En este sexenio, el presupuesto destinado a las Fuerzas Armadas mexicanas creció nominalmente en más del ciento por ciento. Si en 2006 se destinaron 37 mil 740 millones de pesos a la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), la Secretaría de Marina (Semar) y al Instituto de Seguridad Social para las Fuerzas Armadas Mexicanas (ISSFAM), para 2012 el presupuesto conjunto rebasó los 76 mil 300 millones de pesos, de acuerdo con los presupuestos de egresos de la federación de los siete ejercicios fiscales referidos.

En términos reales –es decir, luego de descontar anualmente los incrementos al porcentaje de la inflación– el aumento fue superior al 50 por ciento. La cifra no es menor si se compara con los incrementos presupuestarios de otras dependencias también consideradas de manera oficial como “estratégicas” durante el sexenio que está por concluir, como en la Secretaría de Educación Pública, la cual obtuvo un alza en su presupuesto anual nominal, durante el mismo periodo, de sólo un 82.3 por ciento: poco menos del 40 por ciento en términos reales.

El presupuesto de la Sedena –que administra y organiza al Ejército Mexicano y a la Fuerza Aérea– alcanzó en 2012 los 50 mil 610 millones de pesos, contra los 26 mil 32 millones en 2006.

La Semar –que administra y organiza a la Armada de México– recibió en este año que está por terminar un total de 19 mil 679 millones de pesos como presupuesto anual, mientras que en 2006 su presupuesto ascendió a 9 mil 163 millones.

El ISSFAM –la institución federal encargada de proporcionar prestaciones sociales, económicas y de salud a los militares en activo y en retiro de las tres Fuerzas Armadas, y a sus derechohabientes, pensionistas y beneficiarios– habrá erogado hasta el final de este año 6 mil 10 millones de pesos como presupuesto anual, cuando en 2006 el gasto fue de 2 mil 545 millones.

El incremento presupuestario de la milicia mexicana fue considerado como “natural”, toda vez que sobre este sector se apoyó el “programa estrella” de la administración de Felipe Calderón: el supuesto combate al narcotráfico.

Diez días después de haber asumido la Presidencia de la República –entonces bajo acusaciones de fraude electoral y movilizaciones de repudio– el gabinete de seguridad de Felipe Calderón anunció la puesta en marcha del Operativo Conjunto Michoacán, con el que iniciaría un despliegue de las Fuerzas Armadas como no se había realizado en México desde el fin de la Revolución armada. Era el 11 de diciembre de 2006.

Un mes antes, cuando aún no tomaba protesta como presidente de la República, Calderón había advertido lo que sería su sexenio. El 7 de noviembre se refirió por primera vez a su “lucha” contra el crimen organizado. En Ixtapa Zihuatanejo, Guerrero, dijo: “Quiero ser honesto en mi planteamiento; no será fácil, no será rápido; sería pretencioso ofrecer resultados inmediatos, sería una jactancia imperdonable decir que la solución está simple y sencillamente al alcance de la mano. Costará tiempo, recursos y por desgracia probablemente hasta vidas humanas, pero para mí no hay otra alternativa”.

La falta de “alternativas” de Felipe Calderón se tradujo, en efecto, en un despliegue militar por todo el territorio nacional y en el “acercamiento” definitivo de las Fuerzas Armadas mexicanas al Comando Norte de Estados Unidos, iniciado de manera paulatina desde el sexenio del priísta Ernesto Zedillo.

A decir del sociólogo especialista en Fuerzas Armadas Guillermo Garduño Valero, México compró la guerra contra el terrorismo de los Bush (padre e hijo), quienes fueran presidentes de Estados Unidos en los periodos de 1989-1993 y 2001-2009, respectivamente, y de Barack Obama, presidente estadunidense desde el 20 de enero de 2009 hasta la fecha. El actual mandatario de Estados Unidos no sólo mantendría la política belicista de sus predecesores sino que la profundizaría con un supuesto nuevo objetivo: acabar también con el crimen organizado trasnacional.

De acuerdo con el investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana, México se habría convertido en uno de los principales escenarios de esa guerra estadunidense. De manera “natural”, el Ejército Mexicano, la Armada de México y la Fuerza Aérea Mexicana tendrían que modificar su estructura.

“Siempre en las Fuerzas Armadas existe un vínculo entre el tipo de estrategia y el tipo de organización. Y ambas dependen del tipo de doctrina con que cuenten. Más aún: impone el tipo de armamento que se requiere comprar y los cuerpos de combate que se deben adiestrar. Claro que se tuvieron que hacer modificaciones”, expone Garduño.

Las otras modificaciones tuvieron como origen la profundización de la “colaboración” entre los militares mexicanos y los estadunidenses. El país con más poder militar del mundo logró que las Fuerzas Armadas mexicanas aceptaran una “alianza” y “asistencia” en inteligencia; armamento y equipos castrenses, y en el diseño de operaciones prioritarias para Estados Unidos.

Según Garduño Valero, la transformación de las milicias mexicanas que ha impulsado Felipe Calderón tiene como modelo a las Fuerzas Armadas estadunidenses.

“Lo primero que se ha intentado establecer es que el terrorismo y el crimen organizado son la misma cosa, lo cual no sólo es equivocado sino peligroso. Pareciera ser un asunto de enfoques o superficial, pero no lo es. Esta equivocación es de las que provocan que, en los hechos, ya no se sepa quién es aliado, quién es neutral, quién enemigo ni quién víctima.

“También –señala el especialista– el modelo que se busca imponer se basa en la creación masiva de Gafes [Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales], de donde salieron Los Zetas”. Para el investigador y catedrático universitario, se privilegia así el desarrollo de operaciones de guerra irregular. Actualmente, los Gafes se llaman oficialmente Cuerpo de Fuerzas Especiales. Son parte del Ejército Mexicano y tienen su sede en el Campo Militar 37-B, ubicado en Temamatla, Estado de México. Garduño asegura que este tipo de fuerzas serán inútiles para ganar la “guerra”, porque el problema es que el crimen organizado ha penetrado al Estado, “y no el Estado a los cárteles. Así que seguir por ese camino es seguir un camino equivocado”.

Garduño Valero recuerda que Los Zetas, el cártel más violento de los que se han fundado en México, fue creado por militares de elite.

Jorge Luis Sierra Guzmán –especialista en seguridad nacional egresado del Centro Hemisférico de Estudios de la Defensa, de la Universidad de la Defensa Nacional en Washington– señala que la transformación de las Fuerzas Armadas ha sido, sobre todo, en materia tecnológica.

Autor de El enemigo interno. Contrainsurgencia y Fuerzas Armadas en México, Sierra Guzmán señala que el equipo militar con el que contaban las Fuerzas Armadas al inicio del sexenio ya era obsoleto. Explica que entonces el equipo más “moderno” databa de 1993 y 1996 y había sido adquirido con fines contrainsurgentes. Se compró pensando en las operaciones contra las guerrillas en las selvas y las montañas. Además de viejo, resultaba inadecuado para las operaciones en carreteras y ciudades contra las bandas del narcotráfico.

Como ejemplo podrían citarse los hechos ocurridos luego de la detención de Jaime González Durán, el Hummer, el 8 de noviembre de 2008. El convoy en el que era trasladado el capo fue interceptado en varias ocasiones por los narcotraficantes con la intención de liberar a su líder. Los militares –que custodiaban a los policías federales que trasladaban al Hummer al aeropuerto internacional de Reynosa– sufrieron una pesadilla con sus vehículos pesados que apenas alcanzaban una velocidad de 90 kilómetros por hora: tropas de Los Zetas, a bordo de rápidas camionetas, atacaron a las Fuerzas Armadas y estuvieron a punto de concretar la liberación.

“En la guerra contra el narcotráfico, las Fuerzas Armadas iniciaron en clara desventaja en materia de comunicación y transportación”, explica Sierra.

Pero el gobierno de Felipe Calderón no pudo cambiar el marco legal y mantuvo operaciones de las Fuerzas Armadas en la ilegalidad. “Por ejemplo, la justificación formal de los retenes es la aplicación de la Ley Federal de Armas de Fuego y Explosivos; pero en realidad se está coartando la libertad de tránsito”, explica Jorge Luis Sierra.

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Disputa Ejército-Armada

De acuerdo con el documento Adapting, transforming and modernizing under fire: the mexican military 2006-2011 –realizado por Íñigo Guevara Moyano y que podría traducirse como Adaptación, transformación y modernización bajo fuego: las Fuerzas Armadas mexicanas 2006-2011– el Ejército, la Fuerza Aérea y la Armada de México mantienen una rivalidad tanto por los recursos económicos como por la superposición de las misiones encomendadas.

El estudio –realizado a instancias del Strategic Studies Institute de la United States Army War College, en Carlisle, Pennsylvania– ejemplifica con el intento del Congreso de la Unión, en febrero de 2007, de transferir a los cinco Grupos Anfibios de Fuerzas Especiales (Ganfes) del Ejército Mexicano a la Armada de México. El traslado suponía no sólo a los efectivos sino también los recursos materiales y financieros en beneficio de la Secretaría de Marina. Luego de la oposición de la Sedena, el traslado no se concretó y el Ejército conservó a los cinco grupos (estacionados en Baja California, Baja California Sur, Sonora, Quintana Roo y Yucatán).

También en 2007, pero en junio, la Semar tuvo que posponer un plan de crecimiento a 30 batallones de infantería de marina ante la protesta de la Sedena por lo que consideraba una intromisión en sus áreas tradicionales de operación: tierra. El crecimiento continuaría después de manera paulatina.

Otro plan frustrado –o, al menos pospuesto–fue la adquisición de seis aviones de combate Sukhoi Su-27 a Rusia. La Semar después aclararía que cancelaba la compra porque las naves no cumplían con todos requerimientos. Lo cierto es que, de haber realizado la adquisición, la Semar habría contado con la flota aérea más poderosa de México, por encima de la de la Fuerza Aérea Mexicana. En su estudio, Íñigo Guevara señala que los aviones de combate con los que cuenta la Fuerza Aérea Mexicana son Northrop F-5E/F Tiger II, adquiridos en 1981.

Aclara que “a pesar de esta evidente competencia por los recursos, la proporción del presupuesto de Defensa Nacional asignado a cada institución no ha variado considerablemente en los últimos cinco años”.

En efecto, del Presupuesto de Egresos de la Federación 2012 se desprende que, del ciento por ciento de los recursos destinados a las Fuerzas Armadas, el 66.32 es administrado por la Sedena; el 25.78, por la Semar, y el 7.87 por ciento por el ISSFAM. En 2006, la Sedena recibía el 69 por ciento, la Semar el 24 y el ISSFAM el siete por ciento.

El Ejército

En su estudio, Guevara Moyano explica que el despliegue permanente del Ejército Mexicano, organizado en 12 regiones con 46 zonas militares, estaba preparado principalmente para resistir una invasión de un ejército superior y derrotarlo; también, para hacer frente a una insurrección. Este sistema dataría de 1924, cuando la Revolución Mexicana armada terminó.

Hasta el momento de concluir el estudio, las zonas militares contaban con 104 batallones de infantería, 24 regimientos de caballería motorizada, nueve regimientos blindados de reconocimiento, ocho regimientos mecanizados, 12 batallones de Fuerzas Especiales, 10 batallones de la Policía Militar, cuatro batallones de ingenieros, un batallón de logística, tres batallones de fusileros en el aire, nueve regimientos de artillería, ocho grupos de rifle sin retroceso y 25 compañías de infantería independientes.

Según Íñigo Guevara, durante el presente sexenio, con la Directiva para el Combate Integral contra el Narcotráfico 2007-2012, “el alto mando decidió poner en práctica la planificación centralizada y el sistema de ejecución descentralizada”.

Así, se habría dotado a los comandantes de región y de zona, de la autonomía funcional necesaria para concebir, planificar y ejecutar operaciones de alto impacto. Todo, bajo un nuevo programa general de adiestramiento y formación en cinco fases: combate individual, combate en pequeños grupos, combate de batallón, combate en grandes unidades (de nivel de brigadas y superiores) y combate de grandes fuerzas terrestres combinadas con operaciones aéreas.

Sin embargo, Guevara Moyano señala que las dos últimas fases no se desarrollarían realmente, “dejando en claro que no son necesarias en este momento”. Por el contrario, “las tres fases iniciales son enfáticas en operaciones urbanas; establecimiento de puestos de control; patrullajes dentro y alrededor de ciudades pequeñas, y restauración de la ley y el orden públicos. Estos son los tipos de operaciones que el Ejército ha estado aplicando muy activamente en todo el país”.

De acuerdo con el estudio de Guevara Moyano, el Ejército Mexicano no ha adquirido desde 2004 ninguna pieza de material militar con la categoría de arma convencional. Destaca que en el inventario de vehículos de combate se encuentran 985, de los cuales la mayoría son obsoletos. Señala que el 28 por ciento de ellos fueron construidos en la década de 1980; el 15 por ciento, en la de 1970, y el 57 por ciento, entre 1940 y 1960. Muchos de ellos han sido casi totalmente reconstruidos.

Explica que en servicio no existen piezas de artillería pesada o intermedia. Los regimientos de artillería están equipados con obuses de carga M101, M2A1, M3 y Oto Melara M56. “La última adquisición conocida de artillería tuvo lugar en 2004, cuando se adquirieron de China 13 obuses Norinco M90 de 105 milímetros. Al ser una fuerza de infantería principalmente, el Ejército señala que los morteros son abundantes […]. Sólo hay un puñado de misiles antitanque […], y no se cuenta con capacidad de defensa aérea orgánica”. En su análisis, Guevara Moyano señala que el Ejército Mexicano sólo está equipado para conflictos de baja intensidad.

Las adquisiciones militares durante el presente sexenio han sido determinadas en gran parte por la “lucha” contra el narcotráfico. En 2008 la Sedena adquirió 2 mil camionetas Pick Up, cuatro por cuatro, en lugar de las Humvees presupuestadas inicialmente. Las Pick Up pasaron por los talleres militares en los que se les incorporó a cada unidad una barra antivuelco, defensas reforzadas, ganchos y cama de armamento. En suma, se adecuaron para operaciones militares urbanas. Se siguieron comprando Humvees, pero en “pequeñas cantidades”: 254 en 2009 y 200 en 2010.

A decir de Jorge Luis Sierra, el Ejército Mexicano no adquirió nueva capacidad real. Las compras y los cambios no hicieron un mejor Ejército. Se incrementaron los haberes pero no hubo inversión.

Fuerza Aérea

De acuerdo con el estudio de Íñigo Guevara, antes del inicio del sexenio de Felipe Calderón, la Fuerza Aérea Mexicana se encontraba centralizada, con alrededor del 35 por ciento de sus activos en una sola base, a pocos kilómetros de la Ciudad de México.

Luego de ordenada la Directiva, los aviones y helicópteros se asignaron directamente a los comandantes regionales. Íñigo presenta a la Fuerza Aérea Mexicana como un caso de fuerza militar usada exclusivamente en actividades antidrogas.

Explica que la estructura de de la Fuerza Aérea Mexicana data de la Segunda Guerra Mundial; sin embargo, ha evolucionado de tal manera, que incluso actualmente cuenta con vehículos aéreos no tripulados que son utilizados en las operaciones militares en curso: “el 30 de abril de 2009 comenzó a operar un número desconocido de Elbit Hermes 450 y, hasta julio de 2010, su desempeño fue calificado como satisfactorio por la Sedena.

“También cuenta con un avión patrulla EMB-145MP para la recopilación de información de inteligencia y detección de comunicaciones electrónicas; un EMB 145SA con sistema de alerta temprana y control aerotransportado, y cuatro aviones rastreadores C-26B Metro. Las seis aeronaves están integradas al Sistema Integrado de Vigilancia Aérea, adscrito a la Dirección de Aeronáutica. “Otros dos aviones EMB 145SA AEW están obligados a proporcionar la adecuada vigilancia a lo largo de la frontera Sur”.

El estudio destaca la adquisición de 24 aviones C295M por medio de arrendamiento al Banco Nacional de Obras y Servicios Públicos por un periodo de 20 años.

En cuanto a la flota de helicópteros, señala que se cuenta con 70 naves; pero que no ha sido prioridad para la Fuerza Aérea incrementar el número de unidades.

El estudio señala que las solicitudes de compras presentadas por la Sedena ante el Congreso de la Unión han sido rechazadas y, por ello, no se cuenta con equipo de adiestramiento ni con un plan de renovación de la flota aérea ya “envejecida”.

Jorge Luis Sierra señala que la Fuerza Aérea Mexicana no ha tenido ninguna mejora sustantiva aplicable a las labores de combate y vigilancia. Y arroja resultados deficitarios en materia de erradicación de cultivos ilícitos y en cantidad de cocaína confiscada.

Armada

Entre 2006 y 2011, la Semar reorganizó su estructura de mando, reconstruyó su fuerza de infantería de marina, creó su Agencia de Inteligencia Naval y organizó una red de estaciones de costa, expone el estudio de Íñigo Guevara Moyano Adaptación, transformación y modernización bajo fuego: las Fuerzas Armadas mexicanas 2006-2011.

Anteriormente la estructura de mando de la Semar constaba de dos sedes regionales: una en la costa de Golfo de México y la otra en la costa del Océano Pacífico. Ahora una sola sede, ubicada en la Ciudad de México, supervisa todas las operaciones navales.

Las siete regiones navales se dividen en 13 zonas navales y 14 sectores navales. Cada región cuenta con destructores, fragatas y flotillas auxiliares.

Hasta 2007, el Cuerpo de Marinos se componía de dos grupos de fuerzas anfibias y dos batallones de infantería de marina. El objetivo planteado en el presente sexenio fue crear una fuerza de 30 batallones de infantería de marina con base permanente en los estados costeros y capaz de actuar en labores de seguridad interna: protección de instalaciones estratégicas; lucha contra el tráfico de drogas, personas y armas; búsqueda y rescate, y seguridad de las vías marítimas.

El estudio de Íñigo Guevara señala que, con ello, la Armada de México cuenta con el cuerpo de marinos más grande del continente, sólo después del de la marina estadunidense.

Además de la “expansión” de la infantería de marina, la Semar logró el crecimiento de sus fuerzas especiales, organizada ahora en una Brigada de Infantería de Marina de Operaciones Especiales con destacamentos en prácticamente todo el país.

Al respecto, Íñigo Guevara señala: “Su estrecha relación con la Unidad de Inteligencia Naval, formada en 2008, las ha convertido en las principales fuerzas de reacción empleadas en la caza [sic] de los líderes de los cárteles, incluso en lugares sin litoral, como la propia Ciudad de México, Cuernavaca y Monterey”. Sobre la Unidad de Inteligencia Naval, el estudio evalúa: “es considerada la agencia de inteligencia mexicana más eficaz y colaborativa [sic] con los servicios de inteligencia extranjeros”.

Y es que la Semar ha recibido de Estados Unidos más de 808 millones de dólares (alrededor de 10 mil 550 millones de pesos) en equipo: cuatro patrulleras oceánicas, 34 barcos patrulleros costeros, seis botes salvavidas insumergibles, cinco helicópteros, cuatro aviones de patrullaje marítimo, cuatro aviones de transporte y un avión Gulfstream; además 4 mil vehículos para el transporte de tropas, 84 Mercedes clase G, 22 Land Rover y 130 vehículos blindados ligeros.

Para Jorge Luis Sierra, la Armada de México no completó los planes de modernización integral. Señala que el hecho de que esta fuerza se encuentre principalmente en tierra firme denota falta de planeación. “La estrategia no fue integral”.

Los retos de las Fuerzas Armadas

En sus conclusiones, el estudio auspiciado por el Strategic Studies Institute señala que el motor de la modernización de las Fuerzas Armadas mexicanas fue la campaña contra la delincuencia organizada, “en particular el narcotráfico y el contrabando de armas”.

También señala los “retos” de los mexicanos en el siglo XXI: “seguir siendo una fuerza apolítica”; mantenerse como una fuerza “puramente” profesional y basada en el voluntariado; priorizar el respeto a los derechos humanos; incorporar la “ciber defensa”, las nuevas tecnologías y la guerra bajo el agua, y modernizar su defensa aérea; profundizar la “cooperación” y “coordinación” con organismos internacionales; crear un servicio civil de carrera y de manera paulatina abandonar las tareas de combate al narcotráfico para que se una fuerza civil profesional y confiable la que se encargue de ella.

Jorge Luis Sierra señala que uno de los problemas de las Fuerzas Armadas es que ni el gobierno ni los legisladores han terminado de entender qué tipo de Ejército, Armada y Fuerza Aérea requiere México. El otro, que han sido obligadas a realizar actividades de civiles, como la inteligencia.

A este paso, las Fuerzas Armadas mexicanas parecerán más policías que auténticos ejércitos para la defensa de la seguridad nacional, explica el especialista.

Fuente
Contralínea (México)