La gira latinoamericana que el presidente George W. Bush emprendió esta semana puede trastocar la relación de fuerzas en la región, de modo particular en Sudamérica. El punto crucial es la visita a Brasil, donde el 8 y 9 de marzo Luiz Inacio Lula da Silva y Bush acordarán un vasto plan para la expansión de la producción de etanol a partir de la caña de azúcar. Luego, en Uruguay, el presidente estadunidense y Tabaré Vázquez consolidarán el acercamiento comercial por el que ambos gobiernos vienen trabajando hace más de un año.
Manifestación monstrua en Sao Paulo, Brasil contra George W. Bush.
Foto fuente: AFP 2007, Evaristo Sa. Cortesía Ria Novosti.
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En Colombia, la visita puede contribuir a fortalecer al gobierno de
Álvaro Uribe, que está empantanado por sus relaciones con los
paramilitares, y a diseñar una política hacia el nuevo gobierno del
ecuatoriano Rafael Correa, quien declaró que no renovará el convenio por
la base militar de Manta, que resulta estratégica para el Plan
Colombia. En Guatemala, donde se realizarán elecciones en septiembre,
el posible triunfo de la premio Nobel Rigoberta Menchú es motivo de
preocupación para Washington. Por último, la previsible inestabilidad
política en el México de Felipe Calderón será uno de los temas con el
que cerrará su gira.
Cuando Bush y Tabaré Vázquez estén reunidos en la residencia
presidencial de Colonia, a escasos 50 kilómetros, en Buenos Aires, Hugo
Chávez encabezará un acto antimperialista que cuenta con el apoyo de
Néstor Kirchner y de buena parte de los movimientos sociales de
Argentina. Nunca había sido tan evidente la existencia de dos
posiciones entre los gobiernos progresistas y de izquierda de la
región. Pero en esta ocasión, pese a lo que proclaman los medios de la
derecha, no se trata de ningún exceso de escenificación de Chávez ni una
falta de tacto del venezolano. Por el contrario, la situación que
provoca la gira de Bush justifica la realización de un acto que, en los
hechos, no es sólo un repudio a Bush, sino una clara toma de distancia
de Vázquez y Lula.
La alianza entre Estados Unidos y Brasil para la producción de etanol es
lo que explica la opción de Chávez a emplearse a fondo en un acto que va
a disgustar a algunos socios del Mercosur. Brasil es el primer
productor mundial de etanol, y con Estados Unidos controla 72 por ciento
de la producción mundial. Pero mientras el etanol estadunidense,
producido con maíz, tiene baja productividad y dispara el precio del
alimento, la producción de caña de azúcar es cinco veces más eficiente y
coloca al país sudamericano a la vanguardia mundial en la producción del
energético. Un acuerdo de largo plazo con Brasil permitiría a Estados
Unidos tres objetivos centrales: diversificar la matriz petrolera,
reduciendo su dependencia de las importaciones de Venezuela y de Medio
Oriente; debilitar a Venezuela y a sus aliados, y frenar la integración
regional motorizada por los hidrocarburos que había cobrado vuelo en
2006. Este plan reaviva los mismos objetivos que tuvo que aplazar Bush
en noviembre de 2005, cuando fracasó el ALCA en la Cumbre de Mar del Plata.
Guatemala manifestación anti Bush.
Foto fuente: AFP 2007, Orlando Sierra. Cortesía Ria Novosti.
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No es casual que Chávez haya criticado frontalmente el etanol como
alternativa al petróleo. "Lo que Estados Unidos pretende es imposible.
Para sostener con etanol su estilo de vida habría que sembrar con maíz
cinco a seis veces la superficie del planeta Tierra", dijo en su
programa semanal. Agregó que la expansión de los cultivos tendrá
impacto sobre los alimentos, que serán más caros, sobre los suelos, que
se degradarán más por el uso de agroquímicos, a la vez que fortalecerá
"la tendencia al monocultivo para alimentar las plantas de etanol".
Fidel Castro, en conversación telefónica con Chávez, dijo que "la idea
de usar alimentos para producir combustibles es trágica, es dramática",
ya que "nadie tiene seguridad de adónde van a llegar los precios de los
alimentos cuando la soya se esté convirtiendo en combustible".
Sus argumentos coinciden con las críticas de los movimientos sociales.
A finales de febrero, un manifiesto firmado por varios movimientos
latinoamericanos, entre ellos el MST de Brasil y Vía Campesina, sostiene
que "el actual modelo de producción de bioenergía se sustenta en los
mismos elementos que siempre causaron la opresión de nuestros pueblos:
apropiación del territorio, de los bienes naturales, de la fuerza de
trabajo". Pero lo que los dirigentes venezolano y cubano no podían
decir en voz alta, por razones diplomáticas, lo dijeron los
movimientos. El manifiesto señala que el acuerdo del etanol "es una
fase de la estrategia geopolítica de Estados Unidos para debilitar la
influencia de países como Venezuela y Bolivia en la región". En suma,
se trata de boicotear la integración regional y obras tan importantes
como el gasoducto del sur.
Si consideramos que la actual coyuntura que vive la región es sumamente
delicada es porque puede producirse una inflexión de larga duración que
afectará tanto a los pueblos como a los gobiernos de izquierda. Hilando
fino, el problema no es ni Bush ni Estados Unidos. Ellos hacen su
juego, como siempre lo hicieron. Con el proyecto del etanol emerge una
nueva-vieja alianza: la de las elites globales, que se expresa en
algunos gobiernos de la región.
Entre los principales promotores de la Comisión Interamericana de
Etanol, lanzada en diciembre, figuran dos personajes claves: Jeb Bush,
ex gobernador de Florida, a quien muchos acusan del fraude electoral que
facilitó el acceso de su hermano a la presidencia en 2000, y el
brasileño Roberto Rodrigues, presidente del Consejo Superior de
Agronegocios de San Pablo y ex ministro de Agricultura en los primeros
cuatro años del gobierno de Lula.
Rodrigues fue el hombre del agrobusiness en el gobierno brasileño, está
dispuesto a deforestar la Amazonia y a expulsar a millones de campesinos
de sus tierras para acelerar la acumulación de capital. Los brasileños
votaron por Lula, no por el tándem Bush-Rodrigues.
Fuente: ALAI.
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