Detrás de cada gran fortuna hay un gran crimen
Honorato de Balzac
De todos es conocido que en marzo el número especial de la revista Forbes reporta a los hombres más ricos del mundo. Pertenecer a esta selección representa poseer un mínimo de 1 mil millones de dólares; la metodología con la cual la lista es elaborada está en función de sus activos públicos y de su participación en actividades bursátiles e ingenierías financieras, además de la importancia estratégica de los sectores que dominan. Estos últimos criterios se han ido perfeccionado, lo cual representa que si antes eran incluidos elementos de la llamada nobleza como el Sultán de Brunei, hoy la globalidad obliga a echar a un lado la tradición y emprenderla con los sujetos globales.
En este sentido, cabría preguntarse por qué una cienmillonésima parte de los mexicanos aparecen en esta lista que encabeza Carlos Slim. La respuesta inmediata por parte de una publicación inglesa es que se trata de hombres de negocios ubicados en economías emergentes; respuesta que no deja nada en claro si no se reconstruye el marco de las condiciones y contexto que propiciaron su enriquecimiento ilimitado.
Llama poderosamente la atención ciertas coincidencias que concurren y coinciden en la formación de esta elite. La primera es que su emergencia está marcada en un periodo donde la figura presidencial es Carlos Salinas de Gortari, el último emisario del presidencialismo autoritario mexicano, pues después de él no es que sus sucesores no hayan pretendido serlo, sino que les ha sido imposible reconstruir el viejo modelo por la existencia de nuevas fuerzas al interior del Estado que ya no permiten la reconstrucción del antiguo régimen, aunque sí la continuidad de esta elite, donde muchos de los nombrados no eran aún considerados como parte de este grupo de dinero, poder, privilegio e impunidad.
Una segunda situación es que resultan ser los beneficiarios de las empresas que el Estado desincorporó del patrimonio nacional, a las cuales se les tildó de ineficientes, ineficaces, en números rojos e insustentables, por lo que fueron rematadas en operaciones que nunca tuvieron una licitación pública, abierta ni transparente. Además de ser entregadas como Telmex en monopolio de la actividad y en oligopolio para el caso de las frecuencias televisivas o de las concesiones mineras. Así que hay que explicarse el milagro de la beatitud de los empresarios que transforman empresas públicas en fuentes de beneficio privado.
Un tercer factor que olvidan los que hablan de empresarios es que en estas economías emergentes hay carencia de reglas claras, actualizadas, pertinentes y oportunas para imposibilitar la excesiva concentración del ingreso. Ubiquemos tan sólo que edificios como el World Trade Center de la ciudad de México tienen tarifas de agua de una colonia popular; que las fundaciones de las grandes corporaciones que están asentadas en territorio nacional no sólo no pagan la proporción debida de impuestos, sino que tienen instrumentos como sus fundaciones para evadir cargas fiscales y que, incluso, a través de sus actividades recauden cuantiosas fortunas para profundizar la evasión y fortalecer sus finanzas personales.
Un cuarto razonamiento es el régimen laboral que impera en estas empresas donde predomina personal joven e inexperto, el cual tiene un sistema de rotación constante entre unidades de trabajo, incertidumbre laboral por el tipo de sistema de contratación siempre eventual y horarios de trabajo fuera de la jornada normal, pues como ellos mismos afirman: “Sabemos a qué horas entramos, pero la salida la determinan los jefes inmediatos, sin compensación adicional”. A lo que se agrega la ausencia de mínimos de seguridad como en el caso de Pasta de Conchos, que aún sigue golpeando la conciencia nacional y donde el grupo Minera México ya cerró el caso con los mineros sepultados bajo toneladas de escombros, producto de su desmedida ambición empresarial, de la tolerancia sindical y de la complicidad de la autoridad.
Un quinto elemento es que estas corporaciones nacionales no están figurando entre las más dinámicas y ejemplares del mundo, pues carecen de al menos una fuerte inversión en investigación y desarrollo tecnológico: son receptoras de tecnologías muchas de ellas en desuso u obsoletas por el vértigo de la revolución científico técnica. De esta forma, el costo real de inversión que deberían tener es al menos del 10 por ciento de estas fortunas para invertirlo en términos de futuro. A cambio de esta carencia, se incorporan tecnologías que se ajustan con el bajo nivel tecnológico que tiene el país, de ahí que con mercancías y tecnologías de remate se alimente la satisfacción de las necesidades del mercado interno. En este sentido, aparatos novedosos de telecomunicación como el iPhone no encuentra aún la plataforma para el funcionamiento óptimo de sus recursos, y la proximidad del iPad quedará en suspenso hasta que los concesionarios actualicen los soportes para operar.
Un sexto factor son las exageradas tarifas, donde las diferentes secretarías del ramo, encargadas de su regulación, no se han dado aún cuenta de que México es el cuarto país con las tarifas telefónicas más caras del mundo; que las estadísticas que hablan de la baja interna de los precios no muestran ninguna comparación con países pioneros para mostrar la competitividad de tales descuentos; que llevan a una pérdida necesaria por parte del usuario que no encuentra sitio disponible en estas empresas para interponer una queja fundada, y que la rapiña de los aboneros, de los concesionarios y de los intermediarios de chatarra electrónica haga presa del consumidor nacional.
El séptimo componente es la visión de un mercado interno que opera en términos marginales con la globalidad. Aun criticando al neoliberalismo, en el caso de México se mantiene una estructura de un mercado cautivo, sin competencia, monopólico y oligárquico, dependiente del exterior de donde toma sus recursos, especulativo y sin reglas claras destinado a la pérdida del patrimonio de quien ingenuamente se acerca con sus recursos a invertir, en un espacio selectivo, con escasa iniciativa y nulo nivel de riesgo para el poderoso que opera de modo irresponsable socialmente y voraz sin limitación, pues carece de fines, además de ser el resultado del matrimonio incestuoso con la totalidad de la clase política que nos gobierna, sin excepción de partidos.
Finalmente, estos miembros del club de Forbes controlan sectores estratégicos que un Estado responsable jamás debió cederles: telecomunicaciones, abasto, comercio, minería, finanzas y banca, medios de comunicación masiva, industria de la construcción, además de juego, entretenimiento y narcotráfico, bajo la divisa común de un Estado subalterno, un poder nacional débil y una sociedad productiva cada vez más polarizada.
En esta visión, la idea de los mercados emergentes, como han sido designados, dista mucho de ser sinónimo de pujanza, espíritu emprendedor y visión empresarial. A fin de cuentas, las utilidades cuantiosas del presente volverán algún día a las metrópolis y la carencia de futuro del país coincidirá con el fin biológico de esta elite, que tan sólo quedará como epitafio del país, y de estos especuladores, las tumbas de quien como Carlos Truyet instalaron su mausoleo en Acapulco, donde mandó construir una cruz gigantesca con vista a la bahía; ahí ni por asomo puede verse alguna rendija desde la cual su fantasma pueda disfrutar del mar y sus bellezas, sino que sus restos permanecen bajo toneladas de cemento que han hecho olvidar su nombre y las acciones del primer dueño de Telmex…
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