La reunificación de Crimea con Rusia marca el principio del fin de la atracción y la hegemonía del bloque Estados Unidos-Unión Europea sobre el continente europeo y probablemente sobre el resto del mundo. Savvas Kalederides estima que este viraje histórico modifica también la política energética europea y hace aparecer nuevas interrogantes en cuanto al trazado de las vías de abastecimiento. La cuestión de Crimea tendrá repercusiones sobre todos los aspectos de la política en Europa, y sobre todo en los Balcanes.
En un artículo anterior calificábamos de «capitales» los acontecimientos registrados en Ucrania porque Occidente limita la influencia del factor ruso en Europa, y particularmente en un país de importancia estratégica para los intereses de Moscú y con lazos históricos con Rusia, como la ciudad natal de Tarás Bulba, el personaje central de la novela homónima del escritor ruso de origen ucraniano Nicolás Gogol.
Y los caracterizábamos como «capitales» porque esos hechos en realidad vienen a cerrar el capítulo de la disolución de la Unión Soviética, ya que Occidente busca completar su tarea de debilitamiento del componente ruso y su intento de empujarlo fuera de Europa, proceso que inició con el fin de la Segunda Guerra Mundial y destinado a «contener» a Rusia dentro de sus fronteras dejándole como únicos bastiones la Bielorrusia de Alexander Lukachenko y el enclave ruso de Kaliningrado.
Más allá de las consecuencias que puedan tener internamente en la propia Ucrania, con la reunificación de Crimea con Rusia y los procesos autonómicos que pudieran aparecer en las regiones rusófilas del este y el sur de Ucrania, esos acontecimientos capitales influirán en cierto número de cuestiones que, de una u otra manera, afectan a Grecia y Chipre.
Cuando vemos que, paralelamente al desarrollo de la crisis en Ucrania, la Unión Europea trae a colación el congelamiento de la construcción del gasoducto South Stream –que ya tiene garantizado su financiamiento y dispone de las reservas de gas necesarias para garantizar su abastecimiento– lo primero que viene a la mente de cualquier observador capaz de analizar las cosas sin parcializarse es la caída del gobierno de Karamanlis. Al parecer este había tomado una decisión tan importante que molestaba a centros de decisión capaces de iniciar y hacer surgir no sólo los acontecimientos en Ucrania sino incluso en la propia Unión Europea.
Por otro lado, esta evolución, en lo tocante al South Stream –dado que entre el 70% y el 80% del gas ruso que va a los mercados de fuerte consumo de la Unión Europea transita a través de gasoductos que atraviesan el territorio ucraniano–, muestra que Europa está cerrando voluntariamente y con toda intención las rutas de acceso al gas ruso, facilitando así el conjunto del plan de explotación de los yacimientos de gas en el este del Mediterráneo y en Grecia al mismo tiempo que la construcción del gasoducto que transportaría el gas de esos yacimientos hacia Europa. Por nuestra parte esperamos que se trate del gasoducto del Mediterráneo oriental (East Mediterranean Pipeline).
Otra consecuencia de la reunificación de Crimea con Rusia que también tiene que ver con Grecia es la posibilidad que se abre a las fuerzas pro-rusas del este y el sur de Ucrania de reclamar su propia autonomía, lo cual cortaría el acceso de la Ucrania pro-occidental al Mar de Azov y al Mar Negro.
Lo anterior haría de la Ucrania pro-occidental un país sin costas, que dependería directamente de Europa y de la Rusia dominante en el Mar Negro, principalmente en detrimento de Turquía, con la modificación de la correlación de fuerzas que ello implica y la subsecuente aparición de un nuevo mapa geoestratégico en la región.
El hecho es que la Rusia dominante en el Mar Negro representaría de facto una presión para Turquía y el Estrecho del Bósforo, además de consolidar su presencia en el Mar Egeo y en el este del Mediterráneo.
Esas dos cuestiones –la energía y la geopolítica– vinculadas a la situación en Ucrania deberían representar una preocupación importante para Grecia y Chipre, en lo tocante a nuestros intereses nacionales y teniendo en cuenta las experiencias negativas del pasado, cuando nuestra inexperiencia en temas de geopolítica costó tan caro a nuestro país y al helenismo.
En materia de geopolítica, Grecia tendrá que lidiar políticamente con la cuestión de la presencia de Rusia en el Mar Egeo y en el este del Mediterráneo debido, fundamentalmente, al perpetuo interés de Rusia por Chipre y al respaldo que le otorga.
En cuanto al factor energético, la limitación o el posible fin del aprovisionamiento de la Unión Europea en gas ruso favorecen los proyectos de explotación de los yacimientos de Chipre y Grecia, así como la construcción del gasoducto que debería transportar ese gas hasta Europa. Y es precisamente en este último factor que habría concentrar la mayor atención porque si el gas de Israel y de Chipre transitara finalmente por un gasoducto que pasara por Turquía eso anularía el proyecto del gasoducto del Mediterráneo oriental (East Mediterranean Pipeline), lo cual sería una derrota estratégica para el helenismo.
Por supuesto, a todo lo anteriormente mencionado habría que agregar la garantía de protección que Atenas tendrá dar a los 150 000 griegos de Ucrania y los 150 000 o 200 000 griegos de Rusia.
Por lo tanto, una vez más, ha llegado el momento de que los estrategas de Atenas y de Nicosia se sienten a revisar sus cálculos.
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