su suerte. Por lo tanto los chiítas tenían razón al reivindicar las mismas ventajas que los kurdos.
Lo paradójico es que los chiítas, concentrados en el Sur, sufren una presión estadounidense justificada por el temor de la Casa Blanca a que establezcan lazos con Irán. En cuanto a los kurdos, en el Norte, están bajo el control del gobierno de Ankara que no deja de truncar sus aspiraciones.
La descentralización es reclamada en un marco democrático estable y no en el de la democracia del ocupante. Asimismo, cierta independencia administrativa de cada una de las regiones sería ordenada. El peligro consiste en la fragilidad de la situación interna que abre las puertas a toda clase de posibilidades, lo que representa la quintaesencia de la crisis iraquí actualmente.
Más inquietante aún es el mutismo árabe sobre lo que ocurre en Irak. Cualquiera que sea la decisión estadounidense en cuanto a la suerte del país del Tigris y el Éufrates, los regímenes árabes no intervienen, como si Irak no formara parte de su nación.
«العراق بين التقسيم وضياع الهوية العربية», por Oussama Abdelrahmen, Arabrenewal, 23 de febrero de 2006.
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