La administración Obama está metida hasta el cuello en el apoyo a los grupos afiliados a al-Qaeda que luchan contra el Estado laico en Siria y contra el ejército de ese país, concebido para la lucha contra Israel, contra el terrorismo y contra la violencia comunitaria.
Las estrategias estadounidenses en la región del Mashrek árabe están motivadas principalmente por la hostilidad a toda tendencia liberadora árabe que trate de sentar las bases de la independencia nacional y que esté comprometida con la lucha contra la hegemonía sionista. En el complejo y variado frente que Estados Unidos abrió en la región, al-Qaeda y sus ramificaciones parecen haberse convertido en una herramienta destinada a dividir y a sembrar el terrorismo respaldado por Occidente. Su objetivo es destruir el tejido social de los pueblos árabes mediante la propagación de la violencia y el terror, acompañadas de una cultura de la discordia confesional y transformando en contradicción principal lo que siempre fue una contradicción virtual e ilusoria.
Las posiciones que diferentes grupos de la oposición siria han expresado últimamente, incluso durante la conferencia de los llamados «Amigos de Siria» celebrada en Marrakech, muestran claramente que al-Qaeda no es un simple detalle en el paisaje sirio. Las condenas contra la decisión estadounidense de incluir el Frente al-Nosra en la lista de organizaciones terroristas prueban la existencia de vínculos orgánicos entre al-Qaeda y la mayoría de las vitrinas políticas que operan dentro y fuera de Siria. Ese esquema recuerda extrañamente la política de Estados Unidos en Afganistán, donde [Washington] apoyó la red al-Qaeda de forma abierta y directa. Hoy en día, la administración Obama apuesta por un compromiso con esa organización antes del retiro de sus tropas de ese país, a pesar de que las experiencias –tanto las más cercanas como las ya lejanas– demuestran que al-Qaeda tiene su propia agenda y que nada garantiza que cumpla los acuerdos contraídos. Sobre todo porque esa organización sabe muy bien cómo sacar partido, en provecho de su propio plan terrorista mundial, de los equilibrios internacionales y regionales.
La reedición de esa experiencia demuestra cómo se esfuerza Occidente por sacar partido de la violencia comunitaria para combatir a las fuerzas de la resistencia y la liberación en el mundo arabo-musulmán. Al mismo tiempo, los pueblos de la región caen nuevamente en la trampa de las divisiones comunitarias, lo cual convierte en prioridad la lucha contra ese clima cultural y mediático sectario.
Hacer frente a ese peligro es una gran responsabilidad para la República Islámica de Irán, el Hezbollah libanés y los movimientos que conforman la resistencia palestina y no cabe la menor duda de que la erradicación de ese mal pondrá a toda la región a las puertas de un renacimiento basado en la independencia nacional y en su liberación de la hegemonía imperialista.
Un ejército «fuerte»
de «todas las confesiones»
Mientras tanto, «expertos» citados por las agencias de prensa internacionales, como la AFP, desmintieron el domingo todos los informes sobre una caída inminente del régimen sirio. Esos expertos ven en Siria un «régimen unido alrededor de Bachar al-Assad y que parece resistir desmintiendo por el momento las predicciones occidentales sobre su caída inminente». Y estiman que para provocar esa caída se necesitaría algo más que los golpes ya propinados. «Sólo pueden derrocarlo un golpe de Estado, una intervención extranjera o un masivo fortalecimiento del apoyo logístico a los rebeldes por parte de otros países», asegura Barah Mikail, investigador del instituto español de geopolítica FRIDE.
Según ese especialista en temas del Medio Oriente, existen ciertamente «declaraciones diplomáticas fuertes, pero estas no deben sobrestimarse ya que el régimen conserva la estructura militar e institucional, a pesar de que a veces se deja sorprender», como sucedió con el reciente atentado en el que resultó herido el ministro del Interior.
Algunos responsables han anunciado ya el fin del régimen. El secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, estimó que el régimen está «cerca del derrumbe» y París lanzó un llamado a obligar «a Bachar al-Assad a irse lo más rápidamente posible». Washington, por su parte, ha juzgado que el régimen está «cada vez más desesperado». El viceministro ruso de la Relaciones Exteriores a cargo del tema sirio, Mijail Bogdanov, hizo declaraciones en el mismo sentido, declaraciones que su país desmintió posteriormente.
Para Rami Abdel Rahmane, director del Observatorio Sirio de los Derechos Humanes (OSDH), varias hipótesis explican esa avalancha de declaraciones. «O existe un principio de consenso internacional para poner fin al régimen, o algunos países occidentales están en contacto con un grupo importante e influyente del ejército que pudiera volverse en contra de Assad, o están acentuando las presiones para empujar a Assad hacia la salida para evitar un desmoronamiento total del Estado», afirma. Sin embargo, para ese observador, cuya organización dispone de una importante red de militantes en el terreno, «el ejército sigue muy fuerte, sigue siendo capaz de proteger una amplia porción del territorio que va desde Damasco hasta el litoral».
Cierto es que el aparato militar y de seguridad, que por mucho tiempo fue omnipresente, se ha desgastado considerablemente y que la multiplicación de los atentados en Damasco demuestra que la Seguridad se ha hecho menos confiable.
«Es cierto que los rebeldes han avanzado y que se muestran audaces, pero por el momento el ejército se mantiene globalmente cohesionado y defiende las grandes ciudades», acota en Beirut un experto militar occidental. «A pesar de las deserciones y de los muertos [el Ejército Árabe Sirio] todavía cuenta 200 000 hombres, de todas las confesiones, y no ha lanzado todas sus unidades al combate. Se comporta como un verdadero cuerpo que cumple una misión», agrega ese experto, quien asegura además que el ejército del gobierno sirio «se sentía incómodo, al principio de las protestas, cuando se le pedía disparar contra civiles. Pero hoy en día ya no tiene vacilaciones ante hombres armados», asegura.
Según un especialista, que prefiere mantenerse en el anonimato porque regresa regularmente a Siria, las declaraciones diplomáticas «prueban que las negociaciones han comenzado realimente entre Estados Unidos y Rusia con vistas a encontrar una solución a la crisis. Se trata de ejercer una presión sicológica para obligar al régimen a enfrentar compromisos dolorosos». Pero esos anuncios pueden resultar contraproducentes ya que si la caída del régimen no se produce en las próximas semanas, «este podrá decir que está lo bastante fuerte para no tener que ceder».
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