El presidente francés Nicolás Sarkozy y la Canciller alemana Angela Merkel.
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«Desde el momento que la mayoría de la gente entiende a fondo los engranajes de la estrategia de choque, se hace más difícil tomar desprevenidas a las colectividades locales y desorientarlas. En pocas palabras, resisten a los choques.»
Naomi Klein, in La stratégie du choc.
La montée d’un capitalisme du désastre, p. 556.

El 22 de febrero, durante la conferencia de prensa que se desarrolló en Berlín después de la preparación del G20 para la cumbre de la Unión Europea, el primer ministro británico Gordon Brown hizo una sorprendente observación: «Necesitamos un “New Deal” mundial […]».

Y, concretamente: «Estamos concientes de que, en las esferas por donde pasan flujos financieros mundiales, no resolveremos el problema con autoridades meramente nacionales, sino que necesitamos autoridades e instancias mundiales de vigilancia, que velen por que las instituciones financieras que operan en el mercado nos comuniquen todo lo que hacen.»
Gordon Brown no dijo exactamente lo que estaba pensando.

Pero el economista Wilhelm Henkel, uno de los promotores del recurso contra la instauración del euro en Alemania, había dicho ya el 11 de febrero, en entrevista a la publicación Frankfurter Rundschau, lo que se pensaba sobre el tema a nivel de la Unión Europea: «Eso sería el fin de la democracia de los Estados europeos. Un gobierno económico dotado de poderes dictatoriales remplazaría a la constitución y los parlamentos.»

En la conferencia de prensa del 22 de febrero, se le preguntó a la organizadora de la reunión, la canciller alemana Angela Merkel, cuál era para ella el resultado más tangible del encuentro. Respondió: «Al comparar ese resultado con el plan de acción de Washington, se ve más claridad en la persecución de los paraísos fiscales, de las “manchas blancas”, en lo tocante a las instituciones, los productos, pero sobre todo en cuanto a las diversas plazas financieras.» Antes había amenazado: «Tenemos que desarrollar un mecanismo de sanciones contra los que no cooperan, ya sean paraísos fiscales o sectores de operaciones opacas. La acción debe ser muy concreta.

Pensamos que de aquí al 2 de abril, pero también puede ser de aquí al encuentro de ministros de Finanzas, hay que hacer listas en las que se vea bien quién se ha negado hasta ese momento, a participar en esa cooperación internacional.» Y el hombre de la maniobras sucias, el presidente Sarkozy, se hizo eco: «No permitiremos que nada ni nadie impida la realización de las ambiciones de la cumbre del 2 de abril (G20 de Londres, dedicada a la crisis financiera), ya que son de alcance histórico. Si logramos coronar con éxito esa cumbre, abriremos un nuevo capítulo.»

Steg, vocero del gobierno alemán, anunció ese mismo día, como resultado de la cumbre Berlín, que «todos los mercados financieros tenían que someterse a una vigilancia o reglamentación adecuadas» y que «elaboraremos mecanismos de sanción para prevenir mejor los peligros provenientes de los países que no están dispuestos a cooperar, incluyendo a los paraísos fiscales.»

Aunque Suiza no se mencionaba en ninguno de los comunicados oficiales, estaba claro que la cumbre estaba dirigida contra ese país. Así que no fue casualidad que el Frankfurter Rundschau publicara el 23 de febrero el titular «Härtere Strafen für Steuersünder» (aumento de las penas que se aplican a los contribuyentes que tienen problemas con el fisco) acompañado de la imagen de una ciudad y de un bandera suizas. No fue tampoco por casualidad que la estación de radio Deutschlandfunk, vinculada al gobierno alemán, organizó, precisamente el 23 de febrero, una discusión sobre un libro abyectamente titulado «Schurkenstaat Schweiz?» (Suiza, ¿Estado renegado?) en el que se insinúa que es Suiza –no los señores y señoras de la alta finanza de Nueva York y de Londres– quien provocó la crisis financiera mundial.

La realidad es que Suiza molesta. Los grandes patrimonios depositados en ese país suscitan envidia fuera de Suiza, sobre todo entre los establecimientos de la alta finanza que han decidido acrecentar todavía más su propio patrimonio mediante contribuciones fiscales y nuevas reparticiones.
Hay que abandonar la idea según la cual el neoliberalismo es lo único que conviene a los intereses monetarios y a las aspiraciones de poderío de la alta finanza al imponer cada vez más desregulación y más privatizaciones y limitar la acción del Estado. Si resulta oportuno, se recurre a otro instrumento. Y parece que ha llegado el momento de hacerlo, lo cual caracteriza el tránsito de la política de Bush a la de Obama.

Los miembros de la alta finanza no tienen ninguna preferencia de principio por determinado régimen político. Lo importante para ellos es acrecentar sus ganancias. Así lo hicieron bajo el capitalismo de Estados Unidos, el comunismo de la Unión Soviética, al igual que bajo el fascismo y el nacional socialismo europeos. La situación sigue siendo la misma hoy en día. Está dicho en el libro de C. Edward Griffin: El engendro de Jekyll Island. La Reserva Federal, institución de emisión de Estados Unidos. El más espantoso monstruo que la alta finanza internacional haya creado jamás [Título traducido a partir de la versión alemana, NdT.]

Esta también se benefició con la acción de Franklin D. Roosevelt, presidente de los Estados Unidos, quien «actuó en interés de la alta finanza a través de son New Deal y de otras leyes promulgadas a partir de 1933». Eso señala el libro de Anthony S. Sutton intitulado Wall Street y Roosevelt [Obra agotada cuya versión numérica puede obtenerse mediante el vínculo que aparece al final de esta página].

Lo que le molesta a la alta finanza son los Estados y los pueblos soberanos cuya evolución política determinan sus propios ciudadanos, al igual que la evolución económica y social.

Así que no nada tiene de sorprendente que haya nacido un instrumento de dominación centralista y dirigista, violento, que interfiere los derechos individuales, autoritario, que acapara las estructuras del Estados y que abusa de ellas para hacerles creer a los pueblos que están ocupando de sus intereses, cuando en realidad se trata de los intereses de unas pocas personas. Es lo contrario de un Estado de derecho y de un Estado social liberal y democrático.

En Europa, ese papel lo desempeña la Unión Europea, bajo la dirección de Angela Merkel. En Estados Unidos, el nuevo presidente, Obama, va a asumir ese papel. Sus proposiciones para resolver la crisis financiera son parecidas a las de la Unión Europea. Pero los ciudadanos no están condenados a padecer a ese monstruo. Por ejemplo, cada alemán que proteste hoy sin vacilación contra los ataques arbitrarios que sus vecinos suizos están sufriendo bajo la dirección de Alemania y contra el papel de chivo expiatorio que se quiere endilgar a esos vecinos estará actuando a favor de la libertad de todos los hombres.

Todos los alemanes pueden preguntarse también quién es el culpable de que su país tenga una cuota de gastos públicos y una carga fiscal considerablemente más elevadas que las de Suiza, una tasa de desempleo tres veces más alta, prestaciones sociales de menor calidad y ciudadanos mucho menos satisfechos. Es posible que ése sea el resultado, en cierta medida, de una política alemana que sigue tratando a los habitantes del país no como ciudadanos de una república, sino como súbditos atados con correa.

Una política que sigue haciendo todo lo posible por desviar la atención de las graves faltas que cometió en el pasado.
Documentos adjuntos

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«Wall Street and FDR», par Antony C. Sutton, Arlington House Publishers, 1975.


(PDF - 456.6 kio)

Fuente: Horizonts et Débats, Suiza.