Paseo de la Victoria 3650, Ciudad Juárez. Aquí están las oficinas del Consulado de Estados Unidos, lugar donde el índice de homicidios es el más alto del mundo. Sus empleados han recibido un golpe tan severo como sorpresivo por parte de una banda criminal que asesinó a una agente consular embarazada, a su esposo y al esposo de otra empleada del Consulado. Desde 1985, año del secuestro, tortura y asesinato del agente de la agencia antidrogas estadunidense (DEA, por sus siglas en inglés) Enrique Camarena Salazar, la delincuencia organizada no se había atrevido a tocar a un funcionario estadunidense en territorio mexicano. No lo hizo ni siquiera Osiel Cárdenas, exlíder del cártel del Golfo, cuando detuvo y casi ordena la muerte de un agente de la DEA y otro de la Oficina Federal de Investigaciones (FBI), en Matamoros, en 1999. La simple amenaza bastó para que el aparato de seguridad estadunidense dispusiera sus fuerzas para hallar a los culpables, matarlos o detenerlos para llevarlos a juicio en Estados Unidos.
El doble atentado en Ciudad Juárez fue rápido y brutal. Los sicarios no sólo mataron a los adultos, sino que hirieron de bala a los niños que viajaban en uno de los dos vehículos. La respuesta inmediata del gobierno de Estados Unidos fue desigual. La secretaria de Seguridad Interna, Janet Napolitano, dijo apresuradamente que la estrategia mexicana de emplear a las fuerzas armadas había fracasado. Ésa fue la primera vez en la historia reciente en la que un funcionario de alto nivel de Estados Unidos critica en forma franca y abierta la política antidrogas mexicana. Carlos Pascual, embajador en México, tuvo una reacción más moderada y conciliadora, y se abstuvo de reprobar la política antidrogas del gobierno del presidente Felipe Calderón.
Sin embargo, los datos arrojan una realidad muy inquietante: la FBI respondió con el arresto masivo de miembros de la pandilla estadunidense Barrio Azteca, una de las bandas carcelarias más grandes en ese país. Las autoridades estadunidenses dijeron que el nivel de peligrosidad de esa pandilla era incluso superior al de Los Zetas, el antiguo brazo armado del cártel del Golfo. El atentado en Ciudad Juárez no sólo habría sido entonces una expresión del arrojo de las bandas del tráfico de drogas en México, sino también de una deficiencia crítica: a pesar de su historia y capacidades, el servicio de inteligencia anticriminal de Estados Unidos falló en la detección de los ataques a la seguridad de sus agentes en México.
Más preocupados por la posibilidad de que la violencia mexicana desborde la frontera y afecte el sur de Estados Unidos, los servicios de inteligencia de ese país han mostrado dificultades para controlar a las pandillas que operan en su propio territorio. El asesinato de la funcionaria consular en Ciudad Juárez y otras dos personas es apenas un asomo del probable involucramiento de pandillas estadunidenses en los miles de asesinatos relacionados con el tráfico de drogas que ocurren cada año en esa ciudad. La posible coordinación de Barrio Azteca y otras pandillas con entrenamiento militar, con grupos de sicarios mexicanos, indica que la frontera entre México y Estados Unidos prácticamente no existe para detener las acciones de la delincuencia organizada que se despliega en toda esta región.
Desde hace varios años, expertos de ambos países han alertado de la simbiosis creciente de las pandillas y las mafias del narcotráfico mexicano. Con los mandos estratégicos de la delincuencia organizada mexicana localizados en el lado estadunidense y los órganos operativos en el lado mexicano, el contacto con las pandillas del país vecino ha sido una consecuencia obligada, sistemática y virulenta. Esa simbiosis ha creado una línea de continuidad en las operaciones de la delincuencia organizada en ambos lados de la frontera.
La detención de pandilleros en Estados Unidos ha obrado en contra de un sistema judicial que todavía no alcanza a evitar la reproducción del crimen organizado, pues los líderes de las pandillas aprovechan el tiempo en la prisión para descansar, fortalecerse y reclutar más integrantes.
¿De dónde surge esa falla en el sistema de inteligencia del gobierno de Estados Unidos? Una de las razones, por supuesto, es la dificultad y riesgo extremo para cualquier espía policial que intente infiltrar las estructuras pandilleriles. Algunos agentes mexicanos han logrado penetrar a las bandas del narcotráfico que operan en territorio estadunidense, pero al menos en un caso registrado en el sur de Texas, uno de esos agentes fue asesinado. Las agencias de seguridad han contado con muy pocas posibilidades de penetrar a las pandillas latinas, entre otras razones porque simple y sencillamente no existen suficientes latinos en las filas de la Policía Federal.
Por décadas, el espionaje estadunidense ha confundido el color de piel con patriotismo. El espía prototípico estadunidense en la era de la Guerra Fría era el agente blanco, anglosajón y protestante. Los latinos, los asiáticos y los afroamericanos estaban prácticamente excluidos y no gozaban de la misma confianza. Esa condición, que obstaculizó la penetración de las bandas latinoamericanas del narcotráfico, está en vías de ser resuelta, pues la Agencia Central de Inteligencia y el Departamento de Seguridad Interna han desarrollado programas de reclutamiento en las universidades del sur de Texas que albergan a poblaciones latinas importantes, principalmente de origen mexicano.
Pero ese plan puede tardar años o décadas en ser completado y aprovechado para combatir la simbiosis criminal transfronteriza. La medida de arrestar en forma masiva a más de 100 miembros de Barrio Azteca para indagar quién había matado a la agente consular estadunidense es una evidencia del desconocimiento de cómo funciona esa pandilla y de la exasperación de no saber lo que ocurre en sus entrañas. Estados Unidos perdió de vista que la principal amenaza a la seguridad de su personal diplomático no provenía de México, sino de Texas.
1562 Mitscher Ave. Suite 200 Norfolk, Virginia. Sede del Comando de las Fuerzas Armadas Conjuntas de Estados Unidos. Semanas antes del atentado en Ciudad Juárez, los analistas de este Comando, que forma parte del sistema de organización militar estadunidense, habían publicado una evaluación más optimista de la situación mexicana.
Los analistas del Comando de las Fuerzas Conjuntas de Estados Unidos abandonaron el concepto de que México está en vías de ser un Estado fallido. En marzo pasado, este Comando publicó la versión más reciente del informe Joint operating environment (JOE 2010). Lejos de las estimaciones catastrofistas que apenas el año pasado mencionaban la posibilidad de un derrumbe inminente del Estado mexicano, el JOE 2010 señala que los retos para México son: 1. Mitigar la violencia; 2. Conseguir que el narcotráfico pase de ser un asunto de seguridad nacional a ser uno de seguridad pública; 3. Elevar el costo de las oportunidades para traficar drogas en México. Ni una palabra más sobre el Estado fallido.
Los analistas militares que redactaron este informe opinan que México ocupa un papel crítico en la seguridad regional, pues los traficantes de droga operan con un flujo de efectivo que va de los 8 mil a los 10 mil millones de dólares anuales, una cantidad que duplica el presupuesto total de las fuerzas armadas mexicanas.
El JOE 2010 afirma también que la cooperación de Estados Unidos será fundamental para disminuir la demanda de drogas y derrotar a los elementos criminales dentro de sus fronteras. Esta aseveración implica también un cambio en la visión castrense de Estados Unidos, pues el reporte JOE 2009 consideraba, incluso, la acción militar directa o la invasión de tropas en aquellos países cuyo Estado estuviera al borde del colapso.
Eso no evitaría, sin embargo, que la fuerza militar de Estados Unidos haya dejado de considerar una acción más allá de la mera cooperación con México. “Siempre vamos a ser sorprendidos con la creatividad y capacidad de nuestros adversarios”, dice el informe JOE 2010. “Nuestra meta no es eliminar la sorpresa, eso es imposible; nuestra meta es realizar un cuidadoso análisis del futuro y sugerir los atributos de una fuerza militar conjunta capaz de ajustarse con dificultades mínimas cuando llegue la sorpresa”.
Los pandilleros estadunidenses y los narcotraficantes mexicanos han demostrado que pueden realizar ataques sorpresivos en territorio mexicano. Ahora falta ver cómo se adaptan las fuerzas armadas de Estados Unidos a la nueva situación.
Arrestar en forma masiva a más de 100 miembros de Barrio Azteca para indagar quién había matado a la agente consular estadunidense es una evidencia del desconocimiento de cómo funciona esa pandilla y de la exasperación de no saber lo que ocurre en sus entrañas Estados Unidos perdió de vista que la principal amenaza a la seguridad de su personal diplomático no provenía de México, sino de Texas |
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