En alguna ocasión, hojeando una revista, encontré un curioso artículo en el que se hablaba de un fenómeno natural conocido como río de rapaces. Un nombre tan imposible en su significante que no pudo menos que despertar mi curiosidad por conocer mejor en qué consiste dicho suceso.
El sistema de circulación atmosférica funciona como una olla de agua hirviendo. Las partes del suelo con poca o ninguna vegetación tienden a calentarse en mayor medida que las partes boscosas, haciendo que el aire caliente de la superficie se levante como un borbotón de agua hirviendo. Durante su migración, las aves rapaces, como las águilas y los halcones, revuelan en estas corrientes de aire caliente volando en espirales y una vez que han ganado suficiente altura se desplazan hacia el Sur en otoño y hacia el Norte en primavera.
Sin embargo, no fue sino hasta un 30 de septiembre de 1992 que un grupo de apasionados observadores de aves registraron en Cardel, Veracruz, más de 330 mil aves y otras 10 mil en Chichicaxtle. Para el final de esa temporada se registró un total de 1.5 millones de rapaces, lo que inmediatamente motivó la búsqueda de información en cuanto medio estuviera disponible para finalmente confirmar que en ningún lugar del planeta se registran tantas rapaces migratorias como en aquella franja de Veracruz.
¡Cuán maravillosa puede ser la naturaleza que reunió en un mismo lugar las condiciones necesarias de temperatura, follaje y corrientes atmosféricas para crear estos ríos a las aves migratorias e impulsarlas a la continuidad de su travesía hacia un lugar seguro de descanso y anidación!
El mar, el bosque, el desierto… lo que para muchos puede seguir siendo una simple coincidencia es un ciclo vital que día tras día sucede en todo el mundo sin que la mayoría de las personas nos percatemos de cómo suceden (si es que aún suceden y existan en el futuro).
La travesía de la mariposa monarca (Danus plexippus), un emblema nacional que representa el esfuerzo y constancia de un pequeño insecto que viaja miles de kilómetros para encontrar un refugio en Michoacán, es un evento tan conocido, admirado y constante que lamentablemente ha dejado de provocar el asombro que hasta hace algunos años era común.
Después de deambular por los vastos océanos la mayor parte del año, las tortugas marinas encuentran el camino de regreso a sus lugares de anidación. Las aves neotropicales migratorias, como los chipes, los zorzales y los chorlitos recorren distancias continentales para emprender el vuelo, después de reproducirse, para pasar el invierno en México y Centroamérica.
Todo el año, en cualquier lugar, suceden una vez más increíbles coincidencias que en su origen natural no necesitan un admirador que constate que suceden. Simplemente ocurren sin la intervención más que de sus participantes. ¿Es acaso que la no intervención del hombre en un espectáculo que no la necesita se convierte en algo que no merece la pena ser señalado y reconocido?
Estos, como muchos ejemplos más que podemos encontrar en la naturaleza, necesitan precisamente de eso: ser observados. No en una fotografía que circula por internet, viviendo una experiencia en la mirada de otros, sino acercándose a la naturaleza para descubrir de cerca esos momentos de asombro y puedan cambiar toda una concepción.
Una fila de hormigas caminando a su hormiguero, una parvada de aves cruzando el cielo o una grandiosa ballena presentando a su ballenato en el Mar de Cortés; todos son grandes momentos de la naturaleza que debemos detenernos a observar, descubrir y entender, porque solamente así puede conocerse a fondo cada elemento, función y participación integrada en lo que comúnmente llamamos mundo natural.
Integrarnos realmente en lo que nos integra, participar de lo que ya somos parte y entender el papel que se desempeña en este mundo es lo que vuelve activa nuestra participación. No haciendo más de lo que nos corresponde, tampoco evitando lo inevitable. Y todo ello se resume en el valor más importante que debemos conservar: nuestra capacidad de asombro.
Vivir y revivir la experiencia de sorprendernos al ver la fuerza de una mariposa, de apreciar los esfuerzos de una tortuga y creer en el apoyo para supervivencia de una manada. Y de la misma manera permitir que esa capacidad asombro sea nuestro elemento participativo, que nos conmueve hasta lo más profundo y nos convierte en mejores personas: informadas de nuestros alcances, limitaciones y deberes con la naturaleza.
Basta de esa pasividad y alejamiento consciente. Miles de seres vivos se mueven a nuestro alrededor, creando hermosos espectáculos que no miramos y nos negamos a descubrir. No existen para nuestro deleite, pero en la actualidad, su existencia depende de su reconocimiento.
Si no es a través del conocimiento de aquello que nuestras acciones modifican, no existe otra manera de evitar una mala influencia. Ese momento de observar una imagen que captura el vuelo en un remolino de aves o a cientos de tortugas andando en su liberación hacia el mar va quedando solamente en esa captura, tan hermosa como efímera.
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