Por todo el territorio, aunque con mayor dimensión en Tamaulipas, Chihuahua y Nuevo León, es frecuente la presencia del Ejército y de la Armada con el dedo en el gatillo. En alguna ocasión, con la misma actitud, frente a un comercio callejero de jugos y frutas, una camioneta con sus uniformados apuntaba hacia los que transitan por las aceras, mientras dos de ellos compraban bebidas. Casi nadie se atreve a mirarlos y apresuran el paso. Saben que en cualquier momento pueden tener lugar las balaceras, incluso hasta por la menor provocación o porque entran en acción, impunemente, para perseguir o repeler a la delincuencia, donde siempre son heridos o víctimas de homicidios, civiles que tuvieron la desgracia de pasar sin que se hayan suspendido los derechos ni las garantías, conforme a lo dispuesto en el artículo 29 constitucional.
Autor: Álvaro Cepeda Neri
Sección: Conjeturas
En la mitad del país, marinos y soldados van y vienen, máxime en los alrededores de Los Pinos, como Chapultepec, la avenida Reforma, el Centro Histórico… ya no hay lugar donde, con sus armas listas, no transiten en sus atemorizantes camiones o autos blindados. Y por donde están las secretarías de la Defensa Nacional y de Marina, ese patrullaje es aún mayor.
Voy caminando por la calle Tepetlapa (paralela a la conocidísima de Las Bombas, donde está una Subsecretaría de Comunicaciones y Transportes, más un cuartel de la Secretaría de Seguridad Pública federal). Tepetlapa está, además, entre la avenida Miramontes, la Avenida de la Armada y Cafetales. Es parte del paisaje que las policías de Genaro García Luna y de los marinos del almirante Mariano Francisco Saynes Mendoza vayan y vengan como si el golpe militar ya fuera, además de facto, de jure.
Camino, pues, por Tepetlapa, a la altura de la calle Oriental. Son como las nueve horas del lunes 30 de agosto. Está estacionada una camioneta pintada de gris, como que es de la Marina y que no preciso, ya que carece del emblema en las portezuelas. Están, a simple vista, entre cuatro y cinco con su uniforme camuflado (de gris con manchas negras) y sus cascos, empuñando sus armas. Los miro y me miran desafiantes. Me siguen con su mirada. Avanzo. No detengo el paso. ¿Qué esperan en la calle? Ni modo de preguntarles. Me expondría a ser detenido o, al menos, amenazadoramente amonestado, con la clásica jerga militaroide. Volteo para mirarlos. Allí permanecen. Y me voy del lugar, cavilando si no ya tenemos el golpismo y las delincuencias sitiando las libertades civiles, políticas de libre tránsito. Narcotraficantes con sus matones dispuestos a cumplir la amenaza de Calderón: de que seguirá la violencia, en lugar de decir que la combatirá buscando reducirla y hasta extirparla. Estamos los mexicanos a dos fuegos: el temor a los delincuentes y el temor a las fuerzas militares y policiacas. Ya no tenemos la mínima seguridad. La paz social está rota. Y solamente vemos que el poder es el poder de matar. Los delincuentes tienen poder. Los uniformados tienen poder. Esa pinza nos tiene del cogote.
cepedaneri@prodigy.net.mx
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