Los 21 puntos resueltos por la asamblea de la Conaie, en Ambato, son una muestra de que en la actualidad las aspiraciones del movimiento indígena en el Ecuador van tomando posición por un cambio que va más allá de las reformas y que avizora en un futuro mediato la articulación de un proyecto de liberación, con las demás fuerzas políticas verdaderamente de izquierda y revolucionarias que tienen como norte el Socialismo. La ambición legítima que tienen los pueblos y nacionalidades indígenas por que se vea materializado el Estado Plurinacional, no son arrebatos de locura que “solo un desquiciado podría atenderlas”, sino que corresponde a un proceso de organización y de lucha que por más de 500 años ha estado presente y que hoy toma mayor envergadura. Presenciamos este momento la decisión férrea de ejercer su derecho a la autodeterminación como pueblos, de asumir su propio destino, lo que de ninguna forma lo hemos considerado como un acto separatista, sino más bien como una posición que recoge su anhelo de libertad plena y verdadera, no solo para ellos sino también para la mayoría de la población ecuatoriana que aún se debate día a día entre la pobreza.
El proyecto político del presidente ha utilizado solamente como cosmético el discurso de la plurinacionalidad, con una clara intención de funcionalizar las aspiraciones indígenas. Muestra de aquello es el Decreto 1780 que abre nuevamente las puertas a la “evangelización y civilización” de los pueblos amazónicos, cuando ya la historia nos ha demostrado los resultados de dicha acción, que deformó a la identidad cultural y generó serios conflictos en el modo de vida de los Shuar; el proyecto de ley de cultura, que pasó a ser el de “ley culturas” porque se dieron cuenta, o se olvidaron, de que en el Ecuador coexisten 14 nacionalidades, de las cuales apenas 2 de ellas participaron en las asambleas regionales para la discusión y elaboración de la nueva ley; o las afirmaciones como las de que “apenas son el 2% de la población”, cuando en realidad representan más del 6%.
Esto es una demostración de un claro alejamiento de las tesis progresistas que en un principio llevaron a Rafael Correa a la presidencia, tal situación se refleja en su abierta disposición al diálogo con los grandes empresarios del país y en su intransigencia y menosprecio para con las organizaciones sociales. Es evidente que tras él se encuentran sectores de la nueva burguesía que lo están empujando a alinearse con la derecha, muestra clara es la conformación de su gabinete; el tan afamado círculo rosa, o personajes como Raúl Vallejo, quien como ministro de Educación solamente ha trabajado por los intereses de los centros educativos particulares del país, y también el actual nombramiento de Ivonne Baki como parte del nuevo equipo negociador para la iniciativa Yasuní.
Las papas recién empiezan a quemarse, pues por un lado la actual Asamblea Nacional y su mayoría gobiernista buscan a toda costa aprobar un paquete de leyes, las cuales están perfectamente diseñadas para desatar una nueva ola entreguista de nuestros recursos naturales y demás patrimonio natural a manos de las transnacionales y la nueva oligarquía que se está abriendo paso en el país.
Esto es una demostración de que hoy Correa no va más con el proyecto de cambio que lo llevó a Carondelet; y las verdaderas fuerzas del cambio, han tomado nuevamente las calles, como ya lo hicieron la UNE, la FEUE, y nuevamente el sector campesino y la Conaie han hecho el llamado a unificar la lucha contra el imperialismo, la burguesía y sus representantes que están dentro y fuera del gobierno.
Ante esta situación, los pueblos, nuevamente los pueblos optan por las banderas de la unidad y de la lucha ante un proyecto desandado.
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