Estados Unidos ha gastado más de 1 billón de dólares en la invasión de Afganistán. Con esos recursos habría podido contratar por un año a todos los trabajadores afganos, construir 4 millones de viviendas, proporcionar atención sanitaria a 5 millones de niños, financiar todos los centros de salud, generar energía renovable para 1 millón de hogares, contratar maestros y escuelas o crear becas para más de 1 millón de estudiantes… Pero los costos de la destrucción van más allá: durante décadas la productividad del país de Medio Oriente estará a la baja por los muchos veteranos con lesiones, la asistencia a los miles de veteranos incapacitados y a las familias destruidas
Autor: Pedro Blas García / Prensa Latina
Sección: Línea Global
11 MARZO 2011
Bajo el pretexto de la lucha contra el terrorismo, el gobierno estadunidense ilusiona a través de sus grandes medios a la opinión pública para justificar la costosa ocupación de Afganistán.
Noam Chomsky, conocido especialista en esos temas, precisa que de esa manera se manipula el concepto y “se sobresimplifica emocionalmente” para aparentar ante el público que la razón está de parte de los “gastadores” de esa inmensa suma.
Estimaciones ampliamente divulgadas en internet señalan que tal cifra –erogada desde 2001, año de la invasión a Afganistán– alcanza ya 1 billón de dólares.
Tales recursos hubieran permitido contratar por un año a todos los trabajadores afganos, construir 4 millones de viviendas y proporcionar atención sanitaria anualmente a 5 millones de niños.
Con esa cifra, hubieran podido financiar todos los centros de salud, generar energía renovable para 1 millón de hogares, contratar maestros y escuelas y crear becas para más de 1 millón de estudiantes, según analistas.
A pesar del abundante “pretexto mediático para justificar” lo que ocurre en Afganistán, expertos del Centro Internacional de Estudios Estratégicos afirman que “el costo de esa guerra es el peor déficit presupuestario de Estados Unidos, con récords que superan un manejable 3 por ciento del producto interno bruto”.
Joseph Stiglitz afirma que “el costo de esa guerra va mucho más allá del gasto inmediato: hay décadas de disminución de la productividad entre muchos veteranos con lesiones, asistencia a los miles de veteranos incapacitados y a familias destruidas por esas razones”.
El aspecto militar y sus consecuencias
Las operaciones bélicas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) –que cuenta con casi 150 mil soldados, de los que dos tercios son estadunidenses– se han incrementado a 1 mil por año desde 2010.
Solamente una de ellas, la denominada Moshtarak, en la provincia de Marjah, provocó al menos 100 millones de dólares de daños a sembradíos y viviendas, además de miles de muertos, heridos y desplazados.
Cada uno de los soldados ocupantes en Afganistán implica gastos por 1 millón de dólares al año, incluyendo víveres, sofisticados sistemas de supervivencia y armamento.
Ese cálculo incluye respaldo logístico, incluso desde bases militares tan lejanas como las de Vilseck (Alemania), Aviano y Vicenza (Italia).
Los campos militares de Bagran y Kandahar permiten el despliegue de aviones sin piloto Gordon Stare, Predator y Reaper, nunca antes empleados de manera tan cotidiana como ahora.
Con ellos, enfrentan en tierras afganas a un poco significativo grupo de insurgentes organizados, coinciden los teóricos del Pentágono.
Tal despliegue, superior desde 2010 a todo lo realizado en Irak o en cualquier otra contienda militar estadunidense en el mundo, comprende operaciones diarias de los avanzados Sistemas de Control y Alerta Aerotransportada, modernizados con tecnología de última generación.
La OTAN, en particular las tropas blindadas estadunidenses y sus fuerzas especiales, emplean por primera vez nuevas tácticas urbanas: los tanques Abrams M1 y fusiles de última generación X25 para el combate en ciudades.
Según datos oficiales, en 2010 el suministro por vía aérea –ante la inseguridad en las vías terrestres– fue de 60 millones 400 mil libras de diferentes abastecimientos, una cifra jamás registrada en los continuos conflictos militares de Estados Unidos.
Los planes de retirada de las fuerzas extranjeras, previstos a partir del presente año en etapas no definidas, chocan contra una realidad manejada con ilusiones mediáticas, cuestionada no sólo por el movimiento insurgente, sino por la oposición “consentida” del gobierno del presidente Hamid Karzai.
En tierras afganas, “el periodo de combate no tiene fin,” expresa el general Joseph Blotz, portavoz de la OTAN en Kabul, quien junto con otros altos oficiales admite que cada día son más extendidas las zonas de “muy alto riesgo” y “alto riesgo”.
El costo financiero para Estados Unidos y la OTAN en su conjunto es sistemáticamente manipulado en los medios de comunicación, subraya la insurgencia al tiempo que denuncia el genocidio perpetrado por más de 100 mil civiles foráneos contratados que colaboran con el régimen de Karzai en el transporte de municiones, seguridad personal y entrenamiento de las fuerzas policiales.
“Todo escapa a una simple auditoría”, añaden esas fuentes, que ejemplifican la corrupción en medios oficiales y entre empresas que brindan ese servicio, como la Blackwater, integrada por exmilitares, sobre todo estadunidenses.
En ese sentido se ubica la cifra de 27 mil millones de dólares empleados para entrenar a las ineficaces fuerzas afganas de seguridad, incapaces de operar, cuya capacidad de operaciones independientes de las tropas de la OTAN es absolutamente ineficaz.
Para Christine Fair, analista militar de la Universidad de Georgetown, “las discusiones sobre los costos reflejan el clima político. El liderazgo está confundido, nosotros quebrados y la mayoría de los estadunidenses no sabe por qué estamos en Afganistán”.
La ilusión generada para pretender justificar la guerra y la ocupación de Afganistán tiene su respuesta en una realidad de un pueblo que no descansará hasta lograr expulsar a los invasores, según el más reciente análisis del Emirato Islámico, integrado no sólo por grupos talibanes, sino por diversas organizaciones insurgentes.
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