Cuando a la gente de Europa se le habla de los problemas económicos que se plantean, de las decisiones tomadas por las instancias que la dirigen, el sentir en general es de contradicción e incertidumbre. La gran mayoría no es hostil a la idea de Europa, pero discierne mal el contenido. Se pregunta adónde va todo esto. Con la crisis, las cosas se tornan aún más difíciles, ya que la idea que vendían políticos y otros tecnócratas a la opinión pública era que Europa iba a ser la solución a todos los problemas. Ahora bien, en la actualidad es Europa la que parece ser la causa de todos los problemas y, más aún, la que impide cualquier solución.
Al contestar a las cuestiones de mi amigo James Cohen, politólogo y profesor en la Universidad Sorbona Nueva, intento explicar por qué el sueño europeo se ha convertido en una pesadilla y, al mismo tiempo, por qué no hay que renunciar a este gran proyecto. Hago una crítica severa, dura y sin concesiones a la ideología biempensante corriente cuando se trata de este tema.
Los responsables del actual desastre europeo despreciaron, durante la última década, a todos aquellos que denunciaban el camino sin salida al que habían empujado a Europa. Pudieron así silenciar muchas voces y desacreditar a otras, mientras ellos mismos aprovechaban los privilegios que les confería un europeísmo político y mediático, a menudo de bajo nivel.
Hoy en día, los adversarios de Europa, en especial la extrema derecha, acogen la crisis europea con júbilo, cantando victoria, incentivando el odio entre naciones y denunciando incluso la mera idea de Europa como unión de naciones.
Me opongo a estas dos visiones. No quiero hacer una investigación histórica sobre el pasado y el devenir de Europa; esa labor corresponde a los historiadores y la están haciendo.
Me centro esencialmente en la experiencia europea desde la creación del euro, en el análisis de la catástrofe social provocada por la crisis de esta moneda teniendo la convicción de que la Gran Depresión del siglo XXI, en la que el mundo está inmerso desde 2008, va a durar, y que la política elegida por las instituciones europeas actuales es totalmente contraproducente, económica y socialmente.
Para hacer comprender este terremoto económico, para recordar los enormes daños humanos que resultan de la política de austeridad impuesta por los países más ricos de Europa, era necesario destacar, detrás de las buenas intenciones proclamadas, las verdaderas relaciones de fuerza en juego. Y, con este fin, no temer ir a contracorriente para desvelar lo que se oculta en el caudal de la Europa real.
Al contrario que las elites dirigentes políticas y financieras, que consideran el proceso europeo demasiado complejo para ser explicado a los ciudadanos, estoy convencido de que, haciendo el esfuerzo pedagógico necesario, podemos entender lo que ocurre.
Sin ser fatalista, temo que lo peor esté aún por venir y que Europa haya entrado en un largo ciclo de crisis. Pero, asimismo, creo que hay otras políticas posibles: basta con tener una visión abierta, no rehén del pensamiento fundamentalista que impera hoy en día en muchos sectores de las elites dirigentes europeas.
Construir otra Europa en la que los pueblos y la ciudadanía estén implicados es aún posible. El desengaño europeo propone al ciudadano de esta región una lectura sin complacencias de las gravísimas consecuencias de la estrategia europea actual, a la par que, modestamente, unas propuestas que queremos nosotros los ciudadanos para una Europa de solidaridad humana y de progreso social.
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