Desde la perspectiva de los inquisidores, el resto del mundo es culpable. No se sabe bien de qué, pero alguna culpabilidad cargamos los demás humanos. Seguir un proceso no es importante para demostrar el pecado, sino sólo para corroborarlo. Fray Tomás de Torquemada es el máximo representante de esta corriente de pensamiento y acción, pues durante el tiempo que presidió el santo oficio, casi nadie escapó de las llamas purificadoras.
A la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), llegó una corriente inquisitorial; elaboró un diagnóstico de catástrofe y, basado en él, hizo pública su fulminante condena: se trata de un fraude educativo y los culpables somos quienes hemos desarrollado ahí algún tipo de trabajo académico.
El derecho humano a tener una buena fama pública no cuenta. Se publicitan las culpas en medios informativos deseosos de usar políticamente el tema para desacreditar la gestión de Andrés Manuel López Obrador al frente del gobierno del Distrito Federal. No es casual que al mismo tiempo menudeen los ataques contra el Instituto de Enseñanza Media Superior del Distrito Federal, pues sus orígenes son similares a los de la UACM.
Las sentencias ya están dictadas y la hoguera está encendida.
La UACM es un proyecto innovador
No obstante que se le imputa ser una escuela de formación de cuadros del partido que gobierna la ciudad y que la dirigente panista Mariana Gómez del Campo la difama al decir que el 80 por ciento de sus docentes no impartimos clases, la UACM es una institución innovadora.
Lo demuestra el hecho de que sus carreras no tienen el corte tradicional profesionalista. Un ejemplo muy cercano a quien escribe es la maestría en defensa y promoción de los derechos humanos, que abarca tres grandes áreas del saber: la histórico filosófica, la jurídica y la económico política. Tiene egresados lo mismo de medicina que de derecho o sicología. Su orientación es freiriana, de la Pedagogía del Oprimido, de modo que quienes participamos en ella hemos hecho una elección preferencial por la víctima.
Otro rasgo que distingue a la UACM es su interés por el conocimiento, más que por los títulos que lo representan. En los seminarios de derechos humanos que se organizan semestralmente desde 2004, tienen cabida todas las personas sin importar su grado académico. Existe una importante cantidad de estudiantes no formales que son tanto o más asiduos que los inscritos. Vemos esto como un importante servicio a la comunidad capitalina. Obviamente, esto no implica que descuidemos la titulación de los maestrantes.
El proceso educativo de la UACM está directamente conectado con los actores sociales. Por ejemplo, los problemas que padecen los migrantes centroamericanos cuando cruzan en busca del american dream no sólo son expuestos por especialistas y defensores, sino también por ellos mismos. El contacto con la gente nutre las acciones de creación y divulgación del saber en el posgrado en derechos humanos.
Los “pecados” de la UACM
Cuestiones que son administrativas se han convertido en conflictos políticos en la UACM. Por ejemplo, el relacionado con los alumnos, la culminación de sus estudios y su titulación: una es la cifra de matriculados, y otra, la de los efectivos. Bastaría con encontrar mecanismos administrativos que marcaran la diferencia para poner en su verdadera dimensión el déficit de titulados.
Pero la ofensiva contra el proyecto innovador de la universidad del corazón de la patria es real y va dirigida contra su proyecto educativo. Se le culpa (y a sus integrantes) de malversación de los recursos públicos porque se quiere forzarla a adoptar el modelo eficientista y tecnocrático que impone el gobierno por “indicaciones” del Banco Mundial.
Con todo y que se han cometido errores, son más los aciertos de la UACM. La mejor forma de defender su proyecto educativo innovador es trabajar para mejorarlo, corrigiendo los inocultables errores. Esto es, ejerciendo responsablemente la autonomía y poniendo por delante los derechos del estudiantado y de la sociedad.
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