La Corte Europea de Derechos Humanos acaba de rechazar la acusación de juicio político contra el caso de Mijail Khodorkovski cuando ya la máquina mediática atlantista se apodera del caso de Alexei Navalny para repetirnos la misma cantinela. Más allá de saber si Navalny es o no culpable de malversación de fondos, la posible condena de este personaje lo convierte desde ya en ídolo de la burguesía moscovita.
El sistema no sabe detenerse cuando es razonable hacerlo. El veredicto contra Navalny es la más flagrante demostración de ello.
No abordaremos en este artículo si existen o no elementos materiales sobre la infracción que se atribuye a Navalny en sus relaciones con Kirovles ni la existencia o no de pruebas [1]. Este humilde servidor no piensa meterse en ese tipo de discusiones aunque, al contrario de los fans de Navalny en el “pantano” [2], no duda de la capacidad de ese personaje para la estafa. En efecto, la profesión de greenmailer (que fue la primera ocupación del actual «opositor al régimen sangriento») exige esa habilidad [3]. Desde ese punto de vista, la clasificación jurídica de los actos de Navalny puede ser perfectamente justa. No lo es, en cambio, decidir meterlo en la cárcel por eso.
Desde el punto de vista político, Alexander Navalny es un cascarón vacío. Los creadores de ese proyecto político ni siquiera se han tomado el trabajo de darle algún contenido. Analizada por sí sola, no cabe dudas de que la imagen de Navalny es negativa: se trata de un narcisista ambicioso.
Sin embargo, eso es algo que no se le puede reprochar a Navalny precisamente porque el «régimen sangriento» [4] se está ocupando de hacerle propaganda. Como mínimo, Navalny no tendrá que hacer campaña para las elecciones municipales de Moscú porque el poder se está encargando de hacérsela, tanto en sentido literal como en sentido metafórico. La cosa parece una especie de autoflagelación.
El sistema no sabe realmente cuándo detenerse. Basta con recordar la «auditoría cívica» de la sentencia contra Khodorkovski. Para desacreditar esa gestión hubiese bastado simplemente con recordar que las decisiones de los tribunales no se discuten porque tienen fuerza de ley y recordar también la implicación material de los «expertos» convocados. Pero, sin que nadie sepa por qué, después de aquello hubo una serie de actas de investigaciones que no tenían razón de ser y que quitaban todo su sentido al trabajo ya hecho.
Sin embargo, la imagen actual de Navalny tiene que ver con el hecho que, al contrario de otros personajes de la «élite del pantano», Navalny no ha pasado por las Horcas Caudinas de la desacralización a través de la difusión televisiva a escala nacional. Después del primer, o cuando más del segundo programa, los héroes “pantanosos” se convertían invariablemente en medias viejas, sobre todo ante su fiel auditorio de “creativos” [5]. El «régimen sangriento» ha salvado a Navalny de ese fin por razones misteriosas y masoquistas que sólo conoce el propio «régimen».
Hoy en día, en momentos en que la vida del “pantano” va a caer en una pausa forzosa, le llega a Navalny el momento del descanso, de recuperar fuerzas y sabiduría en las mazmorras del «régimen sangriento» para esperar el momento apropiado, dentro de 3 años, en que habrá adquirido la madurez lechosa y encerada del líder de oposición. Podremos comprobar entonces que nadie contribuyó tanto al desarrollo del proyecto Navalny como el poder mismo.
Queda esperar que el Tribunal de Casación sea lo bastante inteligente como para tener en cuenta todo esto, que resulta más que evidente.
Traducido al español por la Red Voltaire a partir de la traducción al francés de Louis-Benoit Greffe
[1] En resumen, se acusa a Alexei Navalny de haber malversado varios millones de toneladas de madera cuando era consejero de la empresa pública Kirovles, dependiente del gobernador de la región de Kirov, por entonces deficitaria y muy mal administrada. La madera malversada se vendía a precio preferencial a un socio de Navalny, quien la revendía al precio del mercado obteniendo así una ganancia estimada en 16 millones de rublos. Según la defensa de Navalny se trataba de una cantidad marginal de madera en relación con la producción total de la empresa (un 2 o 3% del total anual de árboles talados) y la ganancia real sólo fue de 2 millones de rublos que se utilizaron en el pago de los salarios de los trabajadores de la cooperativa.
[2] Los activistas vinculados a Navalny y contrarios al poder se reunían en la plaza Bolotnaya (del Pantano) en el centro de Moscú. Es por eso que sus adversarios los llaman «élite del pantano» o «pantanosos».
[3] El greenmail [expresión derivada del término inglés blackmail, que significa “chantaje”] consiste en utilizar fondos en efectivo para apoderarse de acciones de una empresa y chantajearla después amenazándola con apoderarse de su control.
[4] El autor utiliza la expresión «régimen sangriento» de forma sarcástica ya que Navalny y sus seguidores designan así al gobierno de Putin acusándolo de mantener un sistema judicial sometido a sus deseos y de reprimir las manifestaciones que se oponen al gobierno.
[5] Los «creativos» son una nueva clase media conformada por los miembros de diferentes profesiones –publicistas, comerciales, consultores, expertos en relaciones públicas, artistas, etc.– que se consideran a sí mismos como un sector intelectual al servicio del progresismo. Pro-occidental y anti-Putin, ese sector prospera en las grandes ciudades –fundamentalmente en Moscú y San Petersburgo– y apoya el «proyecto Navalny», un conjunto de sitios web y de iniciativas ciudadanas estructurado alrededor de la persona de Alexei Navalny y cuyo principal objetivo es oponerse al poder. Quienes critican a esa oposición señalan que esa clase “creativa” está desconectada de las realidades y de todo lo que no está directamente vinculado a su propio entorno de vida.
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