Todos conocemos la cuestión de Crimea pero este reportaje de un periodista serbio explica, por las reacciones que ha provocado, por qué son tan pocos los periodistas occidentales que abordan la situación existente en esa península.
Durante la última semana pasé varios días en Crimea, donde participé en la 2ª Conferencia Internacional de Jóvenes Periodistas, organizada alrededor del tema «Crimea vista desde otro ángulo». En este encuentro participaron más de 70 periodistas de menos de 35 años y provenientes de 20 países europeos y asiáticos. El objetivo era que los periodistas pudieran informarse directamente sobre la situación en Crimea, para poner fin a las imputaciones que desde hace meses se publican en la prensa occidental.
En efecto, hace poco, periódicos franceses publicaban artículos que describen en Crimea una situación absolutamente desastrosa, afirmando que los supermercados estaban vacíos, sin abastecimiento de alimentos, que los precios se habían disparado mientras que los salarios se mantenían al mismo nivel, y otros medios de prensa también se dedicaban a la publicación de trabajos que seguían exactamente ese mismo esquema.
Tuve la oportunidad de ver con mis propios ojos que todo eso es mentira y, al igual que yo, otros periodistas también lo entendieron. Había entre ellos representantes de la prensa serbia –Radio y Televisión Serbia (RTS), el diario Kurir, Njuzvik), así como el excelente equipo de la radio y la televisión de la República Srpska [entidad serbia en Bosnia-Herzegovina]– con quienes hice varios trabajos de investigación. Pero también había periodistas provenientes de Grecia, Bélgica, Kirguistán…
Muchos podrían pensar que todo era simple contrapropaganda rusa, o contrapropaganda de Crimea, lo cual es absolutamente incierto ya que los organizadores –entre los que había miembros muy serios de la organización de periodistas de Crimea– fueron muy claros en cuanto a la libertad de los medios. Me gustó sobre todo el discurso del secretario de la asociación de periodistas anteriormente mencionada, quien dijo: «Señores, están ustedes en Crimea. Escriban únicamente la verdad sobre lo que vean aquí.»
Por supuesto, antes del viaje yo me había informado sobre Crimea, sobre su historia y su pueblo, sobre la situación económica, utilizando tanto los medios occidentales como los medios de los países del este de Europa. Crimea fue parte de Rusia hasta 1954 y lo que demuestra la importancia que tenía para los soberanos y los grandes hombres es el impresionante castillo de la dinastía Romanov, cuyos miembros pasaban allí los veranos, así como la casa de uno de los escritores más importantes de todos los tiempos: Anton Pavlovich Chejov.
En 1954, Nikita Jruschov, ucraniano y primer líder de los Soviets después de Stalin, transfirió Crimea a Ucrania. ¿Era Jruschov un visionario que había presentido la desintegración de la URSS o anexó Crimea a Ucrania solamente en aras de facilitar la organización del sistema [administrativo] teniendo en cuenta que Kiev no estaba lejos? [1] Hoy en día, sólo podemos tratar de adivinarlo. Lo que sí es seguro es que la población de Crimea es mayoritariamente rusa. Vienen después los ucranianos pero hay también una importante cantidad de minorías étnicas, como alemanes, griegos, tártaros y armenios. Yo pude hablar con sus representantes y todos me dijeron lo mismo: Rusia devolvió la esperanza a todos los ciudadanos de Crimea, independientemente de su nacionalidad.
En efecto, Crimea es muy conocida como balneario, con ingresos excepcionales provenientes del turismo. Los ingresos de Crimea se iban a Kiev, en virtud de un sistema centralizado, y sólo una pequeña parte de ese dinero se quedaba en Crimea. Prueba de ello es la ciudad de Simferopol, donde el tiempo parece haberse detenido en los años 1990. Aunque Simferopol dispone de un aeropuerto y de un teatro impresionante, carreteras, fachadas y el aspecto general de la ciudad demuestran que nada se había hecho allí desde el desmantelamiento de la Unión Soviética, lo cual significa que Kiev, al utilizar el sistema centralizado de cobro de impuestos, se aprovechó de Crimea, o sea que Kiev se favorecía mediante el desvío de fondos. Y los ciudadanos de Crimea acabaron cansándose de ese comportamiento de Kiev.
En los casos de Yalta y Sebastopol, que son ciudades costeras, la situación es totalmente diferente de lo que se dice en la prensa occidental. Es cierto que los precios son un poco más elevados que en las ciudades del interior de la península, pero también es cierto que se trata de lugares turísticos y que es por consiguiente natural que sean un poco más caros. Pero si se compara esos precios con los de Belgrado, se verá que algunos productos, como la comida y la ropa, son significativamente más baratos. Desde que Crimea se convirtió en parte de Rusia, los precios aumentaron en un 2,5%. Eso se escribió en la prensa occidental, pero esa prensa “olvida” mencionar que los salarios y jubilaciones aumentaron en un 3,5%, lo cual demuestra una mejoría en la situación económica.
Las tiendas están llenas de productos, el transporte está bien organizado, aunque no hay muchos autobuses, lo cual es normal ya que todo el mundo tiene automóvil y dado que el precio del combustible es muy bajo en relación con el precio que tiene en Serbia.
También pude conversar con ucranianos de Crimea. Me dijeron que consideran a los gobernantes de Kiev como fascistas y que Kiev no logrará enemistarlos con los rusos porque rusos y ucranianos han vivido juntos en Crimea durante siglos. Lo mismo piensan los tártaros y otras minorías étnicas, y además dicen que la mejoría de la situación económica en Crimea les ha devuelto las esperanzas de desarrollarse ya que desde la desaparición de la Unión Soviética sólo habían conocido el estancamiento. Retratos de Vladimir Putin y muros pintados con su imagen pueden verse por todas partes y entre la población se percibe un patriotismo pacífico.
Durante los últimos días de la conferencia, el gobierno de Kiev y la organización de periodistas de Kiev redactaron un texto y un comunicado donde calificaban a todos los que participábamos en el encuentro de «banda de periodistas» y anunciaban además que se nos prohibía la entrada en Ucrania bajo penas de hasta 5 años y medio de cárcel por violación de la integridad territorial de Ucrania.
Como nadie me ha tildado nunca de bandido, considero ese comunicado como un elogio porque esas fueron las mismas palabras que utilizaron los fascistas al referirse a los miembros de la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial.
[1] Un claro recuento de los motivos de Nikita Jruschov aparece en el testimonio de su hijo titulado «De qui la Crimée est-elle le pays?», por Sergei Jruschov, Réseau Voltaire, 25 de abril de 2014.
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