En la pugna que enfrenta a Rusia con Estados Unidos y la Unión Europea en torno a lo que está ocurriendo en Ucrania, el uso de la mentira y el engaño es ya habitual. Recordemos las imágenes fabuladas por la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por su sigla en inglés) para que Colin Powell engañara en febrero de 2003 al Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas mostrando las malignas armas de destrucción masiva que no tenía Sadam Husein.
Esto no sólo se refiere a lo que publican los medios de comunicación más prestigiosos, sino también a las declaraciones de políticos y gobernantes. Un alto cargo civil de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) manifestó públicamente su indignado escándalo porque la anexión rusa de Crimea constituía “el primer caso de ruptura violenta de un Estado europeo desde que acabó la Segunda Guerra Mundial”.
Tal grito de alarma revelaba una notable ignorancia o una malevolencia culpable destinada a excitar a la opinión pública contra el perverso “dictador del Kremlin”. Porque la reciente historia europea nos dice que en 1999, precisamente con ayuda de los bombarderos de la OTAN, se procedió a desgajar la provincia serbia de Kosovo de la otrora República Yugoslava, en lo que sí fue el primer caso de “ruptura violenta” de un país europeo tras la Segunda Guerra Mundial.
¿Por qué la OTAN actúa de modo distinto en Serbia y en Ucrania? Convendría explicar por qué la Alianza colaboró con su fuerza militar a la independencia de los kosovares, que no deseaban ser gobernados desde Belgrado, y ahora se ha alzado contra los ucranianos prorrusos, que sienten análogo rechazo por el gobierno de Kiev y vuelven sus ojos hacia Moscú. ¿Tan distintas son las razones esgrimidas en ambos casos? El factor determinante es la proximidad o lejanía de Moscú de unos y otros y la predisposición antirrusa incrustada en el ADN de la Alianza Atlántica y que determina eso que pudiera llamarse filosofía otánica.
No muy distinta malevolencia mostró Durão Barroso cuando ante los jefes de Estados europeos en Bruselas, Bélgica, declaró que en una conversación privada Putin le había amenazado con tomar Kiev en 2 semanas.
Sacada fuera de su contexto original, la frase resultaba tan amenazadora que el propio Barroso hubo de rectificar al advertir su error. Lo que Putin realmente había dicho es: “[Los ucranianos] dicen que hacen la guerra contra Rusia, pero si estuvieran luchando contra Rusia, en 2 semanas yo habría invadido Kiev”.
Se ha cerrado la posibilidad de seguir culpando sin pruebas a Rusia del derribo del vuelo MH17 de la Malaysia Airlines, una vez que el resultado de las investigaciones deja en el aire su autoría (lo que ha inducido al ministro ruso de Asuntos Exteriores a denunciar la súbita “falta de interés occidental” por seguir investigando el hecho, ahora que las sospechas se alejan de Moscú).
En vista de todo lo anterior, y dado el interés de la OTAN por encontrar un motivo que la resucite y le permita recuperar su viejo papel de bastión occidental ante el peligroso oso ruso, ha agitado el señuelo de la presencia de vehículos acorazados rusos en Ucrania, exhibiendo unas fotografías de satélite. Se trataría de denunciar un potencial conflicto, como el de los misiles soviéticos en la Cuba de Castro, que puso al mundo al borde de la guerra nuclear.
Es fácil de entender que Rusia tenga intereses propios en Ucrania oriental –no compartidos ni por Europa ni por Estados Unidos– y que, por eso, apoye a los prorrusos sublevados contra Kiev. Como también Estados Unidos y Europa los tienen en Oriente Medio y por ello el presidente francés ha declarado en Le Monde que Francia envía armas a “la rebelión siria democrática”, de la misma manera como la Unión Europea sugirió a sus miembros armar a los combatientes kurdos contra el Estado Islámico.
Estamos ante el doble lenguaje que tanto ha confundido a la política internacional: los sirios alzados contra su presidente son “rebeldes demócratas” a los que hay que apoyar, y los ucranianos que no desean ser gobernados desde Kiev son tachados de “separatistas terroristas” a combatir porque son apoyados por el “dictador” Putin.
Toda “tecnocracia de la defensa” necesita un enemigo para prosperar: sea la del Pentágono, la de la OTAN o la de Moscú. Dejar en sus manos el desarrollo de los acuerdos o contactos diplomáticos que hayan de conducir a la paz o al entendimiento entre rivales es un error de incalculable estupidez. Cicerón lo escribió: “Cedant arma togae” (“que las armas dejen paso a la toga”), los cañones callen ante la diplomacia y la fuerza se incline ante la razón.
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