Cuando le hablé por teléfono al obispo Raúl Vera para comunicarle que, junto con el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez y el ingeniero Cayetano Cabrera Esteva, del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), recibiría la medalla Emilio Krieger, de la Asociación Nacional de Abogados Democráticos (ANAD), por su compromiso con los derechos humanos, soltó una carcajada y dijo: “Muchas gracias, Manuel; no creo merecerla”.
Autor: Manuel Fuentes
Sección: Opinión
24 OCTOBER 2010
Lo mismo sucedió con Luis Arriaga, del Centro Prodh, un estratega y defensor de los derechos humanos, y Cayetano Cabrera Esteva, quien prolongó una huelga de hambre por 90 días para obligar al gobierno mexicano, junto con otros sindicalistas, a dar una respuesta al SME (que por cierto, no les ha cumplido).
Todos se sorprendían de que pretendiéramos reconocer a los defensores de derechos humanos y a luchadores sociales como desde 2003 lo hacemos.
En la ANAD, decidimos distinguir también a los mineros y a las familias de Cananea, Sonora, que ahora sufren persecución policial, encarcelamientos, órdenes de aprehensión y el rompimiento inexplicable de una huelga legal. El abogado Óscar Alzaga, que fue recientemente a Cananea, me dijo:
—Me encontré con una ciudad sitiada por la Policía Federal y grupos paramilitares. Te los tropiezas donde quiera; hasta en el centro de trabajo se encuentran metidos. Hay dirigentes escondidos, y hasta esposas que han apoyado en la lucha que temen ser aprehendidas por la policía.
El día del evento de la entrega de la medalla de la ANAD, el lunes 11 de octubre, llegaron al centro cultural Estación Indianilla cientos de personas, representantes de sindicatos, de organismos de derechos humanos y otros ciudadanos de a pie que se sumaron a ese reconocimiento.
Se miraban unos a otros expresando una sonrisa cómplice, de solidaridad, para estar con quienes han acompañado a otros de manera incansable en sus luchas, sin pedir nada a cambio.
En los días previos, se repartieron miles de volantes en plazas públicas, hasta hubo boletines de prensa para avisar de este festejo. Jóvenes abogados fueron a salonear en universidades y decían a los estudiantes: “Apoyemos a los que han estado con nosotros. Es tiempo de darles las gracias”.
El evento fue a las cinco de la tarde. Mi amigo, el abogado Medardo Bañuelos, advirtió que las sillas eran insuficientes y sugirió rentar más.
Luis Arriaga, del Centro Prodh, después de recibir su medalla, decía, estremecido: “Ante la violencia e impunidad, que marcan nuestra vida y la condicionan, sin dejar de insistir en la responsabilidad que corresponde al Estado, es necesario también señalar la importancia de la actividad realizada en todo el país por las defensoras y defensores (…) Pero pienso también en todas las personas que, de diversas formas, realizan esa actividad: campesinos, indígenas, mujeres, migrantes, que, organizados o no, muchas veces, incluso sin llamar a los que hacen defensa de derechos humanos, se esfuerzan por superar los agravios y el dolor causados por la vulneración de la dignidad de miles de personas”.
Me acordé, con ese mensaje, de Cayetano Cabrera, que estaba en la mesa y que recibiría una medalla de reconocimiento también. No lo conocía personalmente antes del evento; apenas hablé telefónicamente un día antes con él y le dije que su lucha había estremecido miles de conciencias, además de poner en evidencia la falsedad y cinismo con los que actúa el gobierno; que personas como él abrían caminos para otros.
Se cumplía un año de un decreto presidencial que se impuso con miles de policías en la calle y en los centros de trabajo. Mientras sus compañeros se movilizaban en las calles de la ciudad de México, Cayetano, al tomar el micrófono, decía que los electricistas no se rendirían, que a pesar de las violaciones a los derechos humanos que comete el gobierno, ellos ganarían.
Mientras tocaba el grupo De Donde Son, acompañado de la bella voz de Citlali, muchos esperaban que hablara el obispo Raúl Vera. Cuando lo hizo, escucharon, en silencio, sus remembranzas con los indígenas chiapanecos que, decía, están envueltos en la miseria, la persecución y el acoso constante. Fue esa persistencia que lo motivó a entender los principios filosóficos y humanos del trabajo en pro de la defensa de los derechos fundamentales del hombre. “Si ellos están indefensos, aquí, desde sus tierras, yo también lo estoy. Desde entonces, soy un luchador incansable”, dijo.
Cuando terminó el acto, una fila interminable se acercó a saludarlo: uno a uno le daba un abrazo de apoyo.
Al final, cuando me despedía del obispo Vera, esperaba que se fuera en un vehículo con chofer y toda la cosa. Lo escuché, sorprendido: “No, Manuel, me voy en metro. No te preocupes”.
Después de abrazarme, se fue caminando entre la oscuridad de las calles de la colonia Doctores; con esa tranquilidad de los defensores de derechos humanos que no le deben nada a nadie.
*Presidente de la Asociación Nacional de Abogados Democráticos y consejero de la Comisión de los Derechos Humanos del Distrito Federal
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