Un embarcación llena de inmigrantes, fundamentalmente de Eritrea, se hundió frente a la isla italiana de Lampedusa con un balance de 300 muertos y sólo 155 pasajeros sobrevivientes. Ante la reacción del papa, Italia se conmueve por la tragedia y su gobierno proclama un día de duelo nacional. Manlio Dinucci observa que, antes de ser víctimas del mar, los inmigrantes son víctimas de las guerras de Occidente.
«Vergüenza y horror.» Esos fueron los términos que utilizó el presidente de la República Italiana al referirse a la tragedia de Lampedusa. Sería más apropiado utilizarlos para definir la política de Italia hacia África, principalmente hacia Libia –de donde venía el barco de la muerte. Los gobiernos que hoy se desgarran las vestiduras son los mismos que han contribuido a provocar esta tragedia de la inmigración… y otras más.
Primeramente, el gobierno de Prodi firma con la Libia de Kadhafi –el 29 de diciembre de 2007– el acuerdo para «impedir los flujos migratorios ilegales». Posteriormente, el 4 de febrero de 2009, el gobierno de Berlusconi perfecciona aquel documento con un protocolo de aplicación. El acuerdo prevé patrullas marítimas conjuntas ante las costas libias y la entrega a Libia, con el consentimiento y la cooperación de la Unión Europea, de un sistema para el control militar de las fronteras terrestres y marítimas. Se constituye para ello un Mando Operativo Interfuerzas ítalo-libio. La Libia de Kadhafi se convierte así en la “frontera antes de la frontera” de Italia y de la Unión Europea para bloquear los flujos migratorios provenientes de África. Al verse bloqueados en Libia por el acuerdo entre Roma y Trípoli, miles de inmigrantes del África subsahariana se ven obligados a regresar al desierto, condenados a una muerte segura, sin que nadie en Roma exprese vergüenza ni horror.
Pasamos después a una página aún más vergonzosa, la de la guerra contra Libia, guerra cuyo objetivo era en realidad desmantelar un Estado nacional que, a pesar de sus amplias garantías y aperturas a Occidente, escapa al control de Estados Unidos y de las potencias europeas, un Estado que mantiene bajo control sus propias reservas energéticas restringiendo los márgenes de ganancia de las compañías europeas que operan en suelo libio, un Estado que invierte en el extranjero fondos soberanos ascendientes a más de 150 000 millones de dólares y que financia la Unión Africana para que esta cree sus propios organismos económicos independientes –el Banco Africano de Inversiones, el Banco Central Africano y el Fondo Monetario Africano. Gracias a sus activos comerciales ascendientes a 27 000 millones de dólares anuales y a un ingreso por habitante de 13 000 dólares, la Libia de antes de la guerra es el país africano que presenta el nivel de vida más elevado, a pesar de las desigualdades, e incluso recibe elogios del Banco Mundial por su «utilización óptima del gasto público, incluso a favor de las clases sociales pobres». Alrededor de un millón y medio de inmigrantes africanos encuentran trabajo en esa Libia.
Cuando empieza la guerra de Estados Unidos y la OTAN contra Libia –en marzo de 2011 y con 10 000 misiones aéreas de ataque, sin contar las fuerzas infiltradas en el país–, el presidente italiano Giorgio Napolitano asegura que «Nosotros no hemos entrado en guerra» y Enrico Letta, en ese entonces vicesecretario del Partito Democratico (PD), declara que «Los guerreristas no somos nosotros sino quienes están en contra de la intervención nacional en Libia. Nosotros somos constructores de la paz». «Paz» cuyas primeras víctimas son los inmigrantes africanos en Libia, quienes se ven perseguidos y obligados a huir [1].
Sólo en Níger entre 200 000 y 250 000 inmigrantes regresan en los primeros meses perdiéndose así una fuente de ingresos que mantenía a millones de personas. Empujadas por la desesperación, muchas de esas personas se lanzan a atravesar el Mediterráneo con destino a Europa. Y los que hoy pierden la vida en ese intento son también víctimas de la guerra desatada por los jefes de Occidente. Que son además los mismos que hoy alimentan la guerra en Siria, guerra que ya cuenta entre sus consecuencias la aparición de más de 2 millones de refugiados.
Muchos de esos nuevos refugiados están intentando atravesar el Mediterráneo. Y si naufragan en el intento, siempre habrá un Letta [hoy jefe del gobierno italiano] para proclamar un día de duelo nacional.
Traducido al español por la Red Voltaire a partir de la versión al francés de Marie-Ange Patrizio
[1] «Fracaso de la OTAN en Libia», Red Voltaire, 30 de enero de 2013.
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