Una imagen de la virgencita de Guadalupe adorna la pared de la cocina donde hierve el arroz. Julia lo revuelve y mira el reloj, una, dos, tres cuenta en voz alta: “Faltan 3 horas para que pase el tren”. Julia forma parte del grupo de mujeres mexicanas campesinas que todos los días preparan, con sus propias manos, comida para luego ponerla en bolsas y arrojarlas a los Guatemaltecos, hondureños, cubanos y salvadoreños que conviven en uno de los corredores migratorios más concurridos del mundo. Sin posibilidad de sombra, con mala alimentación y mal dormidos, muchas veces, los migrantes caen en las vías y son devorados o amputados por las ruedas del tren. Éste es sólo uno de los riesgos de viajar en La Bestia. A lo largo de la ruta, son muchos los peligros con los que se encuentran. El crimen organizado, su mayor enemigo, cuyos negocios son el tráfico de drogas y armas, la extorsión, los secuestros y la trata de personas.
Clara Presman/Centro de Colaboraciones Solidarias
Familias enteras emprenden esta travesía de punta a punta por México, hacia Estados Unidos. Sin papeles y en tránsito ilegal buscan un futuro mejor, o al menos un presente más digno. Y allí están Las Patronas, reflejo de una absoluta solidaridad desinteresada, que alimentan a desconocidos desde hace más de 20 años. Comenzaron con 15 raciones de comida en 1995, proporcionadas de su propio bolsillo y hoy, por medio de donaciones internacionales y el apoyo de organizaciones no gubernamentales, logran alimentar a cientos de personas y ser reconocidas en todo el mundo como las guardianas de los migrantes.
La crisis migratoria golpea también a América Latina. El tren pasa. La mercancía humana viaja y mueve los engranajes de un continente injusto y corrupto. Centroamérica se desangra. Las Patronas no son indiferentes a ese dolor. Como tampoco lo son miles de mujeres en el mundo que ante diferentes conflictos y situaciones acogen a otras mujeres, hombres y niños. Convencidas de que el amor siempre vence.
En Cruz del Eje, un pueblito al Sur de la provincia de Córdoba, en Argentina, vive Claudia que sabe que con la panza llena el frío se siente menos. El invierno cordobés llegó antes de tiempo y en los barrios de viviendas precarias los niños padecen las bajas temperaturas. Al igual que en otros países de la región, el avance de gobiernos de derecha vino de la mano de políticas neoliberales con recortes y ajustes en materia social.
La inflación, la quita a los subsidios en los servicios básicos, el aumento de precios a los alimentos de la canasta básica, la disminución de programas de contención y la creciente falta de presencia del Estado son las consecuencias que afectan a los sectores más vulnerables. En este contexto, ya ha aumentado el índice de pobreza en tiempo récord. El Observatorio de la Deuda Social Argentina, que depende de la UCA (Universidad Católica Argentina) estimó que la pobreza en 2015 alcanzó el 29 por ciento y saltó en el primer trimestre de este año a 34.5 por ciento.
Pero Claudia y un grupo de mujeres se organizan para hacerle frente a los embates de los tiempos que corren. Con lo que puede aportar cada una, compran comida para abastecer un comedor popular en el centro vecinal del barrio humilde en el que viven, donde alimentan a más de 30 niños en situación de calle. A veces reciben donaciones y la porción es más abundante, pero la premisa es que siempre va a haber algo para los niños y niñas. Víctimas inocentes si las hay.
Son patronas de otra bestia, la desigualdad. Mujeres valientes que, con voluntad y sobre todo un gran sentido de la solidaridad, resisten y protegen a los que menos tienen. Aún menos que ellas. Gestos de humanidad entre tanta tragedia. La solidaridad que aflora en los momentos más difíciles alivia tanto dolor en un mundo cada vez más convulsionado. Las formas de resiliencia humana son un bálsamo a los conflictos sociales actuales, como estas y tantas otras patronas, mujeres fuertes que le hacen frente a diferentes bestias.
Manténgase en contacto
Síganos en las redes sociales
Subscribe to weekly newsletter