En los tiempos más duros del capitalismo la tragedia suele ser una sucesión de muertes y pocas resurrecciones gloriosas. El 10 de enero pasado fue asesinado Darián Barzábal -un joven de 17 años- por integrantes de la policía bonaerense en el barrio Los Hornos en la ciudad de La Plata, mientras era trasladado a la comisaría le dispararon un tiro en la nuca. Diez días antes -otro joven de 22 años- Eduardo Gastón Díaz, fue asesinado por la espalda por un sargento en Necochea.
La caza de los pibes carece de intervalos y la impunidad convierte la paternidad de la masacre en sospechosa. Saben que han escrito un libro malvado y se sienten tan inmaculados como el cordero, escribía Melville.
El Estado criminal asesina a los “profetas desviados” -felizmente enemistados con el orden- y presenta en calles de mala fama 17 muertos en el mes de enero con cierto desparpajo “sublime” y una “cómoda congoja” oficial. Los niños y jóvenes tratan de sobrevivir con el ilustre encarnizamiento de no ser vencidos, decía Víctor Hugo.
Hace tantos años que no alzaba la cara, que me olvidé del cielo, dicen los jóvenes de los arrabales -donde la luna no se asoma a cantar- con su carga de benditas herejías terrestres, mientras “los buenos vecinos” descansan del “vicio de sus remordimientos” en alguna playa lejana.
Zitarrosa -entrañable- decía siento la tristeza o la ira inexpresada del compañero, el amor del que me aguarda lastimado. Falta mi cara en la gráfica del pueblo, mi voz en la consigna, en el canto, en la pasión de andar.
# Nota publicada en la Agencia Pelota de Trapo (Argentina)
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