México recibió la Semana Santa con el eco de las palabras del papa Benedicto XVI. Durante su reciente visita, los cuatro candidatos a la Presidencia acudieron puntualmente al toque de las campanas de la misa que ofreció en el Parque Guanajuato Bicentenario en Silao, Guanajuato. Todos asintieron con la cabeza mientras Joseph Ratzingerpedía “promover la paz, la justicia y la solidaridad”.
Es incierto si los presidenciables participaron como actores políticos o católicos comprometidos. Sea cual fuera su motivación, seguramente suspiraron por un aventón en el papamóvil, con la esperanza de que los feligreses les aplaudieran a ellos también.
El matrimonio del Estado y la Iglesia
Sería ingenuo decir que los partidos políticos en México no mantienen vínculos con la Iglesia Católica, ya sea por conveniencia o aceptación tácita. Si bien no todos los partidos comparten los valores de la Iglesia, la realidad es que 80 millones de mexicanos católicos buscan identificar su fe con quien los gobierna.
El país no es un caso aislado. En Irlanda, en donde 89 por ciento de la población profesa esa religión, la Iglesia católica ha supervisado la educación pública desde 1830. El resultado es conocido por muchos: irlandeses atormentados por la cicatriz generacional de abusos físicos y sexuales. En Irán y Pakistán los principios del Islam fundaron la base para el Estado islámico. Es decir, el Estado se creó para que los musulmanes pudieran practicar su religión.
El Estado alemán, asediado por su legado histórico, intenta custodiar la libertad religiosa de quienes portan cruces, kipá (pequeña gorra ritual usada tradicionalmente por los varones judíos, y últimamente aceptada también por las corrientes no ortodoxas para uso femenino) u otras variantes como el hiyab (código de vestimenta femenina islámica que establece que debe cubrirse la mayor parte del cuerpo). Los alemanes, que se registran como integrantes de una comunidad religiosa, pagan 8 por ciento de su impuesto al ingreso como impuesto para su iglesia. El Estado es intermediario del botín recaudado. Esto parecería un retroceso al diezmo en la época colonial, pero garantiza que la supervivencia de las iglesias, mezquitas y sinagogas dependan de sus afiliados y no de sus relaciones con el Estado.
Las iglesias actualmente compiten entre sí para atraer creyentes del éxodo hacia otras denominaciones religiosas, al ateísmo o al agnosticismo. Éstas, como los ejércitos, enfrentan una escasez de reclutas. Por ello, cada institución eclesiástica busca brindar algo que la distingue de las demás. Cada una ofrece su código moral de conducta: un mapa hacia el “camino correcto”. Con mayor frecuencia quienes pedían ese mapa lo cambian por un GPS: Piden “ver para creer”.
¿Los valores de los partidos políticos?
La aprobación de las reformas a los artículos 24 y 40 de la Constitución mexicana se refieren a la libertad de convicciones éticas y la laicidad del Estado, respectivamente. En particular, el debate acerca del artículo 24 incluye dudas sobre lo que constituye una convicción ética y sobre las facultades enriquecidas de la Iglesia católica.
El principio de la libertad religiosa es permitir a los ciudadanos elegir y practicar su religión. Sin embargo esta reforma se presta a muchas otras interpretaciones, desde la posibilidad de incluir la educación religiosa y hasta que la iglesia obtenga medios de comunicación. ¿Se refería a esto Benedicto XVI cuando pidió libertad religiosa en Cuba?
Los mexicanos somos testigos del matrimonio del Estado con la Iglesia. Para muchos ciudadanos un político que no profesa la religión (católica) es indicativo de una ausencia de “buenos” valores. ¿Qué valores profesan los partidos políticos?
El Partido Acción Nacional aboga por los valores de la “familia tradicional”, el matrimonio entre hombres y mujeres y las bondades del mercado de valores. El Partido Revolucionario Institucional espera los sondeos para pronunciarse al respecto en conferencia de prensa, con difusión garantizada en todo el país y la presencia imprescindible del teleprompter. Por su parte, un partido de izquierda se alejaría de la Iglesia por miedo a contagiarse del virus del conservadurismo. Por ello, cuando Andrés Manuel López Obrador propuso una “cartilla moral” para fomentar los valores de la República Amorosa, más de un par de cejas se levantaron. La pregunta es: ¿de qué valores estamos hablando?
La ruptura de valores
Profesar una sola religión no ha sido suficiente para garantizar la ausencia del conflicto en México. Una filiación partidista común tampoco ha generado unidad pacífica entre sus integrantes. No existe una institución que ofrezca un código de conducta ideal (quien lo redacte se ganará la fortuna restante del químico e inventor suizo Alfred Nobel).
Si nos interesa generar una sociedad en la que exista empatía por el otro, entonces no debemos negar la importancia de los valores, ya sea por desconfianza a un partido político o por escepticismo ante la Iglesia. Las plataformas políticas tendrían que incluir el tema de los valores, no por un valor religioso, sino porque los valores nos pertenecen a todos.
Éstos son el núcleo de una sociedad. Sin este vínculo cada persona es un individuo disperso y no parte de una colectividad. Los valores cívicos incluyen el respeto por la legalidad y por la vida humana. Una ley tiene la virtud de que, si todos la siguen, todos se benefician. En México, los partidos políticos, servidores públicos, policías y el Ejército deberían de ser un ejemplo y respetar la legalidad. Quizá así los ciudadanos los seguirían al unísono y respetarían sus reglas e instituciones.
México necesita valores, necesita solidaridad, no sólo dentro de la familia sino con la comunidad. Quien se preocupa por el otro también se sentirá responsable de compartir un bienestar común. La pobreza del otro sería la de uno mismo. La discriminación por raza, género, discapacidad o preferencia sexual sería un abuso a la integridad de uno también. De la misma manera buscaríamos la solución. Juntos prosperaríamos porque lo que afecta a uno, afecta a todos.
Éste no es un sueño idealista. Estos valores son alcanzables. Son parte de un círculo virtuoso que es tan real como el círculo vicioso en el que sí estamos inmersos.
El 14 de abril se cumplieron 100 años de la tragedia del buque de vapor del Correo Real Titanic. En ese momento la gente creía en el transatlántico con la fe con la que hoy se cree en el dios Google. No podemos esperar a que se hunda el proyecto de nación en México. Los valores cívicos pueden mantener el barco a flote. Al fin y al cabo, no hemos perdido nuestros valores, sólo los hemos olvidado.
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