En el 2007-2008 comienza la nueva crisis que abarca no sólo los países marginales sino también todo el mundo capitalista, incluso a sus puestos avanzados.
En la última década el siglo XX, parecía que había comenzado el momento de triunfo para los apologistas ideológicos del capitalismo. Interpretando la disolución de la URSS, la caída del muro de Berlín, los acontecimientos en los países de Europa del Este, los trovadores repetían el advenimiento de “la sociedad de la igualdad de oportunidades” decretando codiciosamente que “el socialismo se había terminado para siempre” y que asistíamos al fin la historia “de la eterna prosperidad capitalista”. Parecía que estos arrebatos no tenían fin.
Sin embargo los primeros estruendos de un poderoso trueno que se acerca han resonado ya en los años 90. En 1996, la crisis financiera en Corea del Sur y el Singapur; en 1998, la omisión en Rusia. Los apologistas del capitalismo se referían, sin embargo, a estos países como la periferia del mundo capitalista y que en las “ciudadelas propias” del capitalismo la crisis era imposible, a la vez que: “la doctrina de Marx había caducado”, “que el socialismo se había quedado en la historia como un experimento”, señalando que “la época de la sociedad burguesa no tendría fin”.
Pero comienza aquí un nuevo milenio. Y ya en 2007-2008 comienza la nueva crisis que abarca no sólo los países marginales sino también todo el mundo capitalista, incluso a sus puestos avanzados. Habiendo comenzado en Grecia y España por la reducción aguda de los puestos de trabajo y el brusco y enorme incremento del desempleo, afectando en primer lugar en la esfera social, esta crisis ha cruzado a Italia, España, Francia, Alemania y los países Escandinavos. En estos países la crisis tocó en primer lugar la esfera bancaria. Esto no es casual ni mucho menos, según los análisis de los economistas, la esfera bancaria comienza a producir los ingresos netos en 2 y 3 años, mientras que la esfera industrial llegan hasta los 10 y 15 años.
A finales del siglo XX había un reforzamiento agudo de la tendencia monopólica, advertida por Lenin, respecto del control de la esfera bancaria sobre la industrial, la transformación del capital financiero en dominante en las esferas claves de la sociedad capitalista y la articulación del capital financiero con los círculos dirigentes de la sociedad capitalista.
Los grandes bancos modernos, estrechamente vinculados a las corporaciones transnacionales, reciben los fantásticas superbeneficios resultado de la explotación de los países “del tercer mundo”, provocando el hundimiento de las divisas nacionales, jugando a la reducción y renegociación de las deudas, al aumento y la baja de las tasas a interés y otras operaciones especulativas. El capital bancario, construyendo las pirámides financieras, se siente como el pez en el agua durante las crisis, dictando las condiciones crediticias a los círculos, estimulando y aprovechando las rivalidades, devastando las empresas y las ramas de la industria, captando los superingresos.
Sin embargo los bancos modernos y las corporaciones transnacionales (trust) tomando en consideración las lecciones del pasado, han creado en los principales países capitalistas financieros “las almohadas de seguridad” con el fin de asegurar la conservación del régimen político del capitalismo, y no solamente del capitalismo en general, sino de un sistema ventajoso en primer lugar para el capital financiero. Por eso no es asombroso que la crisis actual después de la primera oleada en las metrópolis del capitalismo, su punta de lanza se ha orientado y descargado sobre los países llamados “del tercer mundo”, incluidos los de Europa del Este.
Los países de Europa del Este hoy están inundados por el desempleo, la inestabilidad política, la criminalidad, la corrupción total y la disminución de las garantías sociales al mínimo. Por eso no es casual ni mucho menos la migración que se ha masificado, la mano de obra de los países de Europa del Este (asumen trabajos temporales de hasta 1-2 meses con bajos salarios) en los principales países capitalistas, que usan el trabajo barato de los migrantes para bajar el costo del mercado laboral, para “la domesticación” ulterior de los sindicatos y la revisión del resto de las conquistas sociales.
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