Cuando no se tiene nada que decir, es muy fácil recurrir a la demagogia más rampante. Eso es lo que hizo Felipe Calderón en el mensaje que dijo a sus invitados al cumplirse los tres años de su administración (de algún modo hay que decirlo). Echó mano de una retahíla de buenos deseos, sin mencionar cómo hacerlos realidad. No podía ser de otra manera, pues sus compromisos con la oligarquía le impiden actuar de manera conveniente para los intereses nacionales. Por otra parte, no es posible creerle que pueda llevar a cabo lo que no quiso hacer cuando las condiciones le eran más favorables. Lo que hemos visto los pasados tres años es un incumplimiento absoluto de las promesas que hizo como candidato. Por eso es impensable darle algún crédito a sus promesas de presidente en completa derrota.
Es risible que ofrezca lograr una educación de calidad cuando en los hechos Calderón es un rehén de Elba Esther Gordillo, la real ejecutora del trabajo que lleva a cabo la Secretaría de Educación Pública, como lo prueban los hechos. Para ella, su verdadera prioridad es el afianzamiento del poder político, al precio que sea, de su grupo de interés, el sindicato magisterial que conduce como verdadera cacique. Alcanzar la meta que indica Calderón es imposible mientras la señora Gordillo esté al mando de la política “educativa” de la administración calderonista. Tampoco es creíble lo dicho por Calderón cuando vemos que para él no tiene la menor importancia recortar el gasto a las universidades públicas.
Vale preguntarse, asimismo, cómo piensa lograr una reforma económica de fondo, cuando para eso tendría que enfrentarse a sus jefes, los oligarcas que se benefician con la política económica vigente desde hace tres décadas. En los hechos, resultó más neoliberal que sus antecesores, en cuanto que la política económica no se implanta en Los Pinos, sino en las oficinas de ese grupo que detenta el poder económico en el país con un carácter cada vez más monopólico. El secretario Carstens es mera figura decorativa, aunque de mucho peso, indudablemente.
Lo mismo cabe señalar por lo que toca a la reforma del sector de telecomunicaciones. Si bien Vicente Fox ya había entregado al duopolio televisivo el control del sector, ahora Calderón reforzó esta situación antidemocrática, como lo prueban los hechos. Tanto que Televisa como Televisión Azteca hacen lo que quieren con las leyes sobre la materia, así como sobre los ordenamientos de su incumbencia en el campo electoral. A sus propietarios no se les toca ni con el soplo de un abanico, no vaya a ser que se molesten y hagan algo en contra de los intereses del grupo en el poder.
Asimismo, prometió profundizar la lucha contra el crimen organizado. ¿Qué es lo que pretende? En los hechos se demostró ya la inviabilidad de meter al Ejército Mexicano en el combate a las mafias que controlan el bajo mundo. Los resultados han sido contraproducentes, desde cualquier punto de vista que se quiera analizar el problema. Lo único que se ha conseguido es que los cárteles y las mafias se armen y organicen mejor, incluso que las tropas federales, sin que a cambio se haya podido reducir un ápice el trasiego de enervantes o el número de víctimas de la sociedad civil como consecuencia de esta lucha.
Por último, cómo supone que podrá hacer realidad una reforma política de fondo, cuando en los hechos el gobierno de Calderón no cuenta con lo mínimo indispensable para llevarla a cabo, como sería una legitimidad de origen, de la que carece, además de que cada día se amplía la enorme brecha existente entre el grupo en el poder y la sociedad nacional. En todo caso, en las actuales condiciones del sistema político, la necesaria reforma política tendrá que ser impulsada por otras fuerzas, en contra incluso de los designios de Calderón, profundamente comprometido con la oligarquía, la cual lo menos que desea es que algo se reforme en este país.
Por todo lo anterior, vale decir que Calderón debió haberse ahorrado un nuevo alud de críticas si en vez de presentar a sus invitados el “mensaje” en cuestión, se hubiera concretado a enviar el documento del Tercer informe a la Cámara de Diputados y permanecer callado lo que resta del mes, con la esperanza de que el ambiente festivo de septiembre hiciera olvidar a la sociedad nacional los descalabros cotidianos de una realidad que muestra a un país en total decadencia estructural, sin posibilidades inmediatas de superación de esta situación adversa, mientras la extrema derecha esté en la cúpula del poder. Mientras tanto, “el prometer no empobrece”, como dice el refrán.
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