El 23 de octubre de 2006, los electores panameños aprobaron con cerca de un 80% de los votos efectivos (aunque también se registró una fuerte abstención) el proyecto de ampliación del canal de Panamá. Para Piort Romanov, comentarista político de RIA Novosti, se trata para ese país de una posibilidad de desarrollar su economía y de seguir independizándose de Estados Unidos. La realización de ese gran proyecto despertará, sin embargo, apetitos que podrían representar una amenaza para la estabilidad de Panamá.
El referéndum recientemente organizado en Panamá demostró que la gran mayoría –casi el 80% de los votos efectivos– de la población de ese país de América Central está dispuesta a enfrentar los gastos que implicará la modernización del célebre canal de Panamá. Se trata de un proyecto de ampliación que costará más de 5 000 millones de dólares, lo cual representa el valor de toda la deuda exterior panameña.
A pesar de haber decidido lanzarse en esta titánica aventura, Panamá presenta muy altos índices de pobreza y desempleo. Según el Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo (BIRD), el 37% de los panameños –más exactamente, el 50% de los niños y el 95% de la población indígena– vive por debajo del límite de pobreza. A pesar de estas dificultades, el apoyo expresado al plan de reconstrucción del canal resulta impresionante. En otras palabras, los panameños están dispuestos a apretarse todavía más el cinturón con la esperanza de lograr un aumento sustancial de las ingresos al presupuesto y una mejoría para la vida de sus hijos al final de las obras, previsto para el año 2014.
El proyecto incluye la construcción de esclusas que permitirán el paso de los navíos más grandes que se construyen actualmente: el ancho y el largo de las nuevas esclusas serán superiores en un 40% y un 64% respectivamente en comparación con los de las esclusas actuales.
Cuando el canal se encontraba aún en construcción –la idea de realizarlo surgió durante el siglo 19 pero los trabajos no empezaron hasta 1914–, el nombre de Panamá entró en el vocabulario corriente como término que designaba al mismo tiempo un tipo de sombrero de verano y una gran manipulación financiera.
Por ejemplo, la mafia siciliana, que controlaba solamente las obras de construcción, tuvo en la construcción del canal de Panamá el medio más cómodo de ganar, enterrar o lavar dinero: utilizando a veces menos cemento del necesario, otras haciendo creer que se trabajaba en determinado tipo de suelo cuando en realidad se trataba de otro diferente, o simplemente descubriendo pozos de aguas subterráneas inexistentes.
Los cálculos iniciales que antecedieron a la construcción del canal de Panamá resultaron estar lejos de la realidad mientras que el resultado de todo un día de excavaciones se desmoronaba al día siguiente, sin olvidar los miles de trabajadores que pagaron con su vida la mala organización de las obras o que fallecieron por causa de enfermedades.
A fin de cuentas, el canal de Panamá enriqueció a algunos empresarios y arruinó a otros mientras que el trust que se creó en Francia acabó por derrumbarse bajo el peso de tantas dificultades. Más tarde, el proyecto atrajo la atención de los estadounidenses, quienes concluyeron las obras obteniendo así enormes ganancias durante muchísimo tiempo, sin olvidar la instalación de la base militar de gran importancia estratégica que crearon en la región, reduciendo a cero la soberanía de Panamá.
Parece cierto que la idea de modernizar el viejo canal proviene del presidente Martín Torrijos, hijo de Omar Torrijos, el dirigente panameño que logró arrebatarle el canal a Washington, gesto que, según se cree, tuvo que pagar con su vida: el 31 de julio de 1981, el avión Twin Otter de la fuerza aérea panameña en el que se transportaba chocó contra una montaña en circunstancias extremadamente extrañas. Hoy en día, muchos atribuyen a la CIA la muerte del general Torrijos [1] [Confesiones de un asesino financiero. Nota del Traductor.].
Recordemos que la ceremonia de cesión del canal [al control panameño] tuvo lugar en fecha bastante reciente, el 31 de diciembre de 1999. Mucho se habló en aquel entonces de la soberanía panameña y, por supuesto, de dinero. Hecho elocuente: las ganancias anuales provenientes de la administración autónoma del canal se elevaron, en el período 2000-2001, a 198 millones de dólares, o sea 50 millones más que en 1999, cuando el canal se encontraba aún bajo control estadounidense. Lo cual quiere decir que los estadounidenses no lo administraban bien o que se hacían de la vista gorda ante una corrupción floreciente.
En América Latina, el clima político y sicológico se encuentra en plena evolución. El nuevo proyecto representa un riesgo bien calculado para el actual presidente panameño. Se trata de invertir en el porvenir de su país enormes fondos que podría invertir inmediatamente en numerosos programas sociales de gran importancia. Pero, cansado de vivir sin avizorar un futuro, Panamá está dispuesto a asumir un nuevo riesgo junto a su presidente y a sufrir por el bien de sus hijos, sobre todo teniendo en cuenta que el tiempo apremia y que países vecinos estudian, por su parte, la posibilidad de construir en sus propios territorios un nuevo canal, más moderno, entre el Pacífico y el Atlántico.
Finalmente, la ampliación del canal de Panamá, de importancia crucial para la población panameña, fue objeto de un referéndum. No se trata, para el presidente Martín Torrijos, de rehuir sus propias responsabilidades. Por el contrario, supo tomar una decisión justa y democrática dando así una excelente lección a las viejas democracias, acostumbradas a confiar demasiado a menudo la solución de los problemas vitales a los burócratas.
Esto no impide que haya, seguramente, muchísimos subcontratistas deshonestos, estafadores y canallas de todo tipo dispuestos a tratar de sacar provecho de este proyecto. Lo importante es que, después del referéndum, el presidente ya no estará solo como defensor del proyecto y todo parece indicar que habrá numerosos factores encargados de controlar todo lo referente a su realización.
Hay, por consiguiente, pocas posibilidades de que se repita la historia del viejo canal. El Panamá contemporáneo decidió apostar por el futuro y tenemos que desearle suerte. Un país dispuesto a realizar un esfuerzo sobrehumano con tal de deshacerse del yugo de la pobreza merece todo nuestro respeto.
[1] Se trata de la tesis que sostiene John Perkins en su libro de testimonio Confessions of an economic hit man (Barrett-Koehler Publishers, 2004). Publicado en francés bajo el título Les confessions d’un assassin financier (Al-Terre éd., 2005).
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