La discusión sobre el socialismo del siglo XXI sigue abierta. Encontrar una forma de sociedad que proporcione oportunidades de igualdad, inclusión y justicia para todos sus miembros y que sea capaz de trascender los males producidos por lo que llamamos el “sistema capitalista” es hoy más que nunca una necesidad inmediata
La exacerbación y crisis del sistema capitalista (y de la Civilización Occidental) se ha hecho obscena con la presencia de los neocoms en el gobierno de los EE.UU. y en los últimos años la guerra, el nivel de injusticia a escala global y la devastación del planeta se han tornado aún más graves, colocando la opción de presentar una respuesta adecuada al sistema, como la única y urgente alternativa posible. Frente a esta situación, esa alternativa posible no es otra que la búsqueda del “socialismo”, una propuesta para una sociedad más equitativa, más humana, más promotora de las gentes, capaz de desarrollar una alternativa de vida para la Humanidad, frente a la alternativa de muerte planteada por los poderes establecidos.
Socialismo y revolución han corrido de la mano desde la segunda mitad del siglo XIX, cuando el capitalismo empieza a vivir su edad dorada, apoyándose en la explotación desenfrenada de la mano de obra obrera. La respuesta a la opresión se hizo palpable a través de los movimientos sociales de los oprimidos. Allí nacieron hasta nuestra contemporaneidad, ideas de cambio social y de justicia, de propuestas y combates por una nueva forma de sociedad.
Si queremos hoy llevar adelante una nueva forma de vivir, de relacionarnos los unos con los otros, de permitir una vida digna a las mayorías, habremos de luchar y de encontrar una forma concreta para lograrlo. Tendremos que emplear toda nuestra creatividad a la búsqueda de ir creando un sistema y un modo de vida que contemple estas necesidades y que sea el adecuado a nuestra situación actual y sus características.
Pero también habremos de ahondar en las propuestas, luchas y resultados de más de un siglo y medio de enfrentamiento a los poderes establecidos, para poder rescatar de allí las ideas, los combates, los triunfos y desengaños, que puedan servirnos como referencias para crear los cimientos de una nueva sociedad.
Lamentablemente la memoria histórica parece volverse cada vez más corta. Es muy poco lo que tenemos en cuenta de todo ese cúmulo de experiencias acumuladas por individuos y grupos sociales que generalmente entregaron sus vidas en aras de un mundo mejor.
En el siglo XIX surgieron varias alternativas de cambio, distintas interpretaciones de cómo llegar a una sociedad mejor y diferentes formas de acción en ese sentido. El marxismo, que luego se convirtiera en marxismo-leninismo (en comunismo) fue una de esas visiones, que logró hacerse concreta en lo que se ha llamado el “socialismo real” sobre todo en dos grandes naciones, la Unión Soviética y la China. Es hoy la más conocida y la más promocionada como una base para la creación del Socialismo del siglo XXI. Sin embargo, existieron y aún están vivas otras importantes vertientes que proponen distintas formas de revolución y socialismo. Y no sólo en ideas, sino también en acciones reales, que han marcado profundamente nuestra sociedad actual, aún sin ser totalmente reconocidos sus aportes.
En el siglo XIX surgió un socialismo obrero que en los 30 primeros años del siglo XX guío las luchas proletarias en Europa y que ha tenido en nuestra América hombres de la talla de Alfredo Palacios en Argentina, o de Emilio Frugoni y Carlos Quijano en Uruguay o de Salvador Allende en Chile. Una parte de este socialismo ha sido el origen de las actuales socialdemocracias, que poco a poco fueron abandonando sus propuestas de cambio hasta convertirse en parte del status quo. Apareció también en ese entonces una visión socialista y revolucionaria cristiana, que se hizo presente con León Tolstoi y su socialismo libertario y cuyo desarrollo llega hasta nuestros días con la Teología de la Liberación, de actual y cada vez mayor presencia en nuestra realidad, luego de haber sido opacada por los poderes establecidos en la década de los 80.
Y nació también en ese tiempo una propuesta y una forma de enfrentar al poder que se plasmó en hechos y luchas sociales, que se llamó el Anarquismo o la visión libertaria.
Dentro de una serie de trabajos que intentarán rescatar las ideas y la historia de aquellos que se restearon por el cambio social, y que han sido dejados de lado por el poder y el olvido, hoy intentaremos mostrar lo esencial de las propuestas y luchas de la visión libertaria que propone el anarquismo.
El anarquismo y las ideas libertarias
Sin intentar hacer una apología, creemos que es necesario reivindicar al anarquismo, que de esas visiones de cambio nacidas en el siglo XIX, ha sido quizás la más injustamente tratada. Por supuesto que existen razones históricas para ello, que también intentaremos mostrar. Como dice Chomsky: “El registro de las ideas anarquistas, de las luchas inspiradoras de gente que ha buscado liberarse de la opresión y la dominación, debe ser atesorado y preservado, no como una forma de detener el pensamiento y los conceptos en un molde nuevo, sino como una base para la comprensión de la realidad social y para el trabajo que se compromete en su transformación.” [1]
Desde su propio nombre, el sistema social propuesto por los anarquistas ha sido desfigurado ideológicamente por los poderes hegemónicos, que han llevado a identificar la palabra anarquía con “caos” o “desorden”. La etimología de la palabra significa literalmente sin gobierno. Por supuesto que ningún anarquista (excepto quizás un pequeño grupo de anarco-individualistas) cree que no debe existir ninguna forma de organización social. Cuando se dice “sin gobierno” se hace referencia a no aceptar las estructuras establecidas de poder, específicamente su verticalismo y autoritarismo. Los anarquistas proponen estructuras horizontales, dónde el poder de las gentes se ejerza por democracia directa (y no por delegación). Por ello no creen en general tampoco en el Estado, al que consideran también una estructura de poder vertical y autoritario.
A diferencia del marxismo-leninismo, que propone una visión total del mundo y la sociedad, auto validada, determinista y “científica”, que pretende explicar todo acerca de los fenómenos sociales y su futuro; el anarquismo nunca ha intentado desarrollar una teoría general. Su propuesta parte de supuestos comunes (valores) y sobre todo de una posición ética frente al mundo. No ha desarrollado nunca una visión dogmática absoluta, sino que a partir de los supuestos comunes ha guiado sus análisis, sus propuestas y sus acciones de acuerdo a las realidades del entorno y a sus interpretaciones sobre la forma de acción. Esto explica como en el proceso histórico han surgido distintas posturas anarquistas, anarco-individualistas, anarco-sindicalistas, anarquistas comunistas, anarquistas educadores, etc. Todas ellas coherentes con esos postulados comunes.
Los anarquistas centran su visión en el individuo y su humanidad. A diferencia de J.J. Rousseau, creen que el hombre (y la mujer) no nace ni bueno ni malo, sino que sus posturas frente al mundo dependen de su anécdota en su entorno. Su individualismo no es en absoluto el propuesto por la visión capitalista, dónde cada persona debe vivir por sí y para sí misma, sino que es un individualismo solidario. La humanidad es sobre todo una especie gregaria, y el individuo sólo tiene sentido en su relación con los otros individuos, quienes constituyen la sociedad. Los anarquistas creen en individuos auto responsables, concientes de sus semejantes, con una total responsabilidad social que guía sus acciones. Creen además en la libertad individual, nadie puede imponer a los demás su voluntad, sólo existe para ellos la regulación social basada en el respeto del otro y de su propia libertad.
Los anarquistas han sido quienes más han estudiado el fenómeno del poder en la sociedad. Este conocimiento profundo del poder y sus consecuencias hacía que, ya en la Primera Internacional, Mihail Bakunin enfrentara la visión de Marx de “dictadura del proletariado”, mostrando como una dictadura del proletariado sería en realidad sólo la dictadura de algunos proletarios, que se constituirían en una nueva clase social, la que tendería a burocratizarse y acaparar el poder de todos. Con más de un siglo y medio de anticipación estaba previendo el drama de la Unión Soviética.
La visión libertaria cree en el poder de cada individuo y en la asociación voluntaria del poder de cada uno. Por eso rechazan todo tipo de delegación o apropiación de poder por parte de otros individuos o instituciones sociales. Para ellos el liderazgo puede ser sólo un fenómeno transitorio. Un verdadero líder cumple su rol social solamente en momentos coyunturales, mientras “interpreta” las voluntades y necesidades de todos. Por ello en sus propuestas está siempre la rotación voluntaria de los cargos ejecutivos y la asamblea como única autoridad colectiva. Sin embargo, respetan otras autoridades “pueden admitir la intrínseca autoridad de un médico, en lo que se refiere a la enfermedad o a la salud pública, o del agrónomo en lo que toca al cultivo del campo; no pueden aceptar en cambio, que por el hecho de haber sido elegidos o impuestos por la fuerza del dinero o las armas, los dirigentes decidan permanentemente sobre cualquier cosa, sustituyan a la voluntad de cada uno, determinen el destino y la vida de todos.” [2]
Sus propuestas de organización social están centradas en la distribución horizontal del poder. Una sociedad compuesta de grupos autogestionarios, enlazados por redes federativas, en las que los delegados a los organismos federales sean mandatados, rotativos y deban rendir permanentemente cuentas a los colectivos que los nombran, puede ser una visión aproximada (con todas sus variaciones) de las propuestas sociales libertarias.
Partiendo de que el ser humano individual es la base de la organización social, los anarquistas han sido siempre militantes de la educación. Han creído y ejercido la máxima visionaria de Simón Rodríguez de que “no es posible crear repúblicas si no contamos antes con republicanos”. Y creen que esta labor no puede dejarse para luego de triunfar la revolución, sino que debe ejercerse simultáneamente con la lucha social, para de esa manera ir forjando los hombres y mujeres de la nueva sociedad. Así, bajo el tronar de los cañones, en la comuna de París de 1848, Eliseo Reclús alternaba la pelea con la organización de la Biblioteca de París. O en medio del fragor de los combates por la República, en plena Guerra Civil Española, los anarquistas organizaban comunas, ateneos, escuelas y bibliotecas. Una concepción para formar aquel “hombre nuevo” que el Che plasmara en sus escritos y en su acción.
Finalmente, es muy curioso que el anarquismo sea la única corriente revolucionaria que considere que el arte es una parte integral del proceso de cambios. El rol del arte como forma de transformación del hombre y la sociedad ha estado siempre presente en las doctrinas libertarias, llegando incluso a generar experiencias educativas y sociales importantes en este terreno.
El anarquismo y la historia
Los anarquistas han estado siempre en primera línea de combate en las revueltas contra la opresión. Veamos algunos ejemplos:
La comuna de París de 1848 fue hasta tal grado un movimiento libertario, que cuando Thiers, apoyado por los prusianos, conquista París a sangre y fuego, ante la imposibilidad de encontrar dirigentes, partidos o movimientos específicos que hubieran conducido el alzamiento, resistido el cerco militar y autogobernado a la ciudad por casi tres meses, se ve “obligado” a fusilar a más de 150.000 personas.
Durante los últimos años del siglo XIX y las primeras décadas del XX, los anarquistas se encontraron siempre en el frente en todo acontecimiento social revolucionario, participaron sobre todo en los alzamientos obreros que explotaban constantemente en Europa.
El más importante movimiento en el que los anarquistas tuvieron un papel protagónico fue la Guerra Civil Española. La CNT-FAI (Central Nacional de Trabajadores - Federación Anarquista Ibérica) agrupaba a las mayorías de trabajadores españoles. Las brigadas anarquistas combatieron valientemente en todos los frentes en la lucha contra las derechas y las fuerzas franquistas. Mientras tanto en Castilla y Aragón las comunas libertarias produjeron y educaron en un exitoso experimento social colectivo que fue arrasado por el fascismo triunfante. En Argentina hasta el ascenso del peronismo en 1945 y en Uruguay hasta la década de los 60, la lucha sindical y proletaria contra las oligarquías dominantes estuvo signada por la visión libertaria.
El último gran movimiento social del siglo XX, el mayo de 1968, encontró también a los libertarios en la cabeza de la lucha.
En el terreno educativo, las escuelas decrolyanas del sur (mesopotamia argentina y Uruguay), de inspiración libertaria, constituyeron en la década de los 30 la más importante experiencia educacional a nivel escolar del continente, hasta ser aplastadas con la descalificación más burda por las burguesías dominantes en ambos países. En la década de los 60, los logros de la escuela de Sumerhill en Londres, dirigida por A.S.Neill, provocaron cambios profundos en los conceptos sobre educación a nivel global. En esa misma época en Montevideo, la experiencia de 15 años de la Escuela Nacional de Bellas Artes, aplastada por la dictadura militar, marcó también nuevos paradigmas en los criterios educativos a nivel universitario.
La obra de Herbert Read en Inglaterra, y sobre todo su trabajo de Educación por el Arte, ha marcado nuevos parámetros sobre el rol del arte en la educación y la formación de individuos capaces de crear un nuevo mundo. Igualmente sus escritos políticos, de absoluta contemporaneidad, reflejaron esa condición múltiple del militante libertario, que atiende simultáneamente a todo el arco de situaciones humanas. Como un ejemplo: “Una insurrección es necesaria por la sencilla razón de que sacrificara sus ventajas personales al bien general. En el rapaz tipo de capitalismo que impera en Europa y Norteamérica, tales ventajas personales son el resultado de un ejercicio de baja astucia difícilmente compatible con un sentido de justicia; o se basan en una insensible especulación financiera que ni conoce ni se cuida de los elementos humanos que se hallan envueltos en el movimiento abstracto de los precios del mercado”.
El anarquismo y el olvido institucionalizado
Extrañamente, unas ideas que tanto han contribuido a forjar una visión humanista y revolucionaria, y una historia de lucha social que también ha influido en todos aquellos que mantienen una posición de cambios, son casi absolutamente ignoradas en nuestra sociedad actual.
No es casualidad, las propuestas y las luchas anarquistas han sido tan revulsivas y efectivas a nivel social, que provocan inmediatamente la reacción, no sólo del fascismo (que intenta aplastar a toda visión de izquierda), sino también de las oligarquías y burguesías dominantes que sienten inmediatamente amenazada su posición de predominio ante cualquier grupo o experiencia social que no se pliegue directa o indirectamente al status quo, sino que lo desafíe frontalmente y sin claudicaciones. De esta manera el anarquismo ha sido combatido con saña en todas partes hasta lograr su desaparición (a veces hasta física), en muchas ocasiones al apenas manifestarse y tener alguna repercusión social.
Si a esto le agregamos, que las diferencias surgidas desde el principio entre anarquistas y comunistas, en la medida que el proceso histórico y las luchas sociales fueron desarrollándose, llegaron a convertirse en una lucha frontal que en muchos casos encendió el odio mutuo y el derramamiento de sangre, los anarquistas ganaron además un enemigo poderoso dentro de la izquierda.
Los anarquistas participaron activamente en la revolución Rusa, desde antes de 1905, pero cuando los bolcheviques tomaron el poder y comenzaron a manejar con mano de hierro el proceso revolucionario, sometiendo, alejando y combatiendo a todas las demás fracciones que habían participado en la revolución (proceso descrito detalladamente por Lenin en El Estado y la Revolución, antes del triunfo bolchevique), fueron combatidos encarnizadamente. Los sucesos de la rebelión de Krostand y de la Majnovchina, en los que el ejército rojo masacró masivamente los intentos de resistencia al centralismo del Soviet Supremo, son los mayores exponentes del grado de peligrosidad que podían significar los movimientos libertarios.
En los Estados Unidos, los sucesos de los mártires de Chicago (de los cuales hoy muy poco se sabe a pesar de que su ahorcamiento se conmemora en todas partes del mundo -menos en los propios EE.UU- el primero de mayo) y el ajusticiamiento de Sacco y Vanzetti, (que ya hoy ha sido demostrado que eran inocentes de los cargos por los cuales se les condenó) muestran de que forma han sido combatidos los anarquistas por parte de las democracias.
Durante toda la guerra fría, una de las pocas cosas en que Estados Unidos y la Unión Soviética estaban de acuerdo, es que todo foco anarquista debía ser combatido sin cuartel.
Y por supuesto, dentro de la visión hegemónica que nuestro mundo actual recibe cotidianamente a través de las influencias políticas y sociales y la comunicación globalizada, la palabra anarquismo es parte de todo aquello que, por no pertenecer a esa visión hegemónica, no existe por exclusión (exceptuando, nuevamente, cuando está asociada a caos o desorden).
A pesar de ello, las concepciones y luchas libertarias han logrado una profunda influencia en nuestra sociedad, no es casual el que algunos de los más importantes pensadores y filósofos de los siglos XX y XXI, se identifiquen (más o menos expresamente) con el ideario y la praxis anarquista. Entre ellos podemos nombrar a Bertrand Rusell, Martin Buber, Albert Camus, Jean Paul Sastre, Simone Weil y Noam Chomsky.
“Es frecuente, entre los historiadores y sociólogos que se ocupan hoy del anarquismo, afirmar que éste representa una ideología del pasado. Si con ello se quiere decir simplemente que tal ideología logró su máxima influencia en el pueblo y el movimiento obrero a fines del siglo XIX y durante las primeras décadas del XX, nada podemos objetar. Pero si ese juicio implica la idea de que el anarquismo es algo muerto y esencialmente inadecuado para el mundo del presente, si pretende que él no puede interpretar ni cambiar la sociedad de hoy, creemos que constituye un notorio error. Frente a la grave crisis (teórica y práctica) del marxismo, que se debate entre un stalinismo más o menos vergonzante y una socialdemocracia que suele renegar de su pasado, el anarquismo representa, más bien, la ideología del futuro” [3]
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