Varias administraciones estadunidenses participaron en la preparación de la versión oficial del 11 de septiembre, ya sea mediante la fabricación de los indicios o el ocultamiento de datos de inteligencia. Peter Dale Scott, exdiplomático canadiense, pone al desnudo la actuación de las instituciones profundas que actúan en Estados Unidos a espaldas de la opinión pública
30. noviembre, 2012 Red Voltaire Línea Global
Peter Dale Scott/Red Voltaire/Tercera y última parte
Kevin Fenton, autor del libro Disconnecting the dots (Sembrando la confusión), menciona la posibilidad de que Richard Blee –director de Alec Station, la Unidad bin Laden de la Agencia Central de Inteligencia estadunidense (CIA, por su sigla en inglés)– fuera uno de los individuos que buscaban un pretexto para intensificar la guerra contra Al Qaeda. Ya hemos visto que, junto a su superior Cofer Black, Blee negoció con Uzbekistán un acuerdo de enlace para establecer un intercambio de datos de inteligencia (Contralínea 308 y 310 ). En 2000, el United States Special Operations Command (Comando de Operaciones Especiales estadunidense, Socom, por su acrónimo en inglés) comenzó a implicarse en aquella región y “las Fuerzas Especiales estadunidenses iniciaron una colaboración más visible con el ejército uzbeko, en el marco de misiones de entrenamiento”. Como hemos podido comprobar, el acuerdo de enlace uzbeko se convirtió poco a poco en un enlace secundario con la Alianza del Norte en Afganistán. En un encuentro con el comandante Massud, en octubre de 1999, Richard Blee aceptó presionar a Washington a favor de un apoyo más activo a la Alianza del Norte.
Después del atentado contra el USS Cole (un barco destructor de la marina estadunidense) en Adén, ocurrido en octubre de 2000, Blee trató de ampliar la misión militar con Uzbekistán al apoyar la creación de una fuerza ofensiva común, que se habría coordinado con las tropas de la Alianza del Norte, del comandante Massud. Aquel proyecto enfrentó importantes objeciones en momentos en que Bill Clinton todavía ocupaba la Presidencia estadunidense, en esencia porque Massud luchaba –con apoyo de Rusia e Irán– contra los talibanes, que a su vez contaban con el respaldo de Pakistán, y porque se sabía que Massud financiaba su lucha con el tráfico de heroína. Pero en la primavera de 2001, una reunión de los funcionarios adjuntos de los ministros de la nueva administración Bush reactivó los planes de Richard Blee y Cofer Black para organizar una importante ayuda secreta destinada al comandante Massud (proyectos respaldados por Richard Clarke, director de contraterrorismo de la Casa Blanca). El 4 de septiembre de 2001, una semana antes de los ataques a las Torres Gemelas y el Pentágono, el equipo de George W Bush autorizó la redacción de una nueva directiva presidencial, la NSPD-9, que autorizaba un plan de acciones secretas a realizarse en coordinación con Massud. Aquel plan se basaba en el proyecto de Richard Blee y Cofer Black.
Con la llegada de Bush al poder, Blee dejaba de estar en minoría. Seis semanas después del 11 de septiembre, Blee fue nombrado jefe de la estación de la CIA en Kabul, considerado un importante puesto. Kevin Fenton informa que, debido a su nueva categoría, Blee estuvo implicado en el programa de traslados ilegales de prisioneros de Al Qaeda (“extraordinary renditions”). Esos hechos sugieren que Blee pudo haber tenido como objetivo obtener de Ibn Sheykh al-Libi –un entrenador paramilitar libio perteneciente a Al Qaeda–, a través de tortura, falsas confesiones que demostraran una complicidad iraquí con la organización dirigida por Osama bin Laden. Esas confesiones falsas fueron utilizadas de inmediato para “manipular” los datos de inteligencia y “constituyeron una parte determinante de la embarazosa presentación del secretario de Estado, Colin Powell, ante [el Consejo de Seguridad de] la ONU, tendiente a apoyar la invasión de Irak”.
La pregunta es entonces el Socom perseguía algún objetivo desconocido al detener el programa Able Danger, establecido en 1999 para vigilar a los agentes de Al Qaeda.
Las operaciones emprendidas después del 11 de septiembre de 2001 fueron mucho más lejos que el programa de Richard Blee a favor de una implicación paramilitar de la CIA con la Alianza del Norte. El contingente de la CIA en Afganistán se convirtió rápidamente en algo insignificante al lado de las fuerzas del Socom. En efecto, George Tenet, entonces director de la CIA, informó que, a finales de 2001, Estados Unidos tenía alrededor de 500 combatientes en Afganistán, lo cual incluía “110 oficiales de la Agencia Central de Inteligencia, 316 miembros de las Fuerzas Especiales y un gran número de comandos del Joint Special Operations Command (mando mixto de operaciones especiales estadunidenses, Jsoc, por su acrónimo en inglés) sembrando el caos tras las líneas enemigas”.
En el seno de la administración de Bush, Stephen Cambone había colaborado con Dick Cheney y con Donald Rumsfeld, al firmar junto a ellos el Project for the New American Century (Proyecto para el Nuevo Siglo Estadunidense, PNAC, por su sigla en inglés) titulado Rebulding America’s Defense (Reconstruir las Defensas de Estados Unidos) y al participar en su elaboración. Después del 11 de septiembre, Cambone se convirtió en uno de las más activos partidarios del uso de las Fuerzas Especiales del Socom en la realización de las operaciones secretas contra Al Qaeda, no sólo en Afganistán sino “en cualquier lugar del mundo”.
Es posible que todo lo que hizo Richard Blee en Alec Station para preparar el terreno para el 11 de septiembre de 2001 formara parte de una operación interagencias mucho más amplia, en la que el Socom desempeñó un papel similar cuando puso fin al proyecto Able Danger. Lo anterior explicaría una nota manuscrita de Stephen Cambone redactada aproximadamente a las 10 de la mañana del 11 de septiembre, después de recibir una llamada de George Tenet. En aquella época, Cambone era uno de los miembros del PNAC que Dick Cheney había metido en el Pentágono, bajo la dirección de Donald Rumsfeld. Veamos el contenido de aquella nota:
“[Vuelo] AA 77-3 indiv[iduos] estuvieron bajo seguimiento desde [los proyectos de atentados de Al Qaeda en ocasión de las festividades del milenio y [del atentado del 12 de octubre contra el USS] Cole 1 tipo rel[acionado] con el terrorista [que actuó contra el USS] Cole 2 entraron en US a principios del mes de julio (¿dos de tres arrestados e interrogados?)”.
El “tipo” que se menciona en la nota es probablemente Khaled al-Mihdar, y el “terrorista [que actuó contra el USS] Cole” podría ser Wallid [o Tufik] ben Attach, un importante miembro de Al Qaeda vinculado no sólo al atentado suicida contra el USS Cole sino además con los ataques de 1998 contra las embajadas estadunidenses. Sería útil saber por qué George Tenet transmitió a un halcón del Pentágono datos de inteligencia que, visiblemente, nunca habían sido dados a conocer a nadie fuera de la CIA. Por otro lado, ¿puede ser casualidad que Cambone, al igual que Blee en la CIA, haya supervisado un programa durante el cual miembros de las Fuerzas Especiales del Socom utilizaron la tortura para interrogar personas detenidas en Afganistán?
De la misma manera que Richard Blee puede haber sido un protegido de George Tenet en el seno de la CIA, Stephen Cambone era conocido por su lealtad a toda prueba, primero hacia Dick Cheney y luego, después de su nominación en el Pentágono, hacia Donald Rumsfeld. No sabemos si Cambone tuvo que ver con el proyecto de planificación del Continuity of Government (Continuidad del Gobierno, COG, por su sigla en inglés), en cuyo marco, Rumsfeld y Cheney –entre otros– prepararon la vigilancia sin mandato y las medidas de detención arbitraria aplicadas por vez primera en la mañana del 11 de septiembre (y que aún siguen en vigor, como ya lo demostré anteriormente). Tampoco sabemos si durante la primavera de 2001 estuvo vinculado, de una u otra forma, al grupo de trabajo de Dick Cheney sobre el contraterrorismo (conocido como Office of National Preparedness, u oficina de preparación nacional). Ese grupo fue, al parecer, una fuente de los ejercicios militares del 11 de septiembre, que incluían simulacros de ataques con aviones secuestrados, ejercicios que acentuaron la confusión en la respuesta de la defensa estadunidense en el momento de los atentados a las Torres Gemelas y al Pentágono.
Acontecimientos profundos, hechos recurrentes
Me gustaría concluir este ensayo con una corta perspectiva histórica de las fallas de funcionamiento que acabamos de observar. En cierta medida, el 11 de septiembre fue un hecho sin precedentes: el mayor homicidio que se haya perpetrado en un sólo día en el territorio de Estados Unidos. Pero es también un ejemplo emblemático del tipo de acontecimientos misteriosos que por desgracia se han vuelto frecuentes desde el asesinato de Kennedy. Yo los llamo “acontecimientos profundos” en la medida en que tienen profundas raíces en las actividades ilegales y secretas de las diferentes ramas de las agencias de inteligencia estadunidenses. Por otra parte, después de esos acontecimientos se produce un proceso de flagrantes disimulaciones oficiales, respaldadas por increíbles problemas de mal funcionamiento de los medios de prensa y por exitosos libros que contienen mentiras. Algunos de esos acontecimientos profundos, como el asesinato de Kennedy, los incidentes del Golfo de Tonkín y el 11 de septiembre, deberían ser considerados acontecimientos profundos estructurales debido a su permanente impacto sobre la historia.
Resulta impresionante comprobar que los acontecimientos profundos estructurales, de los que apenas se habla, estaban todos destinados a provocar una rápida implicación de las fuerzas estadunidenses en guerras inoportunas. Desde una perspectiva inversa, todas las intervenciones militares importantes de Estados Unidos (desde la intervención en Corea, en la década de 1950) han estado precedidas de acontecimientos profundos estructurales: Laos, Vietnam, Afganistán (por dos veces, primeramente en secreto y después abiertamente) e Irak. Como ya escribí en La machine de guerre américaine, un informe de 1963, redactado por la Dirección de Planificaciones y Políticas (J-5) del Joint Chiefs of Staff (comité de jefes del Estado Mayor Interarmas, JCS, por su sigla en inglés), hizo saber a sus generales que “la fabricación de una serie de provocaciones destinadas a justificar una intervención militar [era] realizable y [podía] concretarse con la ayuda de los recursos disponibles”. Los incidentes del Golfo de Tonkín, el 11 de septiembre e incluso el asesinato de Kennedy pueden ser vistos como acontecimientos que en realidad fueron “fabricados”, al seguir el modelo expuesto en 1962 en el Proyecto Northwoods (el conjunto de proposiciones emitidas por el JCS para justificar una invasión contra Cuba mediante la organización de ataques bajo bandera falsa (Contralínea 308).
Por otro lado, a pesar de mi escepticismo inicial, dos libros recientes me convencieron poco a poco de confeccionar una lista de más de una docena de paralelos importantes entre el asesinato de John F Kennedy y el 11 de septiembre de 2001. Gracias a las brillantes investigaciones de Kevin Fenton, hoy puedo agregar otro paralelo más a esa lista: en efecto, los expedientes de la CIA sobre Lee Harvey Oswald, que habían estado más o menos inactivos durante dos años, mostraron una súbita hiperactividad durante las seis semanas anteriores al asesinato de Kennedy. Fenton demostró que el mismo incremento de actividad se produjo en los expedientes de la Oficina Federal de Investigación de Estados Unidos (FBI, por su sigla en inglés) sobre Khaled al-Mihdhar y Nawaf al-Hazmi –dos de los presuntos piratas aéreos del 11 de septiembre de 2001– durante las semanas anteriores al 11 de septiembre. Ese brusco aumento de actividad lo inició Tom Wilshire en un momento extrañamente cercano al instante en que los presuntos piratas fijaron una fecha final para su ataque. En ambos casos es posible comprobar, además, la existencia de extraños retrasos que justifican su estudio cuando se producen acontecimientos profundos.
El impacto del 11/S en el derecho internacional y el derecho de Estados Unidos
A través de este ensayo hemos analizado dos niveles diferentes de funcionamiento de la política exterior de Estados Unidos, que en realidad se contradicen. Al nivel visible de la diplomacia pública podemos observar un compromiso a favor del derecho internacional y de la solución pacífica de los diferendos. A un nivel más profundo, representado por una conexión saudita de larga data y por arreglos secretos tendientes a controlar el petróleo mundial, observamos que se tolera –e incluso se protege– a grupos terroristas en el cumplimiento de los objetivos secretos de Estados Unidos y de Arabia Saudita. Así vemos que, en 2000 y en 2001, la actuación del Grupo Alec Station alrededor de los dos presuntos piratas aéreos Khaled al-Mihdhar y Nawaf al-Hazmi debe situarse en el contexto de la vieja conexión con Arabia Saudita. Y también se inscribe en el consenso secreto de 2001 que, al igual que en 1964, se centraba en la idea de que las necesidades de Estados Unidos en materia de petróleo y de seguridad exigían, al igual que las de Israel, una nueva movilización estadunidense hacia la guerra.
Por muy horrible que sea, el asesinato de más de 2 mil civiles durante los hechos del 11 de septiembre no ha sido el más importante de los crímenes perpetrados aquel día. Aquellos ataques desencadenaron una serie de agresiones contra el derecho internacional y contra el derecho estadunidense. Existe un vínculo indisoluble entre el estado de derecho y la libertad, que fueron considerablemente extendidos en el siglo XVIII por los documentos fundadores de Estados Unidos. De ello se benefició el mundo entero. Rápidamente aparecieron constituciones escritas en cada continente y los movimientos Joven Europa, inspirados en el ejemplo estadunidense, iniciaron el difícil proceso hacia la actual Unión Europea.
Desde 2001, el estado de derecho, igual que la libertad han sufrido un proceso de progresiva erosión. La cortesía internacional, basada en el hecho de que un Estado no debe hacer a otros Estados lo que no quisiera que los demás le hicieran a él (al menos así fue por un tiempo) ha sido suplantada por la implicación militar unilateral de Estados Unidos (que actúa sin temor a la desaprobación o a las sanciones). Los asesinatos que cometen los drones en alejados lugares del planeta se han convertido en simple rutina. Han matado a más de 2 mil pakistaníes (en su gran mayoría civiles) y más de tres cuartas partes de esos ataques se han realizado bajo la presidencia de Barack Obama. La guerra preventiva contra Irak, a pesar de haber resultado injustificada y contraproducente, fue seguida por el bombardeo preventivo contra Libia y por la perspectiva de nuevas campañas militares contra Siria e Irán.
Como canadiense, permítanme subrayar que yo creo en el excepcionalismo estadunidense, y creo que hubo una época en la que Estados Unidos se distinguía por haber reemplazado un régimen autoritario por un gobierno enmarcado en una Constitución, lo cual no tenía precedente histórico. Hoy en día, Estados Unidos sigue siendo una excepción… Pero por su porcentaje de ciudadanos encarcelados, por las desigualdades en materia de riquezas y de ingresos (en proporciones que, entre las grandes naciones, solamente son superiores en China) y, para terminar, por su uso desmedido de la fuerza letal en el extranjero. Sólo la última de esas tendencias comenzó con el 11 de septiembre. Pero ese acontecimiento debería percibirse en sí mismo como el lógico resultado de la expansión imperial de Estados Unidos y de su simultánea decadencia, proceso que afecta de forma inevitable a los superestados que acumulan y conservan más poderes de los que requiere la gestión ordenada de sus propios asuntos.
Textos relacionados
La CIA, el 11 de septiembre, Afganistán y Asia Central
9/11: en acción los “servicios secretos paralelos”
Fuente: Contralínea 312 / Noviembre de 2012
Manténgase en contacto
Síganos en las redes sociales
Subscribe to weekly newsletter