Del cielo capitalino han desaparecido no solo las estrellas que han sido anuladas por una neblina pertinaz, sino también la luna -esa piedra seductora suspendida en el cielo- que influye notoriamente en los latidos de las mareas pero que ha dejado de conmocionar la mirada de los amantes. Quizás para esconder el inmenso pánico de los niños que apuran sus últimos malabares en las esquinas, guardando rocío “para las noches canallas que vendrán”.
Macri, una de las constelaciones mayores -nada celestes- hombre de la vieja derecha genética acaba de ganar las elecciones por más del 60 por ciento en la ciudad de Buenos Aires que como los peces excesivos de dientes afilados y de insaciable codicia se alimentan de privatizaciones impuras y de cartoneros, habitantes incurables del Código Penal -según Mauricio- dejándonos “debajo de esta frente, derrumbados”.
La vida pasa tan rápido que una tarde miraremos salir a nuestra pequeña Catalina de sus primeros gestos y “regresar hermosísima mujer”. Tan fugaz que uno de estos días deberíamos tratar de decir la verdad: Que el capitalismo es una mierda y que la negación a votar las opciones de un sistema en ruinas pudo ser el primer bálsamo para el alma humana camino a un azar de libertades.
Sí, es difícil hallar entre los panteones “notables” del barrio del Socorro de la Capital -donde demasiada gente aprueba ese nuevo firmamento- un lugar para la ternura. Sin embargo las tormentas solares no dejarán de producir grandes oleajes en las pasiones humanas hasta alterar -inclusive- las entrañas de los tiburones.
La esperanza es marea viva -conjunción inevitable de lunas y soles- con el ilustre encarnizamiento de no ser vencida exige: ¡Dadme, pues, un cuerpo! Manuel Scorza nos dejaba su poesía para que los desdichados se laven la cara. Buscadme cuando amanezca. Entre la hierba estoy cantando.
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