Por: Xavier Andocilla R.
Charles Chaplin fue un activista por la libertad, un ser humano que puso su arte al servicio de los intereses de los sectores populares. Sus obras se constituyeron en herramientas de denuncias sociales, eran instrumentos que confrontaron la realidad de pobreza y miseria, y a la vez componía escenarios en los que se acusaba a los verdaderos enemigos del progreso social; sus trabajos proveían de energía y fuerza a los oprimidos, razón por la cual fue objeto de múltiples ataques y las clases dominantes lo veían como un enemigo que debía ser callado y proscrito.
Sus películas no fueron producto de la casualidad, respondían a las condiciones históricas en las que se presentaron, es así que el 26 de febrero de 1921 se estrenaba “El Chico” en medio de un contexto en el que se hablaba de la prosperidad de los EEUU, se alababa el estilo de vida norteamericano y se manifestó que “un vendedor de periódicos podía llegar a ser presidente de la república”, motivo por el que miles de emigrantes llegaron a los Estados Unidos para conquistar el sueño americano.
Estos argumentos dieron material para que Charlot interpretara una denuncia de la verdadera situación en que vivían los inmigrantes en los barrios yanquis, y se constituyera como uno de los mejores melodramas que se granjeó un gran rencor de la oligarquía de ese país, es así que “un sector de la prensa atacó a Chaplin con energía. Tildaron a la película de derrotista, amarga, incluso fea; no podía tolerar, en plena época de la ficticia prosperidad que disfrutaban, que alguien les señalara con el dedo los verdaderos cimientos de esa prosperidad”1.
En 1923 se aleja de los estudios cinematográficos de Mack Sennett y se incorpora a la United Artista; allí inicia los trabajos de una de las obras que traería el escándalo más sonoro de la historia del cine, por lo que sería prohibida en 15 estados de la Unión y se la titula bajo el nombre de “Una mujer en París”. Esta película da un severo ataque a la sociedad norteamericana, pero en gran parte se altera la historia, producto del miedo a la censura por parte del recién creado Código Hays, por lo que es trasladada la acción a Francia.
En sus memorias, Charles Chaplin manifestó que esta obra “fue la primera película muda que articuló ironía y psicología”, pero fue un “fracaso comercial por no ser la divertida comedia que el público esperaba, pero lo sitúa entre los grandes realizadores por la plasmación de las ideas visuales y su buen tono narrativo”2.
A pocos años, en 1925, Chaplin hace resucitar a su personaje del vagabundo en uno de los filmes que lograría constituirse como su obra maestra y a la que se le tituló “La Quimera de Oro”. Esta película expresa una ridiculización de la famosa época de la “fiebre del oro”, parodió con un espíritu burlón el auge económico y de consumo que se desarrollaba en los EEUU.
Mientras el sonido en el cine llega a ponerse en auge y muchos directores del cine mudo caen en fracaso, Chaplin trata a toda costa de convertir a su persona en un símbolo internacional y comprende que si el vagabundo llega a abrir la boca y hablar perdería toda su identidad; es por eso que el 21 de enero de 1931 es estrenada “Luces de la ciudad”, obra que obtiene un rotundo éxito y es una película muda a la que únicamente se la adicionó una banda musical compuesta por el propio cineasta.
En “Luces de la ciudad” Chaplin logra expresar su talento en el manejo de la pantomima, pues él siempre “hizo hincapié en la importancia de las manos para darnos una idea de lo que siente o quiere expresar el personaje en un momento concreto. La mímica crea una abstracción, cómica o trágica, que las palabras jamás podrán ofrecer. Y son las manos, precisamente, punto determinante en el amargo desenlace de “Luces de la ciudad”3.
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