La década infame es aquel fragmento de historia política argentina que va desde el primer golpe de estado del 6 de septiembre de 1930 al otro alzamiento militar del 4 de junio de 1943. En aquellos años, el movimiento político mayoritario, el yrigoyenismo estaba proscripto y las minorías profundizaban la realidad de un país a imagen y semejanza de sus oligarquías a través del partido militar.
Nadie creía demasiado lo que aparecía en los diarios y las supuestas noticias que se escuchaban en las cadenas de radios recientemente incorporadas en la vida cotidiana de los habitantes del sur del mundo.
Había dos excepciones, los elencos de radioteatros, aquellos que llevaban por barrios, ciudades del interior y pueblos, situaciones de heroísmo, solidaridad y triunfo del amor que ya no estaban en el devenir de las mayorías. Por eso las compañías de radioteatro eran idolatradas y seguidas por muchedumbres. En el texto de sus folletines estaban los valores que ya no existían en la realidad deformada por el golpe de estado, la corrupción, la venta del patrimonio público a bajo monto y la dependencia obscena con Gran Bretaña.
La otra excepción eran las columnas escritas en el diario “El Mundo” por el escritor Roberto Arlt. Las llamadas “aguafuertes porteñas” eran el principal motivo de interés de los lectores. Como se no podía creer en las noticias porque todo era falso e irreal, como decía un agrimensor metido a intelectual político de envergadura, Raúl Scalabrini Ortiz, las crónicas y observaciones barriales de Arlt eran la mejor manera de identificación con lo que de verdad le pasaba a la gente del pueblo.
Fue Arlt el que imaginó la vida de un muchacho desesperado en aquella Argentina saqueada y descreída como protagonista de su novela “El juguete rabioso”. En el final, hay un diálogo entre el personaje y el dueño de una casa en donde entró a robar. En un momento determinado, el hombre le pregunta si cree en Dios. El muchacho dice que Dios, para él, era la alegría de vivir y que hacía rato que no la experimentaba y que, por lo tanto, ya no creía.
Algo de eso aparece en las noticias policiales de estos días. Jubiladas como María Alicia Vázquez, de sesenta y tres años, que son robadas en varias ocasiones por muchachos jóvenes que le llegan a decir que salieron a robar porque no tienen para comer. En su casa de la ciudad de La Plata, en calle 21 entre 53 y 54, la mujer sufrió dos noches de miedo e impotencia.
Víctimas que le roban a otra víctima. Perversión del sistema: empobrecidos contra empobrecidos. Y valores que ya no están porque, quizás, aquella alegría de vivir de la que hablaba el personaje de Roberto Arlt, tampoco está presente desde hace tiempo en la Argentina del principio del tercer milenio.
"Me pidió que me quedara en el piso y que no lo mirara. Pero yo le expliqué que tenía problemas en la espalda y entonces dejó que me sentara en una silla", recordó María ante los medios de comunicación.
"Le pregunté por qué hacían esto y me contó que robaban porque no tenían para comer. La verdad, me quedé muda... Querían plata. Yo les di lo que tenía a mano pero no todo. Cuando se fueron subí y descubrí que se habían llevado también los ahorros. No sé cuánto, la verdad no quiero ni pensarlo. Pero era mucho", agregó la jubilada.
Desesperados contra desesperados, postal de una Argentina que bien podría ingresar en nuevas aguafuertes de Roberto Arlt, siete décadas después.
# Agencia Pelota de Trapo (Argentina)
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