Esta gesta heroica fue recogida por Joaquín Gallegos Lara, escritor militante guayaquileño, quien la utilizó como argumento para crear esa gran novela titulada “Las cruces sobre el agua”. Uno de los testimonios más dramáticos de este hecho.
El l5 de Noviembre es una fecha labrada indeleblemente en la memoria de la clase obrera, es decir, de los trabajadores ecuatorianos organizados y presentes, desde entonces, en la lucha contra la explotación y la miseria. En esa fecha, hace 82 años, en 1922, se produjo la primera gran huelga general contra los explotadores y el primer baño de sangre con que nacieron a la historia los movimientos sociales en el Ecuador.
Esta gesta heroica fue recogida por Joaquín Gallegos Lara, escritor militante guayaquileño, quien la utilizó como argumento para crear esa gran novela titulada “Las cruces sobre el agua”, uno de los testimonios más dramáticos y fehacientes del estado de explotación y miseria en que vivían los trabajadores ecuatorianos en la década de los años 20 del siglo anterior, en el suburbio guayaquileño, en donde se hacinaban los montubios y campesinos costeños, sobre cuyas espaldas, los banqueros y los comerciantes del puerto, construyeron sus incalculables fortunas.
La novela “LAS CRUCES SOBRE EL AGUA”, sin duda alguna, fue escrita como un testimonio de la masacre del 15 de Noviembre y así lo confirman las fechas que cita el autor, que van entre 1920 y 1922; para entonces Gallegos Lara debía tener 10 o 12 años y, por lo tanto, debió haber sido testigo, de alguna manera, de ese episodio trágico de nuestra historia. Sin embargo, la primera edición de su novela aparece en Guayaquil recién en l946, publicada por la Editorial Senefelder C.A. Limitada, con portada del pintor y escultor guayaquileño Alfredo Palacio y 7 grabados de Eduardo Borja Illescas.
La tragedia que le tocó vivir en carne propia, contribuyó para que Gallegos Lara afinara su sensibilidad y desarrollara un especial sentido de observación y de solidaridad con la tragedia humana, ya que nació inválido, con muñones insignificantes en vez de piernas, y para movilizarse tenía que desplazarse cargado por otro hombre, sobre sus espaldas, hecho que no impidió que participara en las luchas populares y en la organización de sindicatos y células del partido comunista, del cual fue miembro fundador.
Gallegos Lara fue el inspirador del “Grupo de Guayaquil”, que con su libro “Los que se van”, junto a Demetrio Aguilera Malta y Enrique Gil Gilbert, son los iniciadores de la transformación de la literatura nacional de los años 30, pues no solo que incluyen “la mala palabra” y el lenguaje popular en la narrativa nacional, sino que son los pioneros del realismo social en nuestra literatura. Gallegos Lara, el “Joaco” con un claro conocimiento del marxismo y sus grandes cualidades de narrador, manejaba con perfección la estructura de sus narraciones y se convirtió en uno de los más grandes exponentes del realismo social en el Ecuador y en el gran promotor del Grupo de Guayaquil, (‘los cinco como un puño’: Gallegos, José de la Cuadra, Demetrio Aguilera, Enrique Gil Gilbert y Alfredo Pareja).
En “Las cruces sobre el agua”, Gallegos Lara demuestra un profundo conocimiento de las costumbres, los problemas, las frustraciones y los anhelos de los habitantes del suburbio guayaquileño, conocimiento que se va planteando en el desenvolverse de la novela, sin utilizar los trucos del maniqueísmo ni del lenguaje panfletario; veamos un ejemplo: “Alguna vez Antonio le había dicho que solo encontraría su propia alma y su propia música en su pueblo. Vaga la idea se la quedó. Era ahora, en el balcón de la ‘Tomás Briones’, que de verdad la comprendía. Unicamente el pueblo es fecundo. Su gente se alzaba y él ascendía en su marea. Hallaba en sí mismo las raíces que, como con su madre, lo unían con su tierra”.
Gran narrador realista, casi fotográfico pero al mismo tiempo, poético y trágicamente tierno, así describe el tugurio del suburbio: “Llovía ya, y el viento se lanzó a patear la puerta. El techo era de zinc y crepitó como apedreado. Rosa, contrayendo el vientre, separó el catre, empujándole con ambas manos. ¿A qué horas se acababa la kerosina del candil? Era inútil mover el catre. El techo era un cedazo. Habían goteras para la mesa, para el baúl, para mojar al enfermo, para los huesos de los dos. Cirilo tosía y temblaba. El estrépito del zinc se hacía infernal. Tocar el piso era flotar. Las cañas filtraban filos de vidrios rotos en el aire...”; o este retrato tiernamente humano y maternal de Alfredo Baldeón, niño del suburbio: “Y Trinidad puso la mano en la cabeza erguida de su pequeño zambo, de mirada viva y pies descalzos, reidor, con la camisa fuera del pantalón de sempiterno largo al tobillo, y en la muñeca un jebe. A Alfredo el patio le olía a tierra húmeda y la mano de su madre a jabón prieto”.
La magnitud del levantamiento popular del l5 de noviembre de l922, se puede apreciar en toda su magnitud, leyendo este pequeño párrafo: “Era demasiada gente. Nunca se había lanzado tanta de golpe a las calles. Gallinazo suponía que era todo Guayaquil, menos los ricos. Iban tan apretados que no se diferenciaban los zarrapastrosos pantalones, las camisas mojadas de sudor, las oscuras bocas con los dientes bañados de sol y risa. Las mujeres, recogiéndose las faldas, empujaban con los puños, buscando sitio en las primeras filas; los pilluelos, ágiles como ratones de pulpería, brillosa la piel morena, se cruzaban entre las piernas, blandiendo palos, azuzando. De repente, adelante, sostenida por muchas manos, sobre las cabezas que se levantaban a mirarla, se irguió un asta de caña y flotó una bandera, una bandera roja”.
Sin duda, Joaquín Gallegos Lara fue el más claro y el más profundo de los tres escritores que formaron parte del libro “Los que se van”, con Enrique Gil Gilbert y Demetrio Aguilera Malta; en los ocho cuentos con que él aporta al volumen, se puede admirar la solidez de sus conocimientos sobre la realidad del pueblo ecuatoriano, tanto de la sierra como de la costa y no solo en la ciudad sino en el campo, como lo demuestran sus cuentos “El guaraguao” y “La última erranza”.
“Las cruces sobre el agua” es todo lo que se ha afirmado en los párrafos anteriores; pero, sobre todo, es una valiente y patética denuncia sobre la brutal represión ejercida contra el pueblo de Guayaquil: obreros, artesanos, empleados, que fueron asesinados cobardemente por la soldadesca envilecida “que cumplía órdenes superiores”. Las víctimas de la masacre, varios centenares, fueron lanzadas al Río Guayas, para ocultar las evidencias. Desde entonces, las gentes humildes del pueblo guayaquileño, cuando llega el l5 de Noviembre, lanzan sobre la Ría unas cruces negras iluminadas con velas, demostrando que aún está viva su solidaridad y su protesta.
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