Convencionalmente se ha mal utilizado el concepto de participación social ecológica como referencia a una acción filantrópica encaminada a ayudar a un planeta que lo necesita, y más erróneo aún es que en el imaginario general se establezca como una actividad propia de un grupo exclusivo de personas que dedican su tiempo “ocioso” a plantar árboles, cuidar animales y hacer donaciones.
Los problemas ambientales han evolucionado a la par de la incidencia del hombre sobre su entorno a lo largo del tiempo, pero no fue sino hasta hace unas décadas, que se han comenzado a cuestionar seriamente no sólo estas incidencias, sino también el compromiso de los causantes para redimirse y evitarlas.
Entonces, una actividad que tendría que asumirse como un problema social de competencia mundial, ha pasado a categorizarse como la responsabilidad de unas cuantas poersonas. Y hasta hace unos años comenzó a generarse un debate sobre el nivel de involucramiento de quienes han tomado acciones reales por la restauración y conservación de la naturaleza, pero más importante aún, sobre la relevancia de asumir la responsabilidad que como individuos tenemos con el medio ambiente.
Si bien en el pasado –falsamente– se creía que la responsabilidad de conservación era exclusiva de científicos y biólogos en términos de investigación, debido a la actual situación precaria de los recursos naturales, ahora nadie puede darse el lujo de soslayar la participación conjunta por un bien que, desde el principio hasta el final, es común.
Desde sus cimientos, Pronatura ha constatado el poder de cambio que generan la educación y sociabilización de la información en materia ambiental. Tanto así que su fundación encontró sus raíces en la unión de esfuerzos de un grupo de ornitólogos durante un congreso. A partir de entonces se ha considerado indispensable fomentar la participación ciudadana informada y sensibilizada, para lograr un cambio con resultados concretos y efectivos.
A cualquier nivel, las propuestas de participación resultan un componente de beneficio general, es decir, que las aportaciones multidisciplinarias de sectores privados, sociales o gubernamentales son verdaderamente valiosos cuando éstos se encaminan bajo el firme compromiso de generar un beneficio sustentable.
Hemos tenido la oportunidad de recibir comentarios y opiniones que han propiciado que reflexionemos acerca de cuál es la dinámica de participación que se está generando actualmente. Por una parte, las personas que se han acercado por diferentes medios a Pronatura tienden a cuestionar las prácticas de las grandes instituciones y corporativos; incluso las propias actividades que realiza nuestra organización, en gran medida, son calificadas como insuficientes.
Y por otra parte, nuestro trabajo con diferentes aliados nos ha brindado la oportunidad de conocer la visión “desde el otro lado”, donde se cuestiona la poca participación de la sociedad civil en los llamados de involucramiento en campañas y actividades en pro del medio ambiente.
Además, existe un tercer grupo: el de aquellos que representan la indiferencia ante los problemas ambientales, quienes a lo largo del tiempo se han convertido en un obstáculo que implica un esfuerzo extra por parte de los otros dos grupos para atraerlos hacia alguna postura, que no apueste por la pasividad o un supuesto confort.
Esta división social, en lo que debería presumirse como una preocupación general por resarcir los daños que nosotros mismos hemos generado, se ha convertido en un problema ecológico aún mayor. Ecológico, porque de ninguna manera se logrará asegurar un futuro rico y armonioso si no se cumple con un equilibrio sustentable, es decir, entre los factores ambientales, económicos y sociales.
Entonces, la primera necesidad por satisfacer, para llegar a resultados más eficientes en términos de reconstrucción del entorno, debe ser la participación social constructiva y no exclusiva, donde las acciones de un sector sean supervisadas y enriquecidas por los otros y no solamente cuestionadas desde la pasividad.
Este cuestionamiento encontrará entonces su base en la información y educación requerida que guiarán una propuesta o argumento sustentado. Quizá no con el mismo grado de conocimiento, pero sí de reflexión del mayor número de personas, tanto de la sociedad civil como de esas personas capaces de tomar las decisiones que determinan las condiciones de mercado y el estilo de vida de la gran población.
Esta vigilancia informada debe convertirse no solamente en un acto de pedir y esperar la respuesta que consideren válida, sino ejercer un verdadero incremento de información. No se trata de generar desconfianza sino de tener un medio de control, exigencia y sobre todo de monitoreo.
El escenario actual de suspicacias mutuas constituye uno de los principales problemas a superar, en demostrar la urgencia de avanzar en la solución de los problemas de degradación y ruptura de equilibrio en el país. Los cambios, sin duda, deben estar siempre orientados a una transformación desde dentro que trascienda a lo largo del tiempo.
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