La consecuencia más dramática y lamentable del capitalismo salvaje ha sido, sin duda, la violencia sistemática por el incremento del crimen organizado. Son los saldos del neoliberalismo los que tienen a nuestro país sumido en una crisis generalizada. Y apenas estamos en la primera etapa de la descomposición social, la misma que vivió Colombia en la década de 1980. Llama mucho la atención que los causantes de esta situación, la plutocracia mundial, se laven las manos y que la gente se crea que dichos grupos oligárquicos son ajenos a lo que le está ocurriendo al mundo y, desde luego, a la sociedad mexicana.
Hay que decirlo con plena convicción: los beneficiarios del neoliberalismo son los causantes de la realidad que vive la humanidad, y particularmente México, de acelerado deterioro moral y aniquilamiento del entorno físico. El mundo era muy diferente antes de la puesta en marcha de la estrategia económica sistematizada por Milton Friedman, cuando aún tenían vigencia las metodologías económicas derivadas de los estudios de John Maynard Keynes. Había cierto respeto al menos por las políticas públicas desarrollistas, que propiciaban un elemental equilibrio en la distribución de la riqueza, sin dejar por ello de crear satisfactorias plusvalías a las elites empresariales.
En la actualidad, cuando el capitalismo salvaje vive una crisis generalizada por sus propios excesos, sus estrategas globales buscan la manera de hallar mecanismos estructurales que les permitan superar esta situación, y lo que encontraron más a la mano fue culpar al crimen organizado de todos los males que le están ocurriendo a la humanidad. Sin duda se trata de un flagelo nefasto que está provocando graves lesiones en el tejido social de las naciones que lo padecen; pero no se debe perder de vista que nació no por arte de magia ni por obra del espíritu santo, sino que es una parte importante del mismo cuerpo integrado en la estrategia económica conocida como neoliberalismo.
Mientras éste permanezca como elemento fundamental de los procesos económicos del capitalismo, seguiremos siendo testigos de las trágicas secuelas del crimen organizado, cuyos capos no hacen sino aprovecharse de una coyuntura favorable a sus intereses. De ahí que sea muy fácil explicar el interés de la Drug Enforcement Administration (DEA) en “alertar” al gobierno mexicano sobre los planes terroristas de los cárteles en venganza por lo ocurrido al capo Arturo Beltrán Leyva. ¿Cómo es que conocen al detalle dichos planes? La respuesta obvia confirma que dicho organismo del gobierno estadunidense está actuando libremente en territorio mexicano, contraviniendo los ordenamientos constitucionales en la materia.
Por otro lado, se confirma asimismo que la DEA y la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) trabajan coordinadamente para aprovechar al máximo las posibilidades que abre el crimen organizado a su labor de zapa, orientada a desarticular las fuerzas democráticas de los países que buscan zafarse de la férula de la Casa Blanca, o al menos contar con un poco más de libertad de acción nacionalista. ¿No será acaso que así como los cárteles están infiltrados por la DEA, lo estén también las oficinas gubernamentales responsabilizadas de combatirlos? Así completan una eficaz labor de agentes dobles que permite activar eficazmente el motor del terrorismo que sirve a la CIA para ejecutar sus acciones desestabilizadoras.
De ahí la importancia estratégica de que la ciudadanía no se deje embaucar por las campañas propagandísticas cuyo propósito no es otro que aterrorizar aún más a la población. Al “gobierno federal” le conviene seguirle el juego al dúo dinámico estadunidense, sobre todo en las actuales circunstancias, de firmes andanadas verdaderamente terroristas contra la economía popular, con el fin de que la gente se preocupe más por su seguridad física y menos por sus bolsillos vacíos. Le viene como regalo navideño a Calderón en esta época de total descalabro de su “gobierno” por tanto yerro cometido, y más ahora que sus criminales decisiones de política económica habrán de provocar un justificado enojo de millones de mexicanos. Lo más lamentable de todo esto es ver cómo el Estado mexicano se ha estado extinguiendo a medida que la filosofía deshumanizadora del neoliberalismo se adueñó del sistema político en su conjunto, dejando a la sociedad mayoritaria en total desamparo.
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