Calderón de cuerpo entero es el libro más reciente del prestigiado periodista Julio Scherer, publicado en febrero de 2012 por Grijalbo. Sus 127 páginas contienen documentos y testimonios acerca del personaje que en su campaña decía tener “las manos limpias” que, en sus propias palabras, llegó a la Presidencia “haiga sido como haiga sido” y que, en vísperas de los comicios, muestra demasiados deseos de permanecer en el poder.
Alcoholismo
El alcoholismo de Felipe Calderón es uno de los temas que se abordan en el libro, con testimonios de personajes que lo han tratado de cerca: Manuel Espino Barrientos, expresidente del Partido Acción Nacional (PAN), y Carlos Castillo Peraza, miembro distinguido de ese partido, e indirectamente otros allegados al presidente espurio, como Juan Camilo Mouriño Terrazo (exsecretario de Gobernación), fallecido en 2008, en un misterioso accidente aéreo, y como su propia esposa, Margarita Zavala.
Según Espino “el gusto por la bebida es viejo en el presidente. Le ha hecho daño a él en lo personal y al país…” (página 39).
Y menciona algunos episodios, como una cena en el restaurante Barraca Orraca, donde Calderón solía reunirse con Mouriño, Francisco Blake Mora (sucesor de éste en la Secretaría de Gobernación y fallecido también, en 2011, en otro extraño accidente aéreo); en esa ocasión, relata Espino, “solos, pedimos, a instancias de Calderón, la primera bebida. Y luego otra y otra. Yo le seguí el paso y le hice al valiente, pero no pude alcanzar el mismo ritmo” (página 40).
Al final de la cena, prosigue el relato, llegó Margarita Zavala, que reclamó a su esposo: “Ya habíamos quedado en que no ibas a tomar” (página 42).
Espino le reveló a Scherer que, en otra ocasión, tuvo que ser Mouriño quien le explicara que el entonces candidato no podía asistir a una importante reunión con su aliada Elba Esther Gordillo, pues “…está indispuesto –argumentó–, me dio a entender que estaba en un plan alegre, tomando bebidas espirituosas…” (página 23). Finalmente Calderón llegó con dos horas de retraso, y luego de que le dieran café “para que llegara un poquito más entero…”.
Continúa el anecdotario de Espino: Una vez cuando se debatía la famosa Ley Televisa, Calderón lo mandó llamar a la una de la mañana: “Está muy encabronado, me previno el mensajero. Acudí. Estaba con su botella de whisky” (página 66).
En una carta fechada el 31 de octubre de 1997, Castillo Peraza (quien murió en septiembre de 2000) le reprochaba a Calderón aspectos de su conducta pública y privada, incluyendo su afición al alcohol (página16).
A los interesantes testimonios que cita Scherer, cabe añadir que desde hace tiempo, en la década de 1990, el alcoholismo de Calderón, lo mismo que su carácter irascible, intransigente y grosero, había sido notado por reporteros de la fuente política, que guardan memoria de haber hablado con el panista cuando éste estaba en sus momentos “alegres”.
Corrupción
Entre los documentos que se reproducen al final del libro hay una factura por más de 11 millones de pesos que el 19 de abril de 2006 expidió Hildebrando Zavala Gómez del Campo, cuñado de Calderón, por el concepto de “captura de datos de los simpatizantes del candidatos de Acción Nacional” (página 106).
En la época de campaña, Andrés Manuel López Obrador denunció que Hildebrando se estaba beneficiando de esa manera por su relación con Calderón, quien entonces y ahora, mentirosamente, ha negado ese hecho del cual evidentemente tenía conocimiento.
Entonces Espino fue colaborador del candidato panista en la guerra sucia mediática orquestada contra López Obrador; hoy, distanciado de Calderón, reconoce que “a la postre resulta que Andrés Manuel tenía razón y que, efectivamente, Hildebrando, la empresa propiedad de los hermanos Zavala, sí había hecho ese trabajo [para el PAN]” (página 51).
La obra de Scherer exhibe documentos sobre el desvío de recursos del erario, en particular de la Secretaría de la Reforma Agraria, para destinarlos al proselitismo panista.
Como parte de los abusos que Calderón alentó para llegar a la Presidencia se cuenta la llamada Ley Televisa (nombre no oficial con el que se conoce una serie de modificaciones a las leyes Federal de Telecomunicaciones y Federal de Radio y Televisión[]), a fin de ganar el apoyo de las televisoras; según el testimonio de Espino: “A [Vicente] Fox se le ha señalado como responsable de la Ley Televisa. No es así, el autor fue Calderón Hinojosa” (página 47).
Lugar común de quienes lo han conocido a Calderón es su carácter irascible, su tendencia a actuar visceralmente, falta de control y su ingratitud con personas que mucho lo apoyaron, como Castillo Peraza, quien fuera su mentor político.
El panista Luis Correa Mena, quien fue colaborador cercano de Peraza, ofrece un amplio testimonio sobre ese tema en el libro, mientras que otros, como Alfonso Durazo (expriísta, secretario privado del político y economista mexicano Luis Donaldo Colosio; y que después desempeñó el mismo cargo con Fox) se refiere al perfil político y humano de Calderón, a quien califica como “un hombre desconfiado y arrogante que subordina su inteligencia a lo visceral y lo inmediato” (página 97), además de que “Calderón ha terminado dominado por su sentimiento partidario. También por su sectarismo. Sus convicciones militantes sin límite, irracionales, lo llevaron a ver con recelo a la izquierda y a los priístas” (página 99).
Otro de los políticos que lo conocen de cerca, el priísta Gustavo Carvajal Moreno, relata la anécdota de que en una ocasión le regaló al panista una caja de puros, a los que es aficionado.
“Calderón vio la caja y la observó colérico. Descompuesto el semblante, me increpó. Me dijo que rechazaba el objeto, que debía saber para siempre que nada aceptaría de los priístas. Inesperada, surgió la frase brutal: ‘Mi padre me enseñó a odiar a los priístas’” (página 82).
El carácter de un individuo se va revelando en episodios similares a lo largo de su vida. Por eso no es raro que hoy en día algunas personas hablan de sus rabietas cuando llega a sus manos alguna publicación que lo critica a él o a su partido y que, dicen, se apresura a tirar furioso, exactamente como hizo con el regalo del priísta.
En el libro de Scherer, Carvajal observa juiciosamente: “No está dicho que vayan a celebrarse elecciones el año que principia. Tampoco que la asunción del futuro presidente de México ocurra a finales del temible 2012” (página 82).
En efecto, Calderón no quiere dejar el poder y para permanecer en éste puede tratar de aplazar las elecciones, como se hizo con las campañas, o perpetrar un golpe militar abierto o encubierto, y para justificarse alegar que en los comicios interviene “el narco”, cuento con el que ha promovido todo tipo de abusos y represión.
Lo que falta
Con todo lo interesante y oportuno que resulta el libro, no aborda lo que en un sentido histórico es el peor aspecto del gobierno de Calderón: su empeño en destruir el Estado laico y promover la intervención clerical en la vida pública, llevando así a México por el camino que en las relaciones del Estado con la Iglesia Católica han seguido países de centro y Suramérica y que en los siglos XIX y XX no lograron liberarse de la hegemonía clerical.
El PAN, como lo ha evidenciado hasta el cansancio desde el poder, es un partido de sacristía, opuesto a las libertades nacidas de la separación entre el Estado y la Iglesia, y si bien Calderón es un personaje deplorable (por su ideología y carácter) la generalidad de los políticos panistas, lo mismo que su padre, Luis Calderón Vega (quien fuera uno de los fundadores de ese partido), que Espino, Peraza y todos sus correligionarios –que se mencionan en el libro de Scherer– comparten esa mentalidad que los lleva a negar las libertades y derechos en aras de una pretendida fe, traducida en un apego a la Iglesia y sumisión a los dictados del clero.
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