Las amenazas de los mercenarios del Estado Islámico contra una lista de 60 naciones, en la que incluyeron a México, aquí fueron recibidas como era de esperarse y como sólo aquí sucede: con la hilaridad y el desparpajo expresados en ingeniosos chistes que van recreándose y mejorándose de boca en boca y –ahora que la tecnología lo permite– en mordaces memes que inundan las redes sociales. Tal vez sea por la supuesta lúdica manera que tenemos los mexicanos de enfrentarnos a la muerte o tal vez porque aquí ya padecemos decenas de miles de asesinatos, desapariciones forzadas, desplazamientos, torturas, decapitaciones, ahorcamientos, balaceras, enfrentamientos… que ya, una raya más al tigre, no nos sorprende.
Lo que sí debe destacarse es que México sea el único país latinoamericano condenado por esos terroristas que buenos servicios prestan a las potencias occidentales para justificar el intervencionismo y el saqueo. ¿Por qué incluir al país de Morelos, Juárez, Zapata y Villa dentro de los objetivos de ataques como los de las Torres Gemelas o París? ¿En qué momento México se le atravesó a los supuestos “yihadistas”?
¿Sólo porque nuestra política exterior es cada vez más un apéndice de la de Estados Unidos? No parece suficiente.
La clave está en la incorporación de militares mexicanos –soldados y marinos– a las operaciones de los cascos azules en… sí, Oriente Medio, específicamente en la conflictiva zona fronteriza de Líbano e Israel. Un contingente de elementos de las secretarías de la Defensa Nacional (Sedena) y de Marina (Semar) se incorporó en los últimos meses a la Fuerza Provisional de las Naciones Unidas en Líbano (FPNUL), una de las 16 Operaciones de Mantenimiento de la Paz (OMP) que desarrolla la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en el mundo: nueve en África; una en Asia; dos en Europa; una en América, y tres en Oriente Medio.
La región es un polvorín en el que a la vieja confrontación entre israelíes y palestinos se han agregado los reclamos territoriales de los terroristas del Estado Islámico que la consideran parte de su “califato”; las operaciones de Hezbolá en la zona y las de los grupos que combaten al gobierno sirio de Bashar al Asad, y la disputa por cuestiones fronterizas entre Israel, Líbano y Siria. La guerra ha desplazado a decenas de miles y en cualquier momento la precaria estabilidad puede venirse abajo. Y hasta allá el audaz gobierno de Peña Nieto ha enviado a militares mexicanos con la humanitaria y noble misión de preservar la paz.
A partir de este año, una vez que la política exterior mexicana echó por la borda los principios de no intervención y de autodeterminación de los pueblos, los cascos azules de la ONU se han enriquecido con 12 efectivos mexicanos repartidos en tres misiones: Haití, el Sahara Occidental y Líbano. En las próximas semanas también se agregará a la lista Chipre, para completar cuatro operaciones a las que México se ha comprometido para empezar.
La decisión no tendrá marcha atrás y veremos a más cascos azules mexicanos interviniendo en otros países. Incluso el régimen de Peña Nieto ha empezado a construir un centro de adiestramiento para los soldados y marinos que serán desplegados en misiones de la ONU. Estará concluido en 2018.
Esperemos que las amenazas –calificadas como “reales” por el comisionado Nacional de Seguridad, Renato Sales Heredia– no se concreten. De lo contrario, qué caro le saldría al país ponerse como cola de ratón en un conflicto en el que estadunidenses, europeos y rusos se disputan el petróleo y el control del territorio. ¿Qué esperamos los mexicanos al involucrarnos en ese tipo de conflictos?
La doctrina Estrada fue el punto de referencia de la política exterior mexicana que le generó al país respeto y autoridad internacional por décadas. Los principios pilares de no intervención y autodeterminación de los pueblos fueron calificados como “viejos” por los panistas y priístas que desde hace 3 sexenios controlan la Secretaría de Relaciones Exteriores. Así que, entusiastas, iniciaron una cruzada mediática para “modernizarlos”. Por supuesto, no es lo único que han modernizado. Vaya malabares discursivos que tienen que hacer los funcionarios para convencernos de que hay que desmontar los restos de la fallida y vieja Revolución Mexicana para instalarnos en la modernidad… del porfirismo.
La campaña mediática de funcionarios apoyados por sus intelectuales orgánicos (algunos hasta considerados progres) para justificar el envío de tropas a misiones de la ONU se apoya en tres “ventajas”: los militares mexicanos van colaborar en el mantenimiento de la paz del mundo (ojalá pudieran colaborar con la paz en Michoacán, Guerreo, Tamaulipas y otros estados mexicanos donde el narco esquilma a poblaciones enteras); van a adquirir experiencia y conocimientos (ojalá aprendan algo en materia de respeto a los derechos humanos, ¿o van disparar a vehículos que no se detengan o humillar a los cuerpos de sus enemigos abatidos?), y van a permitir que México participe “más activamente” en el diseño del sistema político y jurídico internacional (el argumento más contundente de todos; como que México va a llegar a modificar la estructura del Consejo de Seguridad de la ONU donde sólo cinco naciones deciden a quién apoyar y qué OMP se deben desarrollar). Ya, en serio, ¿qué intereses van a defender los militares mexicanos allá?
Fragmentos
Continúan asesinando a policías comunitarios en Guerrero. Luego de la emboscada del pasado 26 de noviembre contra integrantes de la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias-Casa de Justicia La Patria Es Primero en Tixtla, el 28 del mismo mes fueron atacados y asesinados en Chilpancingo dos del Frente Unido para la Seguridad y el Desarrollo de Guerrero. La impunidad es la constante… La semana pasada el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología cumplió 45 años en medio de una aguda crisis de identidad. Ahora privilegia que los científicos se hagan “empresarios” y que la iniciativa privada diseñe la política científica del país. Nada de investigación básica, ahora abundan los juguetitos que los científicos deben colocar en el mercado.
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