Terminó la fiesta futbolística. Ahora, como dijo Antonio Machado: "Vuelve el pobre a su pobreza, / Vuelve el rico a su riqueza / Y el señor cura a las misas". Pero ¿qué nos dejó toda esta locura de un mes de duración?
A los italianos la alegría del triunfo; a los franceses la tristeza de la derrota. A los alemanes, el amargo sabor de la decepción por no haber llegado a la final en su propia casa. Y al resto del mundo -aunque también vale la pregunta para franceses, italianos y alemanes-, a todos: ¿qué nos queda?
Por lo pronto, durante estos 30 días en que nuestras vidas se vieron inundadas de fútbol, murieron 2.419.200 personas de hambre en todo el mundo al mismo tiempo que se gastaron 77.760 millones de dólares en armamentos. Todo ello, en el mismo lapso en que se disputaban estos 64 partidos vistos hasta la saciedad por televisión, de los que se habló, se escucharon noticias, se llenó la opinión pública global -la final del 9 de julio, de hecho, fue el evento más visto de la historia por la mayor cantidad de televidentes simultáneos-. Aunque, claro está que el Mundial de Fútbol no tiene nada que ver con esas circunstancias trágicas de la vida social: con Mundial o sin Mundial ni el hambre ni la parafernalia militarista se detienen. Esos son fenómenos que responden a otras lógicas, a otras historias. Pero, ahí está el quid de la cuestión: ¿no hay relación entre una cosa y otra?
Tanto fútbol, toda esta marea universal de fútbol profesional, toda esta monstruosa campaña mediática que pone a los campeonatos mundiales de fútbol como la noticia más importante del planeta ¿no tiene alguna ligazón con lo que sucede y no se sabe, con lo que no difunden los medios de comunicación? Dicho de otra forma: ¿por qué es tan imperiosamente importante un campeonato mundial de un deporte profesional? ¿Por qué en los medios de comunicación no se habla con la misma fruición del hambre en el mundo, o de las guerras de invasión?
Dicho esto pareciera que nos estamos colocando en una posición antipopular, que nos desligamos de una de las cosas más gustadas por todos los pueblos, que no nos interesa la fiesta del fútbol. Pues no. Simplemente nos permitimos un momento de análisis en el medio de los pitos y bocinazos, entre las banderas y este carnaval que pareciera no dejar rincón del mundo sin conmocionar. Los seres humanos, todos, absolutamente todos, necesitamos fiestas, gozamos de ellas; es más: tenemos derecho al esparcimiento, no podemos vivir sin diversión. Y la fiesta del fútbol sin ningún lugar a dudas juega como uno de los grandes atractivos de las sociedades modernas. Pero en todo esto hay ’gato encerrado’, hay algo más que una explosión de alegría popular espontánea.
Realmente: ¿qué nos dejó el Mundial?
Por lo pronto la ratificación de que el fútbol profesional del siglo XXI seguirá las pautas de aquel jugado en las últimas décadas del XX. Es decir: defensivo, especulativo, donde el esquema de cinco delanteros quedó irremediablemente en la historia, y que los partidos con muchos goles -5, 7 o 10- se fueron para no volver nunca más.
Nos deja también la ratificación de la supremacía de los mismos equipos de siempre así como el triunfo del fútbol europeo sobre el latinoamericano, y la debilidad del africano que no termina nunca de despegar.
Este Mundial nos deja la sensación que están dándose avances en la lucha contra el racismo; por lo pronto aparecieron en los estadios enormes pancartas llamando a combatirlo, y muchas de las escuadras europeas estuvieron integradas en buena parte por jugadores negros. No sabemos si eso es una buena noticia, si debe tomarse como un paso adelante en la lucha contra la exclusión, o si habla del triunfo de las actitudes ’políticamente correctas’ (en la década del 30 del pasado siglo esto era impensable). ¿Será que progresamos? Lo cierto es que, más allá de muchos negros en los equipos de blancos, eso nos deja la duda respecto a si no estamos ante el triunfo de lo cosmético, de la imagen mediática. Si pronto tuviéramos un Mundial de Fútbol Femenino, ¿estaremos con ello ante la derrota del machismo?
Este Mundial nos deja la clara evidencia que, tal como van las cosas, el fútbol es el ’circo’ moderno más importante, por delante de cualquier otro tipo de distracción y de cualquier deporte, demostrando también que la noción de amateurismo ha quedado en la historia. Nos deja también la evidencia rotunda que todo su circuito mueve fortunas, extendiéndose por un sinnúmero de negocios, desde ropa deportiva a publicidad, desde derechos de televisión al internet. Ello evidencia, también, que la FIFA dispone de un poder fabuloso que no cualquier institución tiene. Desmontar esto, hoy por hoy -así como desmontar cualquier gran negocio de las grandes multinacionales capitalistas- se ve una tarea enorme, titánica. Por lo pronto ya se levantan voces pidiendo la realización de los mundiales cada dos años en vez de cuatro. ¿Habrá que olvidarse entonces para siempre del deporte amateur? ¿Seguirá la arremetida del show futbolístico? Si así fuera -y todo indica que hacia eso vamos dentro del modelo de libre mercado- esto ratifica que hay algo más que simple euforia popular, pasión de multitudes.
Pero lo que quizá nos deja este recién terminado campeonato es la rotunda certeza que todo el circuito del fútbol profesional y su fiesta máxima, el Mundial, es una perfecta arma mediática de manipulación social. ’Llenar la cabeza de fútbol’, que la gente se olvide de todo y entre en la locura de este carnaval interminable, pareciera ser la consigna: ricos y pobres hermanados gritando por su bandera nacional saltando sobre las diferencias de clase. Nunca más oportuna que en este caso la frase de Einstein: ’el nacionalismo es la enfermedad infantil de la humanidad’. Terminada ’Alemania 2006’ ya empiezan los preparativos para el nuevo circo: ’Sudáfrica 2010’, y ya se están disputando las futuras sedes 2014 y 2018. ¿Es sólo la pasión popular por el fútbol?
Cortina de humo, distractor, ’pan y circo’ moderno, además de buen negocio: el poder lo sabe y lo aprovecha perfectamente. A título de ejemplo veamos lo dicho por Heinz Dieterich en su artículo ’Washington lanza el militarismo alemán y japonés contra el Tercer Mundo’, aparecido en ’Rebelión’ el 5 de junio pasado, con motivo de la nueva doctrina militar alemana que permitirá la expansión bélica de los germanos, incluso por fuera de su territorio, a partir de la estrategia global de Estados Unidos: ’En el nuevo y todavía secreto ’Libro Blanco’ militar, que el gobierno [alemán] quiere ratificar hasta el 12 de julio, se equiparan ciertos atentados con el ’caso de defensa’, a fin de poder declarar el estado de emergencia y usar las Fuerzas Armadas dentro del país. La fecha gubernamental del 12 de julio pretende, obviamente, aprovechar la histeria colectiva del Mundial de Fútbol, que termina en la noche del 9 de julio, para llevar a cabo la nefasta involución constitucional del país’. Es sólo un ejemplo, pero los mismos se podrían repetir hasta el infinito (en Italia durante el fascismo, en Argentina durante la última dictadura militar, etc.) ¿Por qué tanto, pero tanto fútbol? ¿Se trata realmente de la fiesta popular, o montándose en un sentimiento espontáneo de los pueblos hay ahí una sórdida manipulación? ’Piensa mal y acertarás’, dice el refrán.
Como conclusión, entonces, si algo nos deja el Mundial es la convicción que ’En la sociedad tecnotrónica el rumbo lo marcará la suma de apoyo individual de millones de ciudadanos incoordinados que caerán fácilmente en el radio de acción de personalidades magnéticas y atractivas, quienes explotarán de modo efectivo las técnicas más eficientes para manipular las emociones y controlar la razón’, como dijo sin vergüenza y con total naturalidad Zbigniew Brzezinsky, asesor presidencial de Ronald Reagan.
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