En efecto, el terrorismo es una gran y mortal amenaza, aunque no para las metrópolis que concentran la riqueza mundial. Por lo menos no en la forma en que los grandes medios lo proyectan.

En mayo de 2013, el Consorcio Nacional para el Estudio del Terrorismo y las Respuestas al Terrorismo con sede en la Universidad de Maryland, Estados Unidos, publicó una estadística con la lista de los 10 países más afectados por el terrorismo. En la lista únicamente se encuentran países africanos y asiáticos.

Solamente en Pakistán, primer lugar de la lista, murieron 1 mil 848 personas en 2012, o bien, en el segundo lugar, Irak, perdieron la vida 1 mil 271. Las metrópolis europeas o anglosajonas ni siquiera figuran en esta lista. Por su parte, Francia, según el informe, solamente sufrió dos ataques con la muerte de tres mujeres activistas kurdas y una persona gravemente herida.

¿Qué pasa en África? Un artículo de principios de este año del especialista en África Ioannis Mantzikos, publicado en la revista Perspectives on Terrorism, expone cómo la organización Boko Haram, afiliada al Estado Islámico, ha devastado la economía en el Noroeste de Nigeria, uno de los países más pobres de la región. Esta organización existe desde 2010, y en ese pequeño periodo se ha convertido en la organización yihadista más letal dirigiendo sus ataques contra cristianos, ministros de culto musulmanes críticos, líderes tradicionales, sospechosos de colaborar con sus enemigos, oficinas de la Organización de las Naciones Unidas y escuelas para mujeres y, por si fuera poco, contra empleados de la salud que desarrollaban campañas de vacunación contra la polio. Sólo en la primera mitad de 2014 Boko Haram mató a más personas que el Estado Islámico, Al Qaeda de la península árabe y los talibanes combinados: 2 mil 924 personas.

Por otro lado, en México el panorama es desolador. Si consideramos que el informe de 2013, mencionado al principio de este artículo, no ubica ningún grupo terrorista en nuestro país, ¿entonces cómo podemos considerar aquellas organizaciones criminales que desmiembran cuerpos dejándolos en plazas públicas o exhibiendo ejecuciones en las redes sociales?
Narcoterrorismo mexicano

Vinculado al crimen organizado, y específicamente al narcotráfico del último cuarto del siglo XX –dado que anteriormente no exhibió características trasnacionales, sus ingresos de miles de millones de dólares necesitan de un entorno político que sea propicio para sus actividades–, aparece el narcoterrorismo como herramienta para mantener ese ambiente donde pueden cultivar, procesar, empacar y transportar de forma trasnacional sus mercancías.

Gus Martin considera que el objetivo de los disidentes criminales es proteger su empresa ilegal. Dado que están simplemente motivados por la ganancia, los criminales disidentes están en la política sólo para extender un ambiente propicio para su negocio.

El ejemplo mexicano es claro. Cuando los grupos criminales defienden sus territorios, ya sea de la autoridad o algún competidor, envían mensajes que serán transmitidos por los medios, dada su crudeza: cabezas cortadas y/o cadáveres con signos de tortura.

Los 43 normalistas rurales víctimas de desaparición forzada, los periodistas asesinados y los miles de muertos y desaparecidos víctimas de una “guerra contra las drogas” por parte de agresores que se encuentran en una línea muy tenue entre las bandas criminales y corporaciones de seguridad, indistinguibles en ocasiones, son sólo algunos casos.
El sesgo mediático

Así como los números son aplastantes tanto en Asia, África o México, sin duda el ser víctima de actos terroristas no es lo mismo en un país periférico que en una metrópoli. No es lo mismo ser víctima de un régimen represor como lo es el encabezado por un júnior como Bashar al-Assad en Siria, o en una monarquía sexenal como la mexicana, donde las desapariciones ya no son objeto de escándalo sino de una triste cotidianidad.

Las bombas matan por igual, aunque hay personas más iguales que otras. El rating es el rating.

Fuente
Contralínea (México)