Después, la mesa larga y rumorosa, las lágrimas por los ausentes, el entrechocar de las copas, el allegro de las campanas de San Juan Evangelista, las estrellitas de plata que crepitaban en mi mano temblorosa hasta que se disipaba el hechizo con mi desencanto infantil.

El coro bronco de la sobremesa interminable compartida con los vecinos del patio común, los aires de la canzonetta evocando al píccolo paese lontano en la voz gringa cargada de melancólico carlón...

¡Cuántas Navidades han pasado desde aquellos lejanos recuerdos, verdad, Juan...!. Yo fui creciendo, haciéndome hombre -según el lugar común- madurando quizá, pero alejándome cada vez más de mis más puros asombros... Y, sin embargo, seguí marchando al amparo de aquellos hábitos, de aquellas tradiciones de mi infancia que nunca me abandonaron.

Hoy, es una mesa menos larga, seguramente, menos rumorosa, sin la sonoridad de las campanas que echaban a volar como palomas en las manos del viejo Don Daniel de las barbas entrecanas, sin la desgarrada nostalgia de aquel "Santa Lucía, lontano a te, quanta malinconia", pero, al cabo, Navidad, Juan...

Todo lo que vos quieras, pero la magia eterna de una noche que te impulsa a juntarte, a no querer sentirte solo, a estrecharte en un abrazo con alguien, a esperar impacientemente que lleguen tus amigos con un mensaje de guitarras y canto para que la casa se pueble de voces y de melodías y seguir creyendo que todavía se puede, Juan, que todavía se puede...

Ya sé, Juan, que te agobian muchos motivos para no sentirte bien, que has perdido muchos sueños en el camino, que se te han desvanecido muchas esperanzas como para atreverte a encender otra vez las estrellitas de plata, que te duelen muchas penas, que te desconciertan muchas incertidumbres, pero ¿qué, Juan? ¿acaso pensás quedarte solo, recluido en tu casa, rumiando tus desconsuelos, sin fe, sin ganas de seguir queriendo? No, Juan...

El pesebre de la infancia, ese de la Avenida Montes de Oca que te conté, no era sólo un simbolismo. No, Juan. Era de verdad, sigue siendo verdad. Ese pibe que reposaba en el jergón, arrebujado en los pañales más pobres, seguirá naciendo todos los años para que vos y yo sigamos creyendo que vale la pena vivir. Y vivir es jugarse por algo, como dicen los versos de Eladia Blázquez.

...y quería contarte que ya conseguí el árbol, si lo vieras. Un pino gigante, vigoroso, el más vigoroso, erguido, con esa lozanía de la vida joven que crece y se renueva en el milagro del polen que viaja en el viento...Pero, quiero que entiendas, con tronco, ramas poderosas, con raíces milenarias, con la copa frondosa, con la salvia que lo nutre como un torrente de sangre roja. No, Juan, nada de arbolitos de utilería, nada de globos de colores, nada de luces artificiales, nada de estrellas de papel, ni de campanas sordas, ni de Reyes Magos maquillados. No, Juan, nada de utilería.

Navidad es tiempo de soñar. Navidad es tiempo de querer, Juan...A las 12 de la noche, justamente a esa hora en que la pobre vieja, allá en mi casa de la Boca, me llenaba las manos de estrellitas de plata, compartiremos el pan dulce y una copa de vino y nos juntaremos por dentro, Juan. Nos atreveremos, nos estimularemos, recíprocamente, para tirar la gran pared de la fraternidad, la gran pared de los sueños, de las esperanzas que nos siguen esperando...

Y, cuando lleguen los amigos con las guitarras sonoras, cantando, cantando, haremos una rotación por toda la cancha, sin que nadie se quede estacionado, sin que ninguno se esconda detrás de la marca, que la pelota circule y circule alegremente, pero, para adelante, sin toques laterales, sin entregas en retroceso, sin esperanzas prestadas, sin fulbito, Juan. Fútbol, fútbol bulliciosamente ofensivo, ese que sólo puede concluir "en las 18" de enfrente, en "las 18" de la verdad, de la única verdad. Dale, Juan, picá al claro que ya va el cambio, seguí Juan que no queda ni una marca, que estás libre, Juan, andate al gol, Juan, pegale ahora, cambiale el palo, arriba, en el ángulo, donde nunca llegan los arqueros...Gritalo, Juan, gritalo con toda tu alma, con toda la mía. Goool, Juan, ¡Goooooooooool, Juan, gol......!

Y cuenta la tía Eulalia que, como a las tres de la madrugada del día ya 25, lo encontró a Juan dormido, echado en una silla. Una ancha sonrisa le iluminaba la cara, pero, la pobre tía, jura y sigue jurando que ni vio el pino gigante e iluminado, ni vio las estrellitas de plata, ni ninguno de los Reyes Magos, ni escuchó el rasguido de las guitarras ni los coros. Ni menos oyó gritar ese gol de la rotación por toda la cancha, del que tanto sigue hablando Juan...

 Nota publicada el 22/12/1981. Este material forma parte de las desgrabaciones de las columnas que Osvaldo Ardizzone realizaba en Radio Rivadavia, y que sus hijos entregaron para su difusión a www.buenosairessos.com.
 Periodista . Falleció el 8 de enero de 1987