Lo que se ha filtrado sobre el encuentro tripartita de Ginebra –entre Rusia, Estados Unidos y el emisario internacional Lakhdar Brahimi–, celebrado el 11 de enero de 2013, indica claramente que el rechazo de Washington a reconocer el fracaso de la guerra universal desencadenada contra Siria y en contra del presidente Bachar al-Assad constituye el principal obstáculo a una solución política de la crisis siria.
Fue Washington quien saboteó todas las iniciativas al negarse a comprometerse, a través del Consejo de Seguridad de la ONU, a dejar de armar y de financiar los grupos armados en Siria. Ello se debe a que ha sido Estados Unidos quien dirigió la guerra contra Siria, quien creó los puestos de mando en Turquía, donde se hallan los agentes de la CIA encargados de coordinar los esfuerzos internacionales y regionales de movilización de terroristas provenientes del mundo entero para enviarlos a Siria. Los responsables estadounidenses incluso se jactan públicamente de haber proporcionado modernos equipos de comunicación a las bandas armadas y no han expresado el menor arrepentimiento, ni siquiera después de haber reconocido que gran parte de esos equipos cayeron en manos de los combatientes de al-Qaeda que conforman el Frente al-Nosra, al que tardíamente incluyeron en su lista de organizaciones terroristas, en la que pudieran incluir próximamente otros grupos, sin modificar por ello sus compromisos sobre el cese de la violencia.
Mientras los encuentros de Ginebra no incluyan compromisos claros sobre el cese del apoyo militar y financiero a los grupos terroristas eso significará que la administración Obama está decidida a continuar la guerra de desgaste contra el Estado sirio durante los próximos meses. Estados Unidos –incapaz de hacer frente a las pérdidas materiales y humanas que implicaría un enfrentamiento directo– sabe que el Estado nacional sirio, que a lo largo de esta guerra ha dado muestras de una solidez y una fuerza realmente extraordinarias, se mostrará aún más decidido a preservar su independencia política después de los combates. Es por eso que Washington vincula el establecimiento de los mecanismos que deben poner fin a la guerra a la partida del presidente Bachar al-Assad, que es un líder popular, dispuesto a resistir y con convicciones patrióticas. Si fuese apartado en las actuales circunstancias, ello abriría el camino a una nueva coyuntura que a la vez apartaría al ejército sirio y a la mayoría popular de su decisión común de mantener una Siria realmente independiente. El eje de la resistencia se vería seriamente debilitado.
Las declaraciones de Lakhdar Brahimi no reflejan la verdadera importancia del debate, ya que el emisario internacional es desde hace tiempo el vocero de Estados Unidos y Occidente. Por un lado, la solidez de la posición de Rusia, respaldada por los países del grupo BRICS y sobre todo por China e Irán, parte de una realidad: Siria es la primera línea de defensa de todas las fuerzas independientes que se oponen a la hegemonía unilateral de Estados Unidos. El presidente Assad es el símbolo de esa realidad. Exigir su renuncia equivale a exigir la partida de Fidel Castro en la Cuba de los años 1960.
La fuerza de Bachar al-Assad proviene del apoyo que le aportan la gran mayoría de los sirios, que ven en él la esperanza de un futuro mejor. Sus principales aliados saben que las decisiones del presidente sirio se basan en el interés nacional de su país. Y no hay fuerza en el mundo que pueda obligar un líder a modificar sus decisiones cuando cuenta con el respaldo de su propio pueblo. Los verdaderos amigos de Siria saben muy bien que la batalla ya ha sobrepasado el simple marco de las reformas, por muy importantes que sean estas últimas. Esas reformas se han convertido por demás, después del último discurso de Assad, en el actual programa de trabajo del gobierno. Lo que realmente está en juego es la existencia de Siria como país libre, soberano e independiente, activo e influyente dentro de su entorno geopolítico.
Tarde o temprano, Washington acabará retrocediendo y Assad podrá proclamar la victoria de Siria en la más feroz de las guerras desencadenadas contra en un país en la historia contemporánea. Y las declaraciones que hizo Brahimi después de la última reunión de Ginebra, sobre el hecho que la solución de la crisis en Siria tiene que ser política, son un reconocimiento de la fuerza del Estado sirio y de la imposibilidad de vencerlo.
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