El domingo l3 de abril se conmemoró, una vez más, el “Día del Maestro Ecuatoriano”, día establecido en homenaje a Juan Montalvo, que nunca fue maestro, y cuyo natalicio se celebra en esa fecha. En realidad, la celebración hubiera pasado inadvertida si no fuera porque en los diarios El Comercio y La Hora de la fecha se publicó un “Saludo a los Educadores”, remitido
por el Ministro de Educación Raúl Vallejo y en el que el Ministro pregunta “cuál será el nuevo papel que desempeñará el maestro en la sociedad y en particular en el sistema educativo” y cuya respuesta la da el mismo ministro a continuación: “La respuesta que propone este gobierno es clara: queremos dirigirnos hacia un nuevo modelo de educador que sea pedagógicamente solvente, experto en su área académica de especialidad, ejecutante
de una praxis crítica y reflexiva, respetuoso de sus alumnos y plenamente consciente de las responsabilidades sociales y políticas que la labor docente conlleva”.
Por su lado, los maestros ecuatorianos, por intermedio de la Unión Nacional de Educadores -UNE-, manifiestan: “Los problemas de la Educación, los programas, la infraestructura escolar, las condiciones de vida de los maestros, continúan siendo los de ayer, los problemas que edificaron los gobiernos de la oligarquía y la partidocracia. Requieren ser cambiados
urgentemente. A los maestros nos corresponde impulsar su resolución, en unidad de acción con el gobierno nos incumbe vigilar la demolición de las políticas neoliberales”.
Pueden tener una gran importancia estos dos planteamientos, cada uno por su lado, llevando el agua a su molino, pero… y este pero es grave: ninguno de los dos sectores, ni el ministro de
educación ni los maestros se acordaron de decir algo sobre el laicismo, sobre la educación laica, que, en verdad, es la que está en peligro de extinción.
La Educación en la vida republicana, hasta la caída de García Moreno, llamado paradójicamente, “el mandatario de la educación ecuatoriana”, respondía a un grado de desarrollo feudal, estaba en manos de la iglesia católica, que era la celosa guardiana de los intereses de los terratenientes y, por lo mismo, uno de sus principales objetivos era el de preparar a los futuros conductores de la nación, esta misión fundamental estaba a cargo de los
sacerdotes Jesuitas, quienes formaban discípulos sumisos, para que se encarguen de propagar la fe cristiana y conducir el poder político, además de propender a “conservar el influjo de la
aristocracia quiteña, como fuerza social y política, para emplearla en la restauración católica de todo el país”.
En consecuencia, la educación que se impartía a la gran mayoría de los ecuatorianos, a las clases populares de todas las ciudades y pueblos del país, era el catecismo y apenas las primeras letras y, peor aún la que se destinaba a los campesinos, a los que solo se les enseñaba la doctrina cristiana para, en base a ella, poderlos mantener en la esclavitud y la miseria,
ofreciéndoles como recompensa el paraíso.
Oswaldo Albornoz Peralta, en su libro “Ecuador: luces y sombra del liberalismo”, afirma:
“Como es fácil imaginar, arrancar la educación de manos de la clerecía no fue cosa
sencilla. La reacción conservadora se valió de todos los medios, sobre todo de los sentimientos religiosos del pueblo, para combatir a la educación laica. El arzobispo Gonzáles Suárez fue el
abanderado de esta causa retrógrada. En sendas cartas pastorales la estigmatizó como herética y llamó a los párrocos para emprender la cruzada en su contra, a la par que amenazaba a los padres de familia con la condenación eterna, en caso de poner a sus hijos en esas diabólicas
escuelas. Oíd esto: “La educación laica es en lo moral tan contagiosa como la elefancia: nadie puede vivir en contacto con el maestro laico y conservar sana el alma”.- “En el orden moral,
en el orden social y, sobre todo, en el orden religioso, la escuela laica es el culto de Moloch”.- “El pecado que cometen los padres de familia consintiendo que sus hijos concurran a la escuela
laica, no lo deja Dios nunca impune”.
La historia se repite, y aunque ahora ya no pueden estigmatizarla, la educación laica para las clases dominantes, y naturalmente para la religión, es un gran peligro. Ya no la condenan a las llamas del infierno, ni se la señala como un peligro social, pero sigue siendo una amenaza
contra el poder imperante, contra la burguesía y los explotadores que, con su dinero y poder, crearon la educación particular, embozadamente cristiana, para defender sus intereses económicos y sociales y para preparar a sus cuadros dirigentes destinados a seguir manteniendo
el sistema político de explotación y miseria que conviene a sus intereses de clase.
El crecimiento desmedido y sin ningún control de la educación particular, que es una educación de clase, propia de la burguesía y de su producto la oligarquía criolla, ha tomado en sus manos
el control de la educación en el país. La proliferación de instituciones educativas particulares, cada vez más exclusivas y sectarias, la indolencia de los gobiernos de turno, fieles servidores de las clases dominantes, va ahogando paulatinamente a la educación laica, por lo que debemos
incentivar un movimiento nacional para rescatarla, con sus postulados de laica y gratuita, como patrimonio cultural intangible de los ecuatorianos.
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